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jueves, 28 de abril de 2022

Domingo. Por Guillermo Juan Morado

(La Puerta de Damasco) El cuarto evangelio deja constancia de la aparición de Jesús resucitado a los suyos “al anochecer de aquel día, el primero de la semana” y, de nuevo, “a los ocho días” (Jn 20,19.26). El día primero de la semana, el primer día después del sábado, pasó a llamarse “domingo”, “día del Señor”, porque en ese día tuvo lugar la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

San Agustín comenta que “el Señor imprimió también su sello a su día, que es el tercero después de la pasión. Este, sin embargo, en el ciclo semanal es el octavo después del séptimo, es decir, después del sábado hebraico y el primer día de la semana”. Jesús resucitado inaugura la nueva creación y la nueva alianza y abre, asimismo, el día que no tendrá ocaso: la vida eterna.

Nadie vio el hecho mismo de la resurrección. Se trata de un acontecimiento transcendente que irrumpe en la historia. Benedicto XVI, usando una metáfora, dice que se trata de la mayor “mutación”, del salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos.

Nadie vio el hecho mismo de la resurrección, pero sí hay testigos que creyeron en el Resucitado porque este “se hizo ver”. Entre ellos, Tomás, quien abandonando toda duda dio una respuesta de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Esta respuesta, que tiene a Dios como fundamento, no carece de razones humanas. Para los apóstoles, se apoya en la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado. Para los creyentes que han venido después, se apoya en el testimonio creíble de los apóstoles, rubricado incluso con el martirio.

El domingo, primer día de la semana, recuerda el primer día de la creación, cuando Dios dijo: “Exista la luz” (Gén 1,3). Pero el domingo, como día octavo, ya que sigue al sábado, simboliza, escribe san Juan Pablo II, “el día verdaderamente único que seguirá al tiempo actual, el día sin término que no conocerá ni tarde ni mañana”; la vida sin fin.

En la resurrección de Cristo se condensa todo el sentido de la historia, con su carga de dramatismo – no podemos olvidar que el Resucitado es el Crucificado -. Desde la resurrección se puede contemplar el origen con una actitud de confianza – en el ser, en la vida, en el mundo-, se puede afrontar el presente sin caer en el desaliento o en la náusea, y cabe abrirse al futuro con esa rara fuerza que se llama esperanza.

Celebrar el domingo, para encontrarse con Cristo en la fe, otorga credibilidad a lo que Xavier Zubiri supo expresar filosóficamente: “No es necesario ser profeta para decir que el hombre volverá a Dios no para huir de este mundo y de esta vida, de los demás y de sí mismo, sino que al revés, volverá a Dios para poder sostenerse en el ser, para poder seguir en esta vida y en este mundo, para poder seguir siendo lo que inexorablemente jamás podrá dejar de tener que ser”.

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