Ya en este domingo XXIV del Tiempo Ordinario la Palabra de Dios viene a interrogarnos sobre el sentido de nuestra relación personal con el Señor. Sería bueno analizar en este día cómo es nuestra experiencia de Dios, y cómo a partir de ésta vivimos en intimidad la fe para después llevarla a los hermanos. Sólo con la conciencia clara de haber descubierto lo más valioso, tendremos la necesidad imperiosa de no acallar nuestro sentimiento y de gritar al mundo que Dios está de nuestro lado.
I. A salvar a los pecadores
El fragmento de la primera carta a Timoteo nos presenta el precioso testimonio de San Pablo sobre su propia vocación; cómo pasó de perseguidor a ser Apóstol, de perseguir a Cristo a dar a conocer al Señor en su mundo pagano. Está claro que encontrarse con Jesucristo cambió su vida, pero ¿qué sentido dio a su vida este descubrimiento?.. Comprender de que sólo en Él está la salvación: la salvación de uno mismo. De todo el texto hemos de quedarnos con el mensaje central, el cual no es otro que éste: ''Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero''. Para esto vino Cristo al mundo, no a ofrecer ideologías, sino a rescatar al hombre de la muerte y el pecado. El Apóstol ha vivido en su propia carne la experiencia de la gracia, por eso decide gastar su vida siendo pregonero de esta verdad. San Pablo no duda en que su radical cambio de vida viene dado por pura gracia, por eso sus escritos están marcados por una teología de la gracia en la que permanente nos exhorta.
II. No existe un Dios a nuestra medida
El relato del Libro del Éxodo que hemos escuchado en la primera lectura nos es bien conocido: Moisés en el Sinaí dialogando con Dios, y el pueblo dialogando entre sí en busca de un dios alternativo. Un texto que presenta un doble conflicto, un Moisés que vive la traición de su pueblo hacia el Dios verdadero y hacia él, mientras que el pueblo se siente abandonado en cierto modo por Dios y Moisés. En cuanto el pueblo pierde de vista al Profeta, pierde también el camino, el rumbo y la cordura. De esta lectura podemos sacar la lección para nuestra propia vida, pues también puede ocurrirnos lo mismo: cuando nos vemos perdidos nos buscamos un Dios a nuestro gusto y medida, un Dios que no reproche e interpele nuestra forma de vida, sino que de cancha en nuestras puramente aspiraciones puramente inmanentistas... Cuántos becerros de oro levantamos en nuestro día a día; cuántas veces damos la espalda al Dios verdadero y quedamos con bueyes que comen hierba. Cuán a menudo somos ingratos y olvidamos no sólo al Dios que nos salvó, sino al único que nos ofrece la salvación. Y, sin embargo, no se enciende su ira contra nosotros, sino que vuelve a perdonarnos una y otra vez mirándonos con misericordia.
III. Jesús nos habla de como es el corazón del Padre
El texto que se proclama en este domingo es denominado como "el corazón del evangelio de San Lucas", el cual nos presenta tres parábolas: la oveja perdida, la moneda extraviada y el hijo pródigo. Tres enseñanzas sobre la misma verdad: cómo para Dios todo es recuperable. Aquí vemos como es el corazón de Dios por medio de estas preciosas enseñanzas que nos regala Jesucristo por medio de Lucas. Son enseñanzas de misericordia, de cómo para el cristiano no hay nadie descartable, sino que todos son recuperables y salvables. No sabemos cómo es Dios, queremos descifrar ese misterio, y Jesús nos lo explica de forma sencilla para que podamos entenderlo. Dios es el pastor bueno que deja las noventa y nueve ovejas en el redil para ir a buscar la perdida; la mujer paciente que barre con cuidado toda la casa para encontrar el "dracma" extraviado; el Padre bondadoso que no reprocha a su hijo "perdido" haber derrochado la herencia de malas maneras, sino sale a su encuentro para arroparlo en un abrazo y recuperarlo. Así es Dios con nosotros: sale presuroso a recibirnos cuando volvemos de lejos, para levantarnos del suelo cuando hemos caído, para vestirnos la túnica de gala y ponernos el anillo en la mano, para celebrar el banquete con el ternero cebado. Nuestro Dios no nos hace reproches ni promueve castigos cuando volvemos a Él tras largo tiempo de darle la espalda sino qué, al contrario, hace fiesta y "tira la casa por la ventana"; se goza de que volvamos a Él... Estas enseñanzas dejaban atónitos a los publicanos y pecadores que le escuchaban, y también a los escribas y fariseos que veían peligrar su hegemonía de exigencias y normativas. Jesús rompía molde con sus palabras, ya no era el concepto de religión de un Dios castigador que lleva cuentas de todo, sino que presentaba la verdadera descripción de Dios: amor, perdón, acogida... El Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, el Dios que celebra que reconozcamos errores y equivocaciones: que hemos pecado y alejado, y a partir de ahí volver a sus brazos arrepentidos. Él no nos espera con el látigo en la mano, al contrario: siempre que volvemos al templo, cada vez que acudimos al confesionario, Dios hace fiesta por que lo perdido de nosotros mismos ha sido recuperado y encontrado.
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