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lunes, 2 de mayo de 2022

La exposición «Transitus». Por Jorge Juan Fernández Sangrador

El beato Frédéric Ozanam (1813-1854), profesor en la Universidad de la Sorbona, decía que había que crear cátedras al margen de las del Estado, para que, en ellas, los pensadores católicos pudiesen exponer libremente sus ideas acerca de los asuntos en los que la clase política tratara de dirigir a la sociedad y a la opinión pública por derroteros que no fuesen los de la antropología cristiana ni los de la doctrina social de la Iglesia.

En la diócesis de Plasencia existe, como componente de la estructura académica del Instituto “San Fulgencio” de Estudios Teológicos-Pastorales, una cátedra que lleva el nombre de san Juan Pablo II, a la que son invitados especialistas en las múltiples áreas en las que se anastomizan fe cristiana y cultura, para que diserten sobre cuestiones que, aunque coyunturales, sean de máxima relevancia, por sus implicaciones, para la Iglesia, para su ser, su misión y su estar en el mundo.

Deseo expresar, en esta tribuna del periódico, mi agradecimiento a los órganos directivos de la diócesis y del Instituto “San Fulgencio” por haberme distinguido con el honor de ser el primero en dictar una conferencia, en este caso sobre el estrado de la mencionada cátedra, dentro de la serie de las que van a tener lugar en los próximos meses en la Perla del Jerte como complementación de la magna exposición que pronto será inaugurada en la catedral placentina.

El título de la muestra será “Transitus” y figurará como la vigésima sexta en la secuencia de las organizadas por la benemérita Fundación “Las Edades del Hombre”. El de la conferencia fue “Ver y creer. El camino de la belleza” y ha fungido de pórtico al infinito horizonte de la fe y de la belleza que se abrirá ante la sociedad española con la apertura de las puertas de la catedral de Plasencia y la exhibición, en ella, de significativas obras de arte religioso y de espiritualidad cristiana.

En “Hipias mayor”, diálogo atribuido tradicionalmente a Platón, el coloquio entre Sócrates e Hipias finaliza con estas palabras que pronuncia, sentencioso, el primero: «Lo bello es difícil». Cierto. Sobre todo si hemos de formular nuestra propia definición de belleza. Aunque, si lo lográsemos, nunca sería tan breve en palabras y extensa en sentido como la que nos regaló el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, para quien la belleza era «la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien, y su indisociable unión».

En las exposiciones de “Las Edades del Hombre”, el visitante se siente dispensado de la tarea de andar buscando términos definitorios porque es la belleza misma la que le sale al encuentro, abrazándolo y elevándolo, en la envolvente belleza del templo, de las imágenes, de los dibujos, de la música, del relato, de la disposición de las piezas artísticas y de la idea rectora del conjunto. Solo hay que dejarse llevar, en estado de continuo embelesamiento, por el itinerario trazado, y anteriormente muy meditado, para que, por la belleza visible, se vislumbre la del Invisible.

Belleza, la que allí resplandece, que es antigua y nueva, y simbólica, porque es unitiva. “Simbólico” viene del griego “symballein”, que tiene, entre otros significados, el de “reunir”. Y se dice de la belleza que es simbólica cuando consigue juntarse con sus dos hermanas, la verdad y la bondad, confiriéndoles a éstas una claridad que las hace atrayentes, deseables y amables.

Y esa belleza que luce en las iglesias, en las imágenes y en las tablas con representaciones sagradas, es una vía, una senda, por la que se puede llegar, conducidos por la gracia, al encuentro personal con Dios, Suma Belleza, que ha revelado su Hermosura en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, segunda persona de la Santísima Trinidad e hijo de María, “tota pulchra”. Y fue Él quien nos enseñó, en el Sermón de la Montaña, que también nuestra vida será luminosa a los ojos de los demás cuando las obras que hagamos sean “kala erga”, es decir, bellas, por su autenticidad, simplicidad, coherencia, esplendidez, verdad y bondad.

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