La vida contemplativa: lámparas en el camino sinodal
12 de junio de 2022
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Cuando faltaba poco más de un mes para la apertura oficial del camino sinodal en que estamos inmersos, el secretario general del Sínodo de los Obispos, el cardenal Mario Grech, envió una misiva a las personas contemplativas para invitarlas explícitamente a dejar oír su voz en dicho camino. Después de reconocer a los contemplativos como «custodios y testigos de realidades fundamentales para el proceso sinodal que el santo padre nos invita a realizar», el cardenal Grech hace hincapié en tres realidades cardinales de la vida monástica y contemplativa: la escucha, la conversión y la comunión. Realidades que, como recordaba san Juan Pablo II en el n. 8 de Vita consecrata, configuran el rostro luminoso de los hombres y mujeres de vocación contemplativa:
Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura.
En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios.
El lema escogido este año para celebrar la Jornada Pro orantibus, «La vida contemplativa: lámparas en el camino sinodal», está en perfecta consonancia con la invitación del cardenal Grech y con la certera descripción de la vocación contemplativa que traza Vita consecrata. De hecho, ahondando en los pilares básicos de su existencia —la escucha, la conversión, la comunión— aquellos que lo han dejado todo para contemplar al Señor se convierten en testigos de la Luz en medio del mundo y pueden ofrecer al Pueblo de Dios su «misteriosa fecundidad» en clave de crecimiento sinodal.
El camino hacia una conciencia eclesial cada vez más sinodal lo recorre la Iglesia entera en unidad de espíritu y de misión. Pero igual que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, también la comunidad de los bautizados, siendo una, avanza por la senda de la sinodalidad en modos y tiempos diversos. Hay quien va abriendo horizontes en clave de vanguardia, quien convoca a los más lejanos a la peregrinación, quien reúne a los que a ratos se dispersan, quien abre su casa a los que se encuentran cansados, quien recoge a los apaleados a la orilla del camino y quien mantiene encendida la candela para que la senda no se interrumpa ni siquiera en la noche más profunda. Estos últimos, hombres y mujeres de vida escondida en Dios, son como lámparas que custodian la luz primera —la luz que viene del Padre—, dan testimonio de la luz verdadera —la luz que es Cristo vivo— y apuntan hacia la luz definitiva —la luz que se nos promete en el Espíritu—. Se puede decir de ellos, como del Bautista, que no son la luz, sino testigos de la luz.
Así pues, las personas contemplativas son también profundamente sinodales no por un empeño extraordinario sino por su misma raíz carismática: en la medida en que buscan la luz de Dios y la derraman sobre el rostro de la Iglesia, son portadoras de una experiencia sinodal capaz de alentar la sinodalidad en otros. Ellas, que saben escuchar al Señor, alumbran para todos el camino de la apertura al otro y a los otros; ellas, que forjan su corazón en la permanente conversión a la voluntad divina, alumbran para todos el itinerario del discernimiento y de la transformación; ellas, que ensayan cada día la comunión fraterna, alumbran para todos la senda de la reconciliación y la paz entre los hermanos. Así, desplegando lo más genuino y hermoso de su llamada fundamental, se vuelven luminarias de vida y misión sinodales en el camino común del Pueblo de Dios.
En esta Jornada Pro orantibus, miramos con agradecimiento y con esperanza a nuestros hermanos y hermanas contemplativos, pidiendo que el Señor los guarde y los haga brillar entre nosotros. Y acudimos a su sabiduría y su fidelidad para fundar el sueño de una Iglesia cada vez más sinodal sobre bases sólidas y duraderas. Sabemos que ellos, con su testimonio, empujan a toda la Iglesia a ensanchar el espacio de su tienda y a salir en peregrinación. La radicalidad de su búsqueda y de su entrega, puesta sobre el celemín, arde como el candil en la casa, como la lámpara en el camino. Su oración ininterrumpida, abierta a la Palabra del Señor, pone bajo el signo de la gracia todos nuestros esfuerzos sinodales. Su combate interior, el único que trae la paz al corazón, nos espolea a abandonar esquemas personales y eclesiales caducos o poco evangélicos. Su mirada fraterna, siempre pendiente de procurar espacios de reconciliación y comunidad, nos llama a reforzar los lazos que construyen el reino de Dios. La vida contemplativa, en suma, nos sigue acercando la luz de la Santa Trinidad para que todo el pueblo de Dios, en camino sinodal, la haga llegar con alegría a todos los rincones de la tierra.
Obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
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