(ABC) Afirmaba Chesterton que llegaría un día en que sería necesario «desenvainar una espada para decir que la hierba es verde». Ese día ha llegado ya. Así lo prueba esa psicopática ley de sopicaldo penevulvar que la izquierda caniche pretende aprobar por la vía rápida, casi de tapadillo. ¡Cómo será la leyecita de marras, si hasta el partido de Estado, elegido por el Régimen del 78 para triturar al pueblo español, tiene escrúpulos en aprobarla! La ley de sopicaldo penevulvar permitirá la «libre determinación de género» (de sexo, en realidad) sin informes médicos a partir de los catorce años y sin consentimiento de los padres ni limitación alguna a partir de los dieciséis. Además, los menores podrán cambiar de sexo en el registro y reclamar tratamientos hormonales que faciliten su «transición». En el más inmediato futuro, se considerará subversivo (y tal vez «delito de odio») afirmar que una mujer es una persona de sexo femenino; y quienes se atrevan a afirmarlo serán lapidados por los jenízaros de la cancelación.
El objetivo fundamental de esta ley no es otro sino impulsar una pavorosa devastación antropológica. Se trata de hacer creer a los menores que la expresión de sus «sentimientos» puede imponerse sobre la realidad biológica. Estos depredadores de la izquierda caniche, criados a los pechos ubérrimos del Régimen del 78, pretenden que los menores que padecen carencias afectivas, desequilibrios emocionales o simples titubeos en la conquista de su identidad personal, «sientan» su propio cuerpo como una cárcel odiosa de la que pueden fácilmente evadirse. Los depredadores de la izquierda caniche quieren aprovecharse del natural desconcierto adolescente (agigantado en esta época oscura por la disolución de los vínculos) para proveer de consumidores un nuevo supermercado de «identidades de género». Así cumplen con la sórdida misión que la plutocracia les ha asignado, que no es otra sino convertir a los pueblos en una papilla desvinculada y neurótica, infecunda y solipsista, sumergida en una tormenta biológico-mercantil que convierta la propia identidad en un complemento de quita y pon, hasta que los seres humanos terminen siendo mercancías des-ligadas, solas, solos y soles en el parque temático del consumismo antropológico.
Y así, esos menores desorientados, hormonados, mutilados, a quienes se reconocerá capacidad para «elegir» su identidad sexual, podrán ser objeto de todo tipo de abusos. Pues la izquierda caniche, que quiere satisfacer los designios de la plutocracia, quiere también reconocer el único derecho sexual que aún no ha logrado consagrar legalmente, que es el derecho a profanar y desgraciar niños, el derecho a devorar sus almas y sus cuerpos. Este es el finisterre de degeneración hacia el que nos dirigimos; y esta ley es la primera etapa de una tenebrosa y terminal singladura. ¿Quedará, en esta generación pusilánime y corrompida, alguien dispuesto a desenvainar la espada para decir que la hierba es verde?
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