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miércoles, 6 de abril de 2022

Homilía en el Funeral del M.I. Sr. D. Luis Marino Fernández Solís, Canónigo de Covadonga y Capellán de Cabueñes

Basílica de Santa María la Real de Covadonga 06/04/2022

Queridos hermanos sacerdotes, religiosas, hermanos todos en el Señor: ¡Paz y Bien!

Este grupo de cristianos subimos en esta mañana a Covadonga para tener una celebración exequial por un querido hermano. Todos tenemos experiencia de haber tenido que decir adiós a gente que hemos querido tanto que por mucho que fuera el afecto, la querencia de una amistad, la cercanía en un trabajo pastoral compartido, no han podido impedir que llegando la fecha misteriosa que Dios tenía anotada en su eterna agenda el desenlace de un desgarro, de una despedida haya tenido lugar. Y lo que hacemos los creyentes es mezclar nuestras lágrimas, el pesar que nos embarga el alma con el recuerdo vivo de quién cruzándose con nuestra vida nos hizo bien. Y así lo hemos hecho cada vez que hemos tenido que decir este adiós, ingrato, no querido, pero inevitable del que -como digo- todos tenemos harta experiencia. Lo que hacemos entonces los creyentes es recordar, como quien quiere hacer la síntesis de lo que nos queda en un recuerdo de un hermano o de una hermana. Y tenemos en la memoria palabras que nos decimos unos a otros: ¿te acuerdas aquella vez? y contamos una anécdota, que son gestos y son palabras que no debemos olvidar. Porque es el mensaje que a través de esa persona Dios nos quiso susurrar o regalar a manos llenas. Es el mensaje que nos ha hecho mejores, bondadosos; que nos ha hecho incluso ''cristianos''.

Cuando yo en Madrid voy al cementerio donde están enterrados mis padres, me siento en la lápida, deletreo sus nombres, las fechas cuando nacieron, las fechas cuando murieron, en la vida que por ellos se me dio recuerdo justamente las palabras y los gestos que en ellos Dios me regaló. Y así hacemos con un hermano querido como Luis Marino, cuya Santa Misa estamos por él ofreciendo. Tantos de los aquí presentes pudisteis estar en el momento del funeral propiamente dicho, otros estábamos demasiado lejos, por eso agradecí cuando se me indicó que había un funeral en Covadonga, precisamente aquí donde él estaba ejerciendo su ministerio.

Viniendo ahora de Oviedo, he pasado junto a los pueblos penúltimos que él pudo atender como cura párroco, y se me ha elevado esa plegaria de agradecimiento porque fue en esos pueblos donde yo conocí a Luis Marino. No tuvo una salud especialmente boyante y fuerte, y por eso ya nos había dado varios sustos, que cuando pude acercarme incluso a la UCI con una concesión especial él me hablaba sonriendo. No podía decir palabra del entubamiento que sufría, pero se pueden decir tantas cosas con una mirada bondadosa o con unos labios que te ofrecen fragmentariamente una sonrisa. Y yo le decía ''Luis Marino, pedimos por ti; Dios sabe cuando, en ti y en nosotros; pedimos por ti y si Dios lo permite que te pongas bueno porque te queremos, porque te necesitamos como hermano''. Y esas veces previas el Señor quiso, y así nos lo volvió a regalar, que fue cuando yo le bauticé con el nombre de ''felino'' para sonreírse él diciendo: ''algo de esto soy, pues yo sé que estoy en la prórroga''. No pudo ser, y esta vez, en esta ocasión, sabiendo sólo Dios el momento y la circunstancia vino a anticiparle la Pascua. Los demás seguimos haciendo nuestro particular camino de cuaresma, y a Luis Marino se le ha anticipado la Pascua; más que anticipar, se le ha dado cuando Dios sabía y quería que la podía regalar.

Hablamos de un destino, el último que yo le concedí como obispo en el mapa de una familia, y él me pidió si era posible venir a Covadonga, y por supuesto que le dije que si. Y cosa que no siempre hago, vine a la toma de posesión de su canonjía. Recuerdo que en el abrazo que nos dimos al final me dijo: ''no se lo puede usted imaginar Don Jesús, pero hoy es de los días más felices de mi sacerdocio, por la querencia especial que le tengo a la Santina, por lo que supone ser canónigo en Covadonga''. Y efectivamente, yo le vi feliz y contento y agradecido a la Iglesia, y así han transcurrido estos años como canónigo. Una permanencia en la que también cansó, y entonces me pidió poder compaginar su ministerio en Covadonga con el de llevar el consuelo y la esperanza a los enfermos, y me pidió ir a Cabueñes en Gijón. Y yo le dije: ''Luis Marino, primero tente mucho la ropa que no estás para especiales ajetreos. Habla con tus hermanos del cabildo de Covadonga, y si tú así lo deseas y crees que será un bien, adelante''. Y así me lo dijo y así lo acepté, sabedor de que estaba tal vez pisando demasiado fuerte o forzando la máquina de su cuerpo que estaba ya demasiado tocada.

Pude estar con él especialmente durante el momento más severo de esta pandemia que poco a poco parece que vamos superando. Y cuando estaba a lo peor de la misma yo quedé aquí confinado. Fueron meses, y pude conocer más a fondo la grandeza de su alma, la bondad de su vida y esa sonrisa que nos decía tantas cosas; tantos cantares, simplemente sonriendo. Fueron meses particularmente gozosos donde compartí con los hermanos curas aquí en Covadonga esa circunstancia, momentos de reír y de llorar, momentos de rezar y de interceder por algo que nos desbordaba. Aprecié sus cualidades culinarias que no eran pocas, y yo que he sido cocinero después que fraile, pudimos compartir alguna receta.

Cuando vine el domingo, me faltaba esa sonrisa en la explanada y en la mesa fraterna de las comidas, me faltaba Luis Marino; como si Covadonga estuviera incompleta, como si no fuera bastante la Santina y el fluir de tanta gente que va y viene con sus llantos y sus heridas, con sus preguntas...Y este evangelio que acabamos de escuchar viene tan al dedo con su anillo, porque también Marta sabedora que llegaba Jesús que no estuvo en el funeral de Lázaro le reprochó, diciendo: ''si hubieras estado, mi hermano no habría muerto''. Lázaro es de las pocas personas que se murió dos veces, y en una de ellas Jesús lo resucitó, no tanto por tener el gesto de devolvérselo a la llorosa Marta, sino para que Marta pudiera crecer en su esperanza. Pero Lázaro se volvió a morir, y en ese caso Jesús no regresó para resucitarlo.

Lo que hacemos los cristianos ante este adiós, en ese momento en el que paradójicamente la muerte forma parte de la vida: ''que morir sólo es morir y hasta morir se acaba'' y es cruzar una puerta a la deriva llegando a una mañana viva tras tanta noche trasnochada'' -parafraseo al poeta-. Nosotros es lo que hacemos en este momento que hemos de asumir hasta que seamos nosotros los despedidos; que también esa fecha llegará. Recordamos con afecto y gratitud a un amigo, a un familiar, a un hermano. Damos gracias por el regalo de su vida y su paso entre nosotros. Y rezamos; no todo en la vida, ni en la de Luis Marino, ni en la tuya, ni en la mía; no todo siempre ha sido luminoso, justo y centrado -al menos esa es mi experiencia- que ha veces se me apagan las cosas, se me tuercen los caminos y parece que contradigo con la vida lo que siguen contando mis labios. Esa es mi experiencia, y supongo que no será tan distinta a la tuya, como no fue tan distinta a la de nuestro hermano Luis Marino. Únicamente que la palabra última no la tiene mi cansancio, mi contradicción, mi incoherencia o mi pecado...La última palabra -gracias a Dios- se la reserva el Buen Pastor. Ese que hemos cantado en el salmo: ''que Él es mi pastor, y si Él es mi pastor, nada me falta''. La pregunta es que cuando me faltan cosas, las añoro o las deseo con ansiedad; el Pastor Bueno no persigue mis pasos, los puede acompasar como uno de tantos en la muchedumbre que se me junta, pero no hace Él de pastor; y por tanto, ésta es la cuestión que se nos plantea: ¿Qué pastores advenedizos me desvían, me entretienen, me retrasan y me impiden ver lo que ahora con claridad eterna es luz para Luis Marino?. Es una buena pregunta que nos llama a conversión a quienes seguimos haciendo la cuaresma. 

Recordamos, agradecemos y encomendamos; es lo que estamos haciendo este grupo de cristianos que celebra lo más grande como es la eucaristía, pidiendo por alguien que hemos querido tanto. Tantas veces me habéis escuchado la expresión de San Francisco de Asís en su admonición nº19: ''somos lo que somos ante Dios, y nada más''. Lo que somos ante otros, lo que somos ante el espejo más mío, no siempre es verdadero, pero lo que somos ante Dios es lo único que somos. Y por eso ponemos sobre este altar, en el que tantas veces Luis Marino puso su beso al comenzar y terminar una eucaristía, en donde él partió el pan y escanció el vino del cuerpo y la sangre de Cristo, en donde después repartió el pan vivo a los hermanos aquí, precisamente su último destino pastoral, donde también nosotros ponemos en esa patena y en ese cáliz su vida, que nos parece prematuramente acabada. 

Encomendamos su alma, pedimos el regalo de la Resurrección, esa que Cristo resucitado vino a entregarnos con su Pascua, y cariñosos recordamos sus palabras y sus gestos como quien quiere arrebujar la herencia de un tesoro que Dios nos ha regalado en un hermano. Descanse en Paz, y que el Buen Pastor sin cañadas oscuras en la que arriesgar nuestros pasos, sino en esa tierra nueva y luminosa en la que ya no habrá llanto ni luto, él nos pueda esperar hasta que Jesús vuelva. Que la Santina nuestra Madre, a la que tan tiernamente él amó, le cubra con su manto. Amén.

+Fray Jesús Sanz Montes O.F.M.,
Arzobispo de Oviedo

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