(De profesión cura) Leo con gran alegría la noticia de que el cardenal de Madrid, D. Carlos Osoro, se había reunido con el sacerdote Manuel González López-Corps para comunicarle que la Congregación para la Doctrina de la fe había rechazado el recurso que él había presentado contra la sentencia absolutoria al sacerdote y que, por tanto, estaba exonerado de toda acusación y cargos y que, por lo tanto, el arzobispo se disponía a levantar las medias cautelares que sobre este sacerdote había impuesto desde el inicio del procedimiento y desde el momento en que se recibió la primera sentencia.
Me alegro mucho por Manu, como se le conoce popularmente, pero pienso mucho en el calvario que ha pasado este sacerdote durante no menos de tres años, que le han supuesto apartarse de toda actividad pública, con un mandato de silencio procesal según la norma canónica.
Absuelto. Completamente absuelto y se supone que en los próximos días repuesto en sus cargos anteriores. Me alegro infinito. Que un sacerdote sea absuelto es siempre una magnífica noticia. Eso sí, quién le devuelve a Manu la salud, le compensa el sufrimiento pasado y el por venir, porque hasta los amigos acababan diciendo que “hay algo serio en lo de Manu cuando hasta se recurre la absolución”. Más aún, le han colgado a perpetuidad el baldón de la sospecha, por eso tan cínico de que “algo habría”.
Absuelto. Gracias a Dios. Pero a ver si aprendemos de una vez, porque los protocolos sobre el tratamiento de posibles casos de abusos parecen hechos para salvar a los de arriba a costa de dejar desprotegidos a los de abajo.
Un ejemplo. Servidor ha trabajado años y años con niños y jóvenes en diversos ámbitos, incluyendo internados. Imaginen que un día dos de aquellos internos que tuve a mi cargo se presentan ante la justicia, civil o canónica, denunciando que hace treinta o cuarenta años servidor les metía mano en los dormitorios. Son dos, efectivamente yo estaba allí, y la cosa podría tener su verosimilitud.
¿Qué hacer? La impresión que da es que los de arriba no quieren pillarse los dedos ni aparecer en los medios como encubridores ante un posible caso de abusos de parte de un sacerdote, por tanto lo primero es dictar medidas cautelares “por si acaso”. Las medidas cautelares consistirían por lo menos en dejar las parroquias mientras la cosa se resuelve. Es decir, que servidor, para empezar, deja las parroquias, se va a su casa y empieza a escuchar que este cura abusaba de los niños, porque estas cosas tan secretas siempre se filtran y acaban en la prensa, ávida de morbo clerical. Así que te vas a tu pueblo sabiendo que te señalan como abusador.
Civilmente, la cosa estaría más que prescrita. Canónicamente no. Toca proceso hasta ver qué ha pasado en realidad. ¿Meses, años? Finalmente, sentencia absolutoria. Ya. Después del tiempo que sea. Y siempre con el sambenito de que de este se decía y cuando el río suena.
Los de arriba dirán ufanos que a ellos nadie les puede decir nada porque han aplicado el protocolo exactamente. El cura muy tocado para siempre. Con la absolución, reposición en cargos. La parroquia que dejaste tiene un nuevo párroco. Hay que buscar otra parroquia, que al saber quién es el nuevo párroco dirá: ¿este no es uno que estuvo acusado…? Porque evidentemente la prensa, quizá incluso medios cercanos a curias, sacan la noticia porque se enteran o alguien quiere que ese cura se entere de lo que vale un peine. El día que llega la absolución nadie se hace eco. No es noticia.
Se han aplicado los protocolos.
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