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domingo, 31 de julio de 2022

''¿Qué haré?''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Avanzando en el camino veraniego llegamos al domingo XVIII del Tiempo Ordinario, en el que Señor nos presenta un grandísimo peligro para nuestra fe: ''la avaricia''. No tiene sentido que una persona que se diga cristiana sea avara, pues es un antitestimonio manifiesto: ¿Cómo puedo seguir a Jesucristo que todo lo da por los demás, mientras yo me dedico a acumuar para mi exclusivo disfrute?. Esta será una de las reflexiones centrales de este domingo. 

Hombres nuevos 

Continuamos con la catequesis bautismal que San Pablo nos viene presentando estos último domingos en su carta a los Colosenses. Hoy aborda la cuestión de la nueva vida que supone la gracia bautismal: somos incorporados a la Iglesia y así comenzamos a ser hijos de Dios, pero el Apóstol insiste no sólo en la parte teórica que es en este caso bellísima, sino que ahonda en la cuestión práctica. No somos nuevos sólo por que hemos sido bautizados, sino que también como bautizados hemos de procurar vivir como nuevos. Por eso el sacerdote dice al catecumeno: ''esta vestidura blanca es signo de tu condición de cristiano'', significando a continuación: ''consérvala sin mancha hasta la vida eterna''. He aquí la mejor forma de renovar el compromiso bautismal, esforzándonos por vivir en gracia, de cara a Dios, con la vestidura del alma sin mancha. El cristiano no es mejor que nadie, pero cuando cae, se levanta y pide perdón, no se regodea en el error, sino que se esfuerza por dejar atrás lo malo encaminándose de nuevo a la perfección, que es lo bueno. San Pablo nos lo advierte: ''dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros''. No perdamos de vista que el mundo no es nuestro amigo, nosotros queremos ir al cielo, por ello hay muchas cosas que nos pesan y nos impiden llegar a destino; nos distraen, engañan y aprisionan. De qué nos sirve creer que Cristo ha resucitado si nuestra vida es una existencia muerta por el pecado, por eso el apóstol insiste: ''Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está''...Privarnos de tantas cosas apetecibles es un consejo, no una imposición; pero aceptamos esas indicaciones de la Iglesia porque en el sacrificio de una vida digna y austera se acrisola nuestro futuro y esperanza, conscientes de que también se hará verdad lo que hemos escuchado: ''Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él''.

El veneno de la vanidad 

La enseñanza de la primera lectura del Libro del Eclesiastés nos es bien conocida: ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!. Pero, ¿qué nos está diciendo la palabra de Dios sobre lo que es vano? Pues que es una trampa, una necedad que no ayuda, sino que nos perjudica profundamente. Ser vanidoso es igual a ser pecador, pues la altanería, la idolatría de uno mismo, el comportamiento arrogante, lleva a la perdición. A menudo cuando hacemos algo bueno inmediatamente queremos que se sepa, es un susurro de satanás que quiere estropear lo bueno y noble que hayamos hecho. En este sentido nos dan una gran lección los monjes cartujos: toda su existencia alejados del mundo, en silencio, en una vida de santidad que pasa en permanente anonimato y termina igualmente. Si miramos en "el santoral" apenas tenemos santos cartujos, cuando son quizá la Congregación religiosa que vive de forma más exigente la fidelidad radical al evangelio, porque ellos han entendido bien que nuestros Dios que ve en lo escondido ''nos recompensará''. El monje cartujo después de toda una vida haciendo el bien, muere en el anonimato, y va parar a una tumba sin nombre, teniendo como única señal la cruz del Señor y nada más. Nos hace falta aprender a "hacer el bien sin mirar el quien"; esforzarnos en ser buenos cristianos sin necesidad de aplausos, reconocimientos ni parabienes. La vanidad es un veneno que nos destruye en el presente y para el futuro: es un exponente más de la vaciedad y la pobreza de nuestro ser hambriento de alagos. Trabajemos por el reino de Dios, pero hagámoslo ''con sabiduría, ciencia y acierto''.

Avaricia vs Evangelio 

El evangelio nos presenta la interpelación que "uno de entre el gente" hace el Señor: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia»... San Lucas nos relata así cómo Jesucristo aborda la realidad de la avaricia. Jesús es duro con el hombre, preguntándole primero quién le ha nombrado juez o arbitro, para a continuación dar la primera lección sobre el ser avaro: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Pasa seguidamente a presentar este mal con una parábola, de forma que sea más visual para aquella gente sencilla que le escuchaba: El hombre rico se hizo una pregunta que no acertó a responder: ¿que haré?. Esta es la interpelación también para nosotros: ¿que hacemos cuando tenemos una cosecha abundante en tantas realidades de nuestra vida?; ¿cómo son nuestros cálculos?. Aquel hombre se lamentaba por no tener ya granero donde guardar los frutos de la ingente cosecha, entonces optó por una decisión aparentemente lógica pero que supuso su condena: ''derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”... Huyamos de la trampa del poseer, no seremos felices en este vida aunque tengamos muchas cosas, y nos perderemos la eterna. Viene bien recordar la lección del joven rico, que quería heredar la vida que no termina, pero prefirió condenarse con sus muchos bienes. Es una realidad palpable: las personas más sencillas son las más generosas casi siempre, y las que más dinero tienen son las que más les cuesta meter la mano en el bolso para dar siquiera una menudencia. La avaricia una enfermedad no sólo social, sino espiritual: ¿y al final para qué? No hay bienes, ni dinero, ni joyas ni bonos o acciones que entren en nuestro féretro. Ya no nos harán falta, sólo la misericordia de Dios. Como comenta a menudo el Papa Francisco sobre una frase que le escuchaba a su abuela: ''la mortaja no tiene bolsillos''. Cuanto más tiene uno, más egoísta se vuelve y menos lo aprovecha y más sufre para, al final, morirse siendo derrochado en dos días por sus herederos. Las palabras del Señor en este sentido son definitivas: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”

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