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domingo, 9 de octubre de 2022

''Tu fe te ha salvado''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Avanzando hacia el otoño nos unimos como pueblo reunido en torno al Señor para fortalecernos con su palabra y su Cuerpo, así en este domingo XXVIII del Tiempo Ordinario donde se nos llama a vivir la compasión, que no es un mero acto humanitario sino, una obra de amor que brota de nuestra fe. Creemos en Jesucristo que nos ama, cura, perdona, levanta... por eso somos llamados nosotros a amar, curar, perdonar y levantar a los que nos cruzamos en el camino de nuestra existencia.

I. Unidos plenamente a Jesucristo

En la epístola seguimos la lectura continuada de la carta de San Pablo a Timoteo. El texto de hoy nos es muy conocido, sobre todo el comienzo que tantas veces utilizamos como oración hecha canto en la despedida de nuestros seres queridos. Y es que no es un canto, es una recomendación del apóstol que va dirigida a todos nosotros: ''Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos''. Quizás seguimos orando a Cristo crucificado y nos quedamos ahí, nos olvidamos que ha vencido al mundo, el pecado y la muerte. Y éste no es un pensamiento únicamente para cuando la muerte se acerca a nosotros o a los nuestros, es un máxima para hacerla nuestra todos los días. Los momentos en que estamos tristes conviene pensar que con Él vendrá la alegría, cuando estemos felices para caer en la cuenta que la mayor alegría que podamos experimentar en este mundo no es nada comparado con la gloria que un día se nos revelará si somos dignos de ella. Esta carta la escribe el apóstol de los gentiles desde la cárcel, por eso dice: ''por el que padezco hasta llevar cadenas''. Y es que los sufrimientos son para los creyentes son una oportunidad de redención, de acercarnos más al Maestro, de comprender la inmensidad de su amor. Esto lo vivió Pablo en sus carnes como le explica a Timoteo: ''Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús''. Es una invitación a unirnos plenamente al Señor, seguros de que ''Es palabra digna de crédito: Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él''.

II. Dios ama a los apestados

La primera lectura tomada del capítulo 5 del Segundo Libro de los Reyes, observamos en ella el relato del profeta Eliseo con el leproso Naamán el sirio. Este suceso es un hito en el Antiguo Testamento donde vemos al discípulo de Elías llevar a cabo una obra de misericordia que podríamos denominar doble, pues debido a que Naamán no sólo padecía la lepra -con todo lo que esto implicaba en la sociedad del momento- sino, además, el agravante de ser extranjero, por lo que era apodado despectivamente como ''el sirio'', pues no era sólo un forastero, sino por ende, de un país enemigo. Naamán tenía todos los números para haber muerto en el destierro sin ninguna ayuda, sin que nadie le hablara ni le tendiera la mano. Y sorprendentemente, Dios le sale al paso por mediación de Eliseo para auxiliar a un enfermo, a un maldito, a un extranjero... Dios muestra su preferencia siempre por los últimos, los rechazados y abandonados de la humanidad. Dicen que el mejor predicador es "fray ejemplo", algo así hace el profeta ante su pueblo; no manda a nadie ir a ver a Naamán sino que acude él en persona haciendo de intercesor entre el Creador y lo creado. Lo manda a bañarse siete veces en el río Jordán; siete veces, y es que el número siete en la Biblia es una alusión a la plenitud, la pureza, siete días de la creación etc. El enfermo se sumerge en esas aguas sagradas del río Jordán, y sale curado. Experimenta una restauración gracias a Dios, por el agua se limpia o, mejor dicho, se cura gracias a la fe. No demos nunca a nadie por perdido ni sin remedio, forastero o pecador, pues siguen siendo los predilectos del Señor.  

III. Dios ama a los agradecidos

El evangelio de este día es un paralelismo precioso con la primera lectura; hemos visto la curación de Naamán y cómo una vez curado acude a Eliseo para agradecerle su sanación. En este caso el pasaje del evangelista San Lucas nos presenta a Jesús en una situación bien parecida. El texto nos dice que Jesús iba a entrar en una ciudad cuando diez leprosos desde lejos le gritaron: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Los enfermos de lepra no podían entrar en las ciudades, a lo sumo se acercaban a sus entradas en busca de algo que comer. Jesús cura a aquellos diez hombres que eran enfermos y también extranjeros, dado que Cristo se encontraba entre Samaría y Galilea; es decir, que entre los que acuden a Jesús podría haber de ambos territorios. Jesús les manda presentarse a los sacerdotes, y eso era una buena noticia para ellos; en la religión judía los sacerdotes eran los únicos que podían reintegrar a la sociedad a los que habían sido apartados de esta, por tanto, la indicación de Jesús seguro que les hizo presagiar en un acto de fe que iban a ser curados. Así pasó; iban en camino cuando vieron que estaban completamente sanos, y nueve de ellos corrieron para llegar cuanto antes a los sacerdotes para así recuperar la vida que habían perdido. Sólo uno no tuvo tanta prisa por ir a recuperar su estatus social, y éste sí sabemos que era samaritano; es decir, forastero: lo peor de lo peor. Qué importante es vivir en clave de agradecimiento, algo complejo en la realidad de nuestro mundo donde creemos que todo nos es debido, que la palabra "gracias" dicha con sinceridad y nobleza nos cuesta horrores, que cuando nos van bien las cosas nos olvidamos de los que lo están pasando mal. Ojalá supiéramos descubrir las lepras de nuestro tiempo; quienes son los leprosos de nuestros pueblos, aquellos que consideramos forasteros, malditos o perdidos; tal vez estén más cerca de Dios que nosotros. Ojalá sepamos ser agradecidos, sepamos lavar nuestras heridas en el agua de la reconciliación y el reconocimiento de Dios para acercarnos limpios a comulgar y sentir como Cristo dice al converso: ''Tu fe te ha salvado''. 

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