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lunes, 26 de septiembre de 2022

Ceremonial Norfolk. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Los protestantes de Gran Bretaña llamaban “ritualistas”, en el siglo XIX, con intención de denostarlos, a sus correligionarios protestantes que se sentían atraídos por los dogmas y ceremonias de la Iglesia católica. Entre los “ritualistas” estaban John Henry Newman (1801-1890) y otros componentes del Movimiento de Oxford.

Ese esmero con el que los católicos procuran que las celebraciones litúrgicas luzcan con el máximo esplendor es el que da, junto a otros factores, razón de la perfecta organización que hemos tenido ocasión de admirar en las honras fúnebres del la reina Isabel II.

Porque es una antigua familia aristocrática inglesa, de las de mayor prosapia y multisecularmente católica, la que, por tradición (Hereditary Earl Marshal of England), se ocupa de preparar y dirigir las ceremonias de coronación, exequias y otros eventos protagonizados por la Familia real británica: la Casa ducal de Norfolk.

El actual duque, Edward W. Fitzalan-Howard (1956-), que hace el número dieciocho en la sucesión del título, recibió el encargo de Carlos III, según declaró en una rueda de prensa: «El Rey me ha ordenado que ponga en marcha los preparativos para el funeral de Estado de Su Majestad la Reina».

Al decimo sexto duque de Norfolk, Bernard Fitzalan-Howard (1908-1975), le correspondió organizar la coronación de Jorge VI y la de Isabel II, el funeral de Winston Churchill y la investidura de Carlos como Príncipe de Gales.

Y en la historia de la literatura cristiana es figura conocida la de Henry Fitzalan-Howard II (1847-1917), el decimoquinto en la recepción del título, porque fue a él a quien John Henry Newman dirigió, en 1874, su famosa “Carta al Duque de Norfolk”, un importante texto, en el campo de la moral, acerca de la conciencia.

En esa Carta se encuentra aquella conocida confesión de Newman: «Caso de verme obligado a traer a cuento la religión en un brindis de sobremesa (desde luego, no parece lo más apropiado…), por supuesto, beberé ¡Por el Papa!, y con mucho gusto. Aún así, primero ¡Por la conciencia!, y después ¡Por el Papa!».

Siendo, además, una familia prominente en la Corte de Isabel I, en la de los Norfolk no podía faltar un mártir. Y lo hubo: Saint Philip Howard (1557-1595), conde de Arundel e hijo del cuarto duque de Norfolk. Fue canonizado por en Roma, en 1970, junto a otros treinta y nueve mártires de Inglaterra y Gales.

En la homilía, el papa Pablo VI citó unas palabras dichas por el santo: «Lamento disponer solo de una vida para ofrecerla a esta noble causa». Se refería a la del seguimiento de Cristo en la Iglesia católica ¡Qué grandeza la de los mártires de la fe cristiana!

De modo que, cuando tengamos ante nuestros ojos las impresionantes ceremonias de la Corte británica, porque las estemos viendo a través del televisor, y digamos «qué bien hacen los ingleses esas cosas », lo haremos con mayor precisión si completamos la frase añadiendo: «qué bien hacen los católicos ingleses esas cosas».

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