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sábado, 13 de agosto de 2022

Tiempos de sacralidad. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) La secularización fue mantra de los años setenta y ochenta y lo sigue siendo en mentalidades que no han superado esa época. En esos años pensar en la vida parroquial de los años de la postguerra -apenas veinte años antes- era algo así como poner los pies en el pleistoceno.

La gran apuesta fue la secularización. Se comenzó por abandonar hábitos y trajes clericales para tratar de ser uno más, sin distintivos ni disfraces se decía, hasta el punto que se consideraba un gran elogio el que se refirieran a uno afirmando que “no parece ni cura". Lo de las monjas es otra cosa. Se nota lo que son. Punto.

Años de una arquitectura religiosa light. Perdieron fuerza los símbolos religiosos, se pusieron de moda imágenes que casi ocultaban lo que eran desde la apuesta por un simbolismo que para el gran pueblo de Dios más que evocar aterraba.

Perdimos mucho de esa religiosidad sencilla pero capaz de mantener la fe. Recuerden el menosprecio del rosario, al punto que algunos seminaristas ocultaban su piadosa costumbre de rezarlo a diario, no olvidemos como la piedad eucarística cayó a mínimos, la misa pasó de celebración solemne del misterio de Dios a cuchipanda fraterna. Los ejercicios espirituales se convirtieron en “convivencias” festivas donde es verdad que se rezaba un poco, tampoco tanto, y mejor no entremos en el modo.

No puedo dejar de afirmar que la secularización afectó sobremanera a la visión del hombre y su destino final, al punto que los novísimos fueron cayendo en el olvido para dar paso a esa nueva corriente teológica, tan nueva como falsa de toda falsedad, que llevaba a tobo bicho muriente a la gloria celestial, de forma que el perdón, la gracia, el mérito, la vida sacramental no eran más que adminículos del todo prescindibles sin más sentido que el de la celebración fraterna. ¡Cuántos funerales convertidos en homenaje a Fulanito y acción de gracias por la llegada al cielo de Menganita, aunque uno y otra fuerna ateos, réprobos, de vida incompatible con la fe y contumaces en el no a Dios.

Los resultados, depende. Para los que han deseado y tal vez sigue deseando la desaparición de la Iglesia, diluída en una especie de magma común aglutinador de cualquier experiencia religiosa, son resultados magníficos. Para los que creemos en Cristo como Camino, Verdad y Vida, un completo desastre.

La secularización que comenzó en los años setenta y que se perpetúa en los cada vez más escasos círculos progres, aunque sean círculos con mucho mando en plaza, ha conseguido vaciar los templos católicos y animar a la gente a contentarse con un fantástico “algo tiene que haber” que en ocasiones cristaliza en una presencia católica en un sacramento -cada vez menos- o un acontecimiento católico-festivo-popular-tradicional que está bien pero no complica la existencia.

Si apostamos por la nueva religión de la agenda 2030, bien vamos. Si apostamos por la Iglesia de Cristo, que presenta a Jesús hijo de Dios como el único salvador, mal negocio. Muy malo.

No me cuenten historias de progresía eclesial que me las sé todas, las he vivido todas y las he fomentado durante años. Eran los setenta y ochenta y uno hacía lo que le enseñaron.

Hoy todo es distinto. Tras el fracaso y la nada de la progresista secularización de aquellos años, es momento de sacralidad. En este mundo nuestro tan alejado de Dios y de la Iglesia, toca volver a mostrar lo que somos y creemos. Es momento de hábito, clergyman y sotana. Momento de toque de campanas, rezos de siempre y misas celebradas como lo que son: sacrificio de Cristo en el Calvario. Momento de repasar el catecismo y predicar las verdades de fe sin complejos. Tiempo de Dios, de proclamar la fe recibida y anunciar a los hombres de hoy lo mismo que Cristo proclamó cada día de su vida: “convertíos porque está cerca el Reino de los cielos". Es la hora de anunciar sin complejos la verdad del evangelio sobre el hombre, su vida, su destino final, de hablar de la vida, de la familia, de honradez.

¿Y la gente qué dice? La gente normal, la de siempre, dice que quiere una Iglesia que sea Iglesia y que se note.

Y puestos a sínodos, monten uno de andar por casa, vayan a cualquier parroquia, pregunten no a los cuatro iluminados que manejan el cotarro, sino a la gente corrientita de misa de domingo, por ejemplo, qué piensan de estas cosas. Pregunten si prefieren al sacerdote, a la religiosa, con su hábito, su sotana o su clergyman o vestidos de seglares. Pregunten qué piden a la Iglesia, que aquí ya lo hicimos hace meses y quedó claro lo que quieren los fieles corrientitos, no los cuatro amiguetes del cura Manolo, que esa es otra.

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