Hacemos sonar la aldaba para que la puerta se nos abra y podamos adentrarnos en una casa con el respeto de una visita. No entramos en ella accediendo directamente a la alcoba, ni al comedor, ni a la cocina. Antes debemos ser acogidos, reconocidos e introducidos poco a poco. En esas estancias se desarrollan momentos importantes de quienes allí viven y conviven, cuando se trata del descanso reparador y con ensueños, del alimento en armonía y conversación, del arte de saber medir los tiempos y la creatividad para una buena preparación de la comida y sus pitanzas. En Valdediós hemos estrenado ese espacio que nos permite acoger, introducir y acompañar a cuantos nos visiten, en el asomo a un mundo de arte cristiano que refleja vivamente un modo de concebir tantas cosas que, luego, vendrían expresadas a través del talento que hace las cuentas con la belleza arquitectónica.
Es una estancia de acogida, en la que dar comienzo a un itinerario de sorpresas que tienen la solera de los siglos que nos contemplan. Son muchas las estancias a las que asomarse desde esta sala de recepción de visitantes. Espacios sagrados como las iglesias para las celebraciones, en cuyas paredes se guarda como un secreto el canto y la palabra, la alabanza y la plegaria, los gozos y los llantos, llevadas y traídas durante tantas generaciones por otros visitantes. Espacios profanos también en donde la vida va y viene en el aquí y el allá de las preguntas del corazón, las intuiciones de la audacia, las certezas de la razón, según se expresan en esos ámbitos la vivencia del alma y la convivencia fraterna que pasan por los claustros abiertos, por los huertos regados, las celdas habitacionales, los escritorios y bibliotecas, los refectorios de comensales.
La vida que aconteció entre la Iglesia-monasterio de San Salvador que tuvo comienzo en siglo IX, y el Monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós que empezó en el siglo XIII, enmarca este periplo de arte y belleza que nos retrotrae a un mundo de silencio elocuente y de soledad habitada, que a través de tantos siglos han vivido los cristianos y los monjes que allí han habitado. Puerta de entrada, entonces, para un itinerario de cultura y de fe que tiene su inicio en esa sala de recepción para cuantos visiten Valdediós. Emergen como un reclamo amable a nuestra admiración y curiosidad, los vericuetos por los que nuestra mirada se aventurará cuando estemos ante esos espacios sagrados y profanos que vale la pena contemplar aprehendiendo su función y significado para el fin con el que fueron creados la iglesia mozárabe prerrománica y el monasterio románico cisterciense.
El gran cineasta ruso Andrei Tarkovski afirmaba que «lo bello queda oculto para aquellos que no buscan la verdad». Y su paisano Fiodor Dostoievski acuñó en clave teológica esa expresión que ha tenido tan fecundo recorrido: «el mundo será salvado por la belleza». No es la belleza un alarde estético sin más, gratificante a los ojos, pero estéril para el alma. En la belleza nos jugamos nada menos que la comprensión de la creación, porque viene a ser la firma de autor con la que Dios ha querido rubricar su obra. Una belleza que mirándola nos hace bondadosos, y una bondad que se nutre de la verdad que nos constituye. Esta es la obra de Dios, y lo que hace del hombre y de la mujer la criatura que más se asemeja al icono de su Creador. Es la historia del arte que en Valdediós se puede admirar y gozar para nuestro bien.
La belleza que se contiene en ese conjunto monumental cristiano, es una responsabilidad para nuestra Archidiócesis de Oviedo. Somos custodios de esa belleza que deseamos saber cuidar y mostrar como una luz sobre el candelabro o una ciudad sobre el monte (cf. Lc 8, 16-18), a fin de que Dios siga siendo glorificado y los hombres y mujeres bendecidos por la alegría que ensancha el alma y dilata la mirada.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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