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sábado, 1 de octubre de 2022

La continuidad en el tiempo de la Doctrina Social de la Iglesia. Por Germán Masserdotti

(Rel.) La desmesura en la cantidad de información y de opinión sobre la vida de la Iglesia y, en particular, sobre su Doctrina Social, hace que, con frecuencia, pasen desapercibidos algunos textos magisteriales iluminadores en medio de la confusión reinante, explicable, a su vez, por varios motivos que, ahora, no corresponde tratar.

Uno de esos textos es el número 12 de la Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009) de Benedicto XVI. Allí, el Papa Raztinger afirma que:

1. No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva.

2. Es justo señalar las peculiaridades de una u otra encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto.

3. La Doctrina Social está construida sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos.

4. Ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz.

5. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización.

Agreguemos, de nuestra parte, algunas consideraciones no exhaustivas a modo de glosa de Cáritas in veritate 12:

Respecto de 1., plantear la distinción “pre” vs. “post” implica una oposición de contradicción. En la enseñanza de la doctrina en general, y de la Doctrina Social de la Iglesia en particular -nuestro tema-, no puede haber contradicción dado que las afirmaciones verdaderas no resultan, obviamente, contradictorias. En todo caso, puede haber un progreso -no progresismo- en la comprensión del depositum fidei. Un ejemplo claro en sentido es el de la verdad de fe sobre la Realeza de Cristo (cf. la carta encíclica Quias primas de Pío XI del 11 de diciembre de 1925) tanto en lo que se refiere a los individuos como a las sociedades, incluida la política. No debería existir un “pre” vs. “post” respecto de esta enseñanza. Aunque, por cierto, poco y nada se habla de la Realeza Social de Cristo en la hoy en el día a día de la vida de la Iglesia. Hablar en términos de “pre” y “post” conspira contra la auténtica comunión en la vida de la Iglesia y demuele la razonabilidad de la Doctrina Católica de cara a la evangelización del mundo. Además, la vida de la Iglesia no se reduce a un concilio ecuménico (¿cuál de todos?). Lo mejor para un concilio -u otra instancia magisterial en la Iglesia- es mostrar su continuidad con la Tradición apostólica y no su “originalidad” en el sentido de “novedad sin antecedentes”.

Respecto de 2., vale otro texto de Benedicto XVI. “El Señor, movido por la compasión, interpretó la Palabra de Dios -él mismo es la Palabra de Dios-, y así dio una orientación. Esta es la función in persona Christi del sacerdote: hacer presente, en la confusión y en la desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en este mundo nuestro. Por tanto, el sacerdote no enseña ideas propias, una filosofía que él mismo se ha inventado, encontrado, o que le gusta; el sacerdote no habla por sí mismo, no habla para sí mismo, para crearse admiradores o un partido propio; no dice cosas propias, invenciones propias, sino que, en la confusión de todas las filosofías, el sacerdote enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de vivir y de ir adelante. Para el sacerdote vale lo que Cristo dijo de sí mismo: «Mi doctrina no es mía» (Jn 7, 16); es decir, Cristo no se propone a sí mismo, sino que, como Hijo, es la voz, la Palabra del Padre. También el sacerdote siempre debe hablar y actuar así: «Mi doctrina no es mía, no propago mis ideas o lo que me gusta, sino que soy la boca y el corazón de Cristo, y hago presente esta doctrina única y común, que ha creado a la Iglesia universal y que crea vida eterna»” (Benedicto XVI, Munus docendi, 14 de abril de 2010).

Respecto de 3., la Doctrina Social de la Iglesia surge de la Revelación divina en sus dos vertientes que son la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica (Cf. Concilio Vaticano II, constitución dogmática Dei Verbum, 18 de noviembre de 1965). A su vez, los Padres de la Iglesia, recuerda otro documento olvidado de la Santa Sede como es la Introducción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formaciión sacerdotal (Congregación para la Educación Católica, 30 de noviembre de 1989), 1) son testigos privilegiados de la Tradición; 2) ellos nos han transmitido un método teológico que es a la vez luminoso y seguro; 3) sus escritos ofrecen una riqueza cultural y apostólica que los hace grandes maestros de la Iglesia de ayer y de hoy. Evidentemente, la Iglesia no podría enseñar la Doctrina Social de la Iglesia sin apoyarse en los Padres. En cuanto a los doctores cristianos, debe destacarse el lugar que ocupa Santo Tomás de Aquino. Como ha afirmado Ricardo von Büren, “por un lado se puede advertir la inspiración tomista de las enseñanzas sociales magisteriales recorriendo los textos y observando las citas expresas que se utilizan permanentemente. Por otro lado, el propio magisterio lo ha colocado en ese lugar a través de reiteradas intervenciones a lo largo de ya siete siglos. Finalmente porque, aún sin citas expresas, el lenguaje o las maneras de encarar los temas es claramente tomista”.

Respecto de 4., dado que quien escribe la presente nota es argentino, evoca dos ejemplos nacionales. El primero es el de Enrique Shaw, sobre el que se ha escrito en La Nuova Bussola Quotidiana. El segundo es el de Carlos Alberto Sacheri, sobre el que, recientemente, se ha publicado una nota en esta misma página del Observatorio. 

Respecto de 5., finalmente, la tarea profética se entiende como anunciadora de la Revelación divina y como denunciadora de las injusticias contrarias al plan salvífico de Dios en el mundo. Los Sumos Pontífices (personalmente), como sucesores de San Pedro, y los miembros del Colegio Episcopal como sucesores del Colegio apostólico, en comunión con el Sumo Pontífice, apacientan a la grey que le encomendó Cristo mediante la enseñanza de la Revelación divina a la que sirven el Magisterio de la Iglesia y la teología. La necesidad del discernimiento se explica dado que, a la vez que existen principios universales en el orden práctico, la realidad social tiene algo de necesario -en la medida en que responde a la naturaleza humana- y algo de contingente, en la medida en que el hombre es libre.

Nuestra breve glosa exigiría se ampliada. Valga lo dicho como primera aproximación al asunto de la continuidad en el tiempo de la Doctrina Social de la Iglesia.

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