Don Gabino, mi hermano mayor
Lo hemos visto muchas veces, pero no nos sabemos resignar a decir adiós a quien ha marcado para bien tantos momentos de nuestra vida, cuando inevitablemente llama a la puerta el tránsito de la muerte. La esquela tiene apellidos de alguien cercano, alguien amado agradecidamente, y es entonces cuando debemos abrir los brazos del alma para rogar al Buen Dios que sostenga nuestra esperanza, mientras rezamos por el eterno descanso de un ser querido como familiar cercano o como amigo entrañable. Ayer todas las campanas de la Archidiócesis de Oviedo voltearon su tristeza como homenaje póstumo ante la despedida de quien fuera su pastor durante tantos años desde 1969 hasta 2002, en esos treinta y tres años que han dejado una imborrable huella.
No por esperado desde hacía tiempo el desenlace, ha dejado de conmovernos cuando cerraba sus ojos nuestro querido Don Gabino Díaz Merchán. Aunque tenía muchos años, con esos noventa y seis bien cumplidos, eso no impide que el afecto y la gratitud se hagan fuertes queriendo abrazar a quien nos resistimos a perder de junto a esa vera en la que gozamos de su presencia y su palabra, tan llenas de amabilidad bondadosa y de sabiduría certera.
Me pude despedir de él el domingo por la noche. Salía yo el lunes muy temprano con la peregrinación diocesana al santuario de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina. Aquí me encuentro ya con la maleta hecha emprendiendo viaje de regreso a Asturias precipitadamente. Le dije que volvería en unos días, me pidió la absolución de sus pecados en su última confesión sacramental, cosa que hice conmovido y agradecido por los años que el Señor me ha permitido gozar de su cercanía de padre y hermano mayor. Luego me pidió un caldo caliente y lo tomó con gusto sabrosamente. Estaba grave, pero no imaginábamos que el desenlace fuera tan inminente, si bien esta posibilidad estaba abierta. Y así ha sucedido. La agenda siempre la lleva Dios impredeciblemente.
Me encuentro en una tierra que sabe de guerras recientes entre hermanos, de persecuciones religiosas tremendas durante tantos años de impostura comunista. También Don Gabino tenía en su baúl de recuerdos aquellas escenas que le marcaron tan profundamente cuando con sólo diez años vio salir a sus padres con la alevosía de una nocturnidad camino del paredón del fusilamiento. Pero el recuerdo que hacía Don Gabino no era reaccionario, ni vengativo, sino el que cabalmente tiene un cristiano que sabe perdonar de veras sin banalizar el dolor y sin hacer de él una pendenciera bandera.
Será ese el talante que marcará su mocedad, sus primeros años de cura, su largo y fecundo ministerio episcopal vivido casi todo él en nuestra Asturias. Un talante de gran bondad tan amable, de sabiduría manchega de la que siempre hizo gala, de cercanía discreta capaz de hacer hueco en su corazón a los retos que desafiaban a la Iglesia y a la sociedad, las lágrimas en el llanto de la gente, o las alegrías por las que valía la pena brindar siempre.
Como Arzobispo de Oviedo esa fue su actitud tan palmaria. Y el sexenio en el que estuvo como presidente de la Conferencia Episcopal Española, será también deudor de la misma traza, en unos años complicados por la convulsión que experimentaba aún una joven democracia. Su nombramiento como presidente de la Conferencia Episcopal tenía lugar el 24 de febrero de 1981, al día siguiente del 23-F. Y tendrá de sortear los primeros momentos de un Gobierno socialista justamente al año siguiente, donde imprimirá ese trato respetuoso y firme a la vez, haciendo que las relaciones pudiera discurrir serenamente en medio de no pocas dificultades. Será la concordia el estilo que marcará su modo de afrontar tantas cosas en la Iglesia y en la sociedad, que facilitará acercamientos sin estragos y sin concesiones. Todo un arte de saber hacer en momentos de incertidumbre.
Como sucede en toda despedida, se nos agolpan las palabras y los gestos que no queremos olvidar, y viene a ser la humilde y preciosa herencia de alguien que ha dejado una profunda huella en nuestras vidas. Junto a ese recuerdo lleno de gratitud, se elevan nuestras oraciones pidiendo al Buen Pastor que acoja a este pastor bueno, y confiamos a la Santina, a la que amó de corazón, que le sostenga y acompañe en este su último viaje, hasta que nos encontremos en esa tierra nueva que Jesús Resucitado nos abrió para siempre, venciendo su muerte y la nuestra. Descanse en paz Don Gabino, mi hermano mayor tan querido e tan inolvidable.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
15 junio de 2022
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