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martes, 1 de noviembre de 2022

Carta ante el día de Todos los Santos y el día de los fieles difuntos. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Queridos feligreses:

Retomamos a Dios gracias la plena normalidad; las celebraciones tanto del día de los Santos como de los Fieles Difuntos serán ya de la forma acostumbrada. Os invito a participar en familia de estos días, haciendo partícipes a los más pequeños de la tradición de acudir al cementerio para adornar las sepulturas y orar a los Santos para que intercedan por nuestros difuntos. Son días especiales para recordar a los que ya no están entre nosotros; es cierto que esto se puede hacer y se debe hacer más de una vez al año, pero en todo el orbe católico acudimos en estos primeros días de noviembre a nuestros camposantos para hacer memoria agradecida. Al igual que caen las hojas de los árboles en el otoño, tomamos conciencia de tantas personas importantes en nuestras vidas que se han ido yendo físicamente de nuestro lado. Son fechas para la nostalgia, el recuerdo, las flores y las lágrimas del alma y la memoria, pero sobre todo para la oración.

Tenemos la oportunidad estos días de ayudar a nuestros seres queridos difuntos, al igual que podemos ayudarles cada día del año. Necesitan que les echemos una mano desde la memoria y la oración por aquellas faltas y pecados que les marcaron en su partida. No nos olvidemos de las Benditas Ánimas del Purgatorio, aquellas almas de los fieles difuntos que ansían estar con Dios y que se ven privados aún de su presencia por sus pecados. Por eso tiene sentido ofrecer misas por el eterno descanso de los nuestros, ofrecer nuestros esfuerzos y sacrificios diarios para que su tiempo en el purgatorio sea más breve. No dejemos de confesarnos y comulgar en estos días -1 o 2- para obtener la indulgencia plenaria como nos recuerda la Iglesia, pidiendo por el Papa y ofreciendo ésta por las almas de los difuntos. Las pequeñas mortificaciones, las limosnas generosas y el rezo del santo rosario son formas de ayudar a nuestros difuntos. Esto puede sonar a algo anacrónico, rancio o desfasado, pero en absoluto; sigue muy presente en el sentir de los buenos creyentes y no debemos perderlo. El que ahora en la tierra es generoso con las Ánimas del Purgatorio tendrá una gran ayuda cuando ya él mismo no esté aquí.

Es también una costumbre muy pía orar a diario por el alma del purgatorio más necesitada. Ahí tenemos la actualísima devoción a "Jesús de la Divina Misericordia" de la que San Juan Pablo II era tan devoto; su paisana Santa Faustina Kowalska tuvo una experiencia mística sobre ésto que nos dejó relatado en su diario. Cuenta la Santa: “Vi al Ángel de la Guarda que me dijo que le siguiera. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas; sólo nosotros podemos ayudarlas”.

Rezar por los difuntos es la certeza de que creemos que ellos no han desaparecido, acudir al cementerio debe ser una profesión sincera de fe, pero no quedarnos en el duelo lastimero o el recuerdo nostálgico vacío, sino debemos saber enfocar el dolor desde la esperanza que jamás defrauda. Los cristianos celebramos cada domingo una verdad que jamás hemos de obviar: ''Cristo ha vencido a la muerte, y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal''. Obviamente somos humanos, el dolor y el desgarro son también reales, pero la diferencia radica en saber acudir al cementerio con horizonte de mañana, de Pascua... Los que conocemos la belleza de madrugar para andar en bici o correr temprano, sabemos de la hermosura del amanecer sobre el cielo de Lugones. Cuando el sol se pone sobre nuestro Camposanto y los primeros rayos de sol acarician las lápidas de los nichos uno se pregunta: ¿cómo sería de bella aquella mañana de Pascua en que nuestro Señor resucitó? O, ¿cómo será ese día que aguardamos ''en que los que están en el sepulcro oirán su voz''?. Ciertamente cada amanecer nos recuerda que habremos de despertar a la vida del mundo futuro, pero huyamos de rictus fúnebres -eso es sólo para modas como Haloween- y dejémonos transformar por la gracia de Cristo que está vivo y nos quiere vivos.

Quiero agradecer de forma especial la colaboración a la Funeraria San Pablo que se encarga del mantenimiento del Cementerio; sé que tienen mucho trabajo y muchos cementerios que atender, pero me consta que tratan de responder a todas las necesidades y sugerencias para el bien común. También quiero agradecer de forma pública a Fernando, fiel guardián de nuestro Camposanto a todas horas, el cual está siempre pendiente de cualquier contratiempo, avería o problema que se presente. Gracias también a todos los que facilitan y hacen posible que tengamos dignamente a nuestros seres queridos. Sé que en un cementerio tan grande es casi imposible que no aparezcan problemas: hurtos de flores o jardineras o floreros,  o que los del nicho de encima manchen al de abajo, o desaparezcan escobas o escaleras... Necesitamos poner todos un poco de nuestra parte no sólo pensando en lo que nada nos atañe sólo as unos, sino a todos. No nos compliquemos la vida unos a otros aquí, que ya bastante difícil es y, sobre todo, miremos más allá. No vivamos sumidos en la noche, hagamos nuestra esa verdad tantas veces cantada: "Bendita la mañana que trae la gran noticia,/ de tu presencia joven, en gloria y poderío,/ la serena certeza con que el día proclama/ que el sepulcro de Cristo está vacío".

Joaquín, párroco

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