Avanzando en el camino veraniego llegamos al domingo XVIII del Tiempo Ordinario, en el que Señor nos presenta un grandísimo peligro para nuestra fe: ''la avaricia''. No tiene sentido que una persona que se diga cristiana sea avara, pues es un antitestimonio manifiesto: ¿Cómo puedo seguir a Jesucristo que todo lo da por los demás, mientras yo me dedico a acumuar para mi exclusivo disfrute?. Esta será una de las reflexiones centrales de este domingo.
Hombres nuevos
Continuamos con la catequesis bautismal que San Pablo nos viene presentando estos último domingos en su carta a los Colosenses. Hoy aborda la cuestión de la nueva vida que supone la gracia bautismal: somos incorporados a la Iglesia y así comenzamos a ser hijos de Dios, pero el Apóstol insiste no sólo en la parte teórica que es en este caso bellísima, sino que ahonda en la cuestión práctica. No somos nuevos sólo por que hemos sido bautizados, sino que también como bautizados hemos de procurar vivir como nuevos. Por eso el sacerdote dice al catecumeno: ''esta vestidura blanca es signo de tu condición de cristiano'', significando a continuación: ''consérvala sin mancha hasta la vida eterna''. He aquí la mejor forma de renovar el compromiso bautismal, esforzándonos por vivir en gracia, de cara a Dios, con la vestidura del alma sin mancha. El cristiano no es mejor que nadie, pero cuando cae, se levanta y pide perdón, no se regodea en el error, sino que se esfuerza por dejar atrás lo malo encaminándose de nuevo a la perfección, que es lo bueno. San Pablo nos lo advierte: ''dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros''. No perdamos de vista que el mundo no es nuestro amigo, nosotros queremos ir al cielo, por ello hay muchas cosas que nos pesan y nos impiden llegar a destino; nos distraen, engañan y aprisionan. De qué nos sirve creer que Cristo ha resucitado si nuestra vida es una existencia muerta por el pecado, por eso el apóstol insiste: ''Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está''...Privarnos de tantas cosas apetecibles es un consejo, no una imposición; pero aceptamos esas indicaciones de la Iglesia porque en el sacrificio de una vida digna y austera se acrisola nuestro futuro y esperanza, conscientes de que también se hará verdad lo que hemos escuchado: ''Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él''.
El veneno de la vanidad
La enseñanza de la primera lectura del Libro del Eclesiastés nos es bien conocida: ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!. Pero, ¿qué nos está diciendo la palabra de Dios sobre lo que es vano? Pues que es una trampa, una necedad que no ayuda, sino que nos perjudica profundamente. Ser vanidoso es igual a ser pecador, pues la altanería, la idolatría de uno mismo, el comportamiento arrogante, lleva a la perdición. A menudo cuando hacemos algo bueno inmediatamente queremos que se sepa, es un susurro de satanás que quiere estropear lo bueno y noble que hayamos hecho. En este sentido nos dan una gran lección los monjes cartujos: toda su existencia alejados del mundo, en silencio, en una vida de santidad que pasa en permanente anonimato y termina igualmente. Si miramos en "el santoral" apenas tenemos santos cartujos, cuando son quizá la Congregación religiosa que vive de forma más exigente la fidelidad radical al evangelio, porque ellos han entendido bien que nuestros Dios que ve en lo escondido ''nos recompensará''. El monje cartujo después de toda una vida haciendo el bien, muere en el anonimato, y va parar a una tumba sin nombre, teniendo como única señal la cruz del Señor y nada más. Nos hace falta aprender a "hacer el bien sin mirar el quien"; esforzarnos en ser buenos cristianos sin necesidad de aplausos, reconocimientos ni parabienes. La vanidad es un veneno que nos destruye en el presente y para el futuro: es un exponente más de la vaciedad y la pobreza de nuestro ser hambriento de alagos. Trabajemos por el reino de Dios, pero hagámoslo ''con sabiduría, ciencia y acierto''.
Avaricia vs Evangelio
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