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domingo, 21 de agosto de 2022

''Entrar por la puerta estrecha''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Nuestro mundo está en continuo cambio; en muchas realidades hemos mejorado, pero en otras por desgracia estamos bastante peor. Somos menos humanos y menos espirituales, y es algo que deberíamos recuperar. Las sociedad de nuestros abuelos era precaria en lo material, pero mucho más humana precisamente porque era más espiritual, porque sabían descubrir a Cristo en el vecino, en el forastero, incluso en la persona más alejada de ellos. Muy atrás ha quedado aquel tiempo en que las casas de los pueblos estaban abiertas y no había que tocar el timbre para entrar, o en que en nuestros barrios se aparcaban los coches con las llaves puestas y o las puertas abiertas... Necesitamos recuperar la vida espiritual para volver a encontrar nuestra propia humanidad. En este domingo XXI del Tiempo Ordinario la palabra de Dios nos invita a cuestionarnos cuáles son las preguntas esenciales que trazan nuestra vida: qué hago con ella y en ella; qué busco en mi vida o qué espero de ella.

I. Anclados en la esperanza

San Pablo en su carta a los Hebreos nos regala hoy una reflexión muy importante para nuestro día a día: el valor de la esperanza. La esperanza es el ancla a la que nos agarramos cuando viene la tormenta para que nuestro barco no vaya a pique; qué importante es cultivar la esperanza para saber afrontar tantos contratiempos y sinsabores que se nos presentan. A veces no entendemos por qué llegan a nosotros tantos disgustos, problemas y cruces... La palabra que hemos escuchado nos suena extraña: ¿qué es eso de que el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos?. Esta era una idea muy extendida en el Antiguo Testamento, que los males venían por los pecados propios o de los padres, pero la reflexión de San Pablo va en otra dirección. Este texto está dirigido principalmente a judíos conversos al cristianismo, los cuales se mostraban descontentos con la realidad que empezaban a descubrir. Pensaban que con seguir a Jesús y con aceptarlo ya estaba todo hecho, se acabarían los contratiempos y vivirían como nunca. Por eso el Apóstol les dice como hoy a nosotros:  ''Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?''... Por ser cristianos nos estamos exentos de penurias, castigos o correcciones; pero éstas no deben llevarnos a tirar la toalla, sino a ser mejores, a crecer en paciencia interiormente y ensanchar el corazón. Muchos al primer contratiempo se enfadan con Dios, con la Iglesia o con el mundo; nosotros estamos llamados a aceptar lo que viene desde el ángulo de la esperanza, conscientes de que lo que ahora sufrimos y aceptamos será premiado en el mundo futuro. 

II. Unidos a todos los pueblos

La primera lectura tomada de la parte final de la Profecía de Isaías constituye un oráculo dirigido al pueblo que retorna del exilio de Babilonia; es un canto a vivir la esperanza en clave universal. El pueblo elegido viene dolorido de experimentar una de las experiencias más duras de su historia, un episodio de castigo en el que el Profeta les orienta a vivirlo como una enseñanza para sus vidas. Los israelitas habían caído en un error muy extendido, se habían cerrado en sí mismos y se habían vuelto megalomamente endogámicos; se creyeron los únicos amados por el Señor... Por eso estas palabras que se han proclamado: ''vendré para reunir las naciones de toda lengua'', ó ''Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos''... El proyecto de Dios no es exclusivo para el pueblo judío, no está limitado a un grupo o nación, sino abierto a todos los que tengan a bien aceptarlo. Pero cómo nos cuesta vivir unidos a todos... A menudo nos encerramos en tópicos egocentristas de ''mi pueblo'', ''mi parroquia'', ''mi barrio'' con justa carga preferencial, pero excluyente y casi despectiva de los demás; donde los del alrededor son contrincantes o incluso enemigos. Esta realidad la experimentamos los sacerdotes con más de una o varias parroquias: cuando llegan las fiestas todos quieren su misa a la hora más cómoda o tradicional, y parece que al ser imposible a veces la parroquia sobre la recae "su hora" es tenida por enemiga y contrincante... Hemos de crecer en esperanza sí, pero también abrir nuestra mente y entender la fe en clave de universalidad. Es lo que hemos cantado con el Salmista, lo que nos dice el Señor y que actualiza este antiquísimo oráculo pidiéndonos no llevar su palabra sólo a los nuestros, sino a todos; es decir: ''Id al mundo entero y proclamad el Evangelio''.

III. El Señor nos espera

El evangelio de San Lucas de este domingo vuelve a poner nuestra mirada en la eternidad con esa pregunta que alguien le formula: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Quizá es algo que nos preguntamos cuando al entrar en un cementerio grande vemos muchísimas sepulturas: ¿cuántos se habrán salvado? ¿cuántos estarán ya en cielo? ¿cuántos necesitarán de mi oración viéndose aún en "el purgatorio"?... La muerte es una catequesis para la vida: ¿dónde me veo yo una vez muerto?. Por eso Jesús da esta gran recomendación: ''Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán''. Jesús habla claro -como siempre- en su camino hacia Jerusalén mientras va formando a sus discípulos y seguidores, y ya hemos visto en domingos pasados que seguir a Jesús implica y complica. Tal vez la pregunta tenía un trasfondo sobre el cumplimiento legal y normartivo para la salvación, pues los judíos tenían muy asumido que el mañana se alcanzaba cumpliendo las leyes de Moisés; sin embargo, Jesús responde en otra dirección: vivir conforme a la voluntad de Dios, a saber abandonarnos en sus manos y asumir lo que para nosotros ha pensado Él. Somos libres para vivir como queramos, incluso de espalda a Dios; el problema viene como el mismo Cristo nos ha dicho: cuando hemos perdido el tiempo, cuando hemos tirado la vida por la borda y descubrimos al final de nuestra existencia mortal que lo de la vida eterna iba en serio y era -es- la mejor oferta. Así lo que hemos escuchado: "Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis diciendo: Señor, Señor, ¡ábrenos!; él os dirá: ¡no sé quiénes sois!". Esta es una advertencia seria para que seamos auténticamente discípulos del Maestro y no pensemos que sólo el Señor dirá que no conoce a los que no pisan la Iglesia; también muchos que somos asiduos podemos recibir esa contestación: ''No os conozco'', pues hemos vivido de apariencias sin ser en verdad seguidores de Jesús con todas las consecuencias; es decir, que no hemos entrado por la puerta estrecha: "Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os dirá: No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad". No sólo basta con caer en la cuenta de que estamos llamados a salvarnos y encaminarnos a ella, sino qué, además, hemos de entender que hemos de hacer todo lo posible y lo imposible para ello, pues si sólo me miro el ombligo no he entendido el mensaje del Evangelio. Si verdaderamente he descubierto a Jesús he de vivir buscando darlo a conocer a los demás como premisa principal y el mejor de los regalos. Jesucristo nos salva por pura gracia: ¿Dónde acabaremos nosotros: en "el llanto y el rechinar de dientes" o cruzando "la puerta estrecha"?... Las matemáticas de Dios en nada se parecen a las nuestras, y es que Él mismo nos lo recuerda también en el Evangelio: ''hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos''. La puerta es una sóla; el recordatorio de que es estrecha no deja alternativa a otra de mejor acceso, sino para calcular qué he de hacer y cómo para poder pasar. En cierta ocasión escuché al Párroco de mi pueblo predicar respecto de este evangelio utilizando un poema de Miguel de Unamuno que me parece una catequesis perfecta para este domingo:

Agranda la puerta, Padre
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.

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