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lunes, 11 de abril de 2022

Daniel Cuesta: "¿Qué buscan las personas en la Semana Santa? ¿Se trata de fe o es simplemente folclore?

El jesuita, segoviano y cofrade, asegura que la religiosidad popular es una realidad viva que interpela a la Iglesia y a la sociedad"

(Ecclesia) Después de dos años sin procesiones, parece que por fin, en la Semana Santa de 2022, los cofrades podrán volver a acompañar a sus imágenes titulares por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Con todo, como se puede imaginar, no será una Semana Santa de una total normalidad, tal y como la hemos conocido a lo largo de nuestra vida.

Puesto que, como ocurre con otras realidades sociales y religiosas, el desarrollo de los desfiles procesionales, todavía tendrá que enfrentarse a algunas medidas sanitarias con el objetivo de tratar de contener al virus que nos ha privado de nuestras procesiones, de nuestra vida normal y que se ha llevado por delante a tantas personas.

Ante esta realidad, las cofradías llevan meses trabajando con un vigor, un entusiasmo y una creatividad que contradicen desde luego los malos augurios de aquellos que pronosticaban que esta pandemia acabaría con el fervor de tantos y tantos hermanos que no volverían a incorporarse a las filas de sus cofradías.

Muchísimas personas que participan en la Semana Santa son cristianos que viven su fe en comunidad

Hace tiempo que comenzaron los ensayos de aquellos que serán los encargados de ser los pies de las imágenes por las calles, así como de quienes tocarán las marchas procesionales que los acompañarán. Han comenzado los triduos, quinarios, septenarios y novenarios que preparan espiritualmente a los hermanos para el momento tan grande que van a vivir.

En tantas casas, se han sacado ya las túnicas, constatando con asombro que llevaban dos años guardadas en los armarios. En muchos pueblos y ciudades han comenzado los preparativos logísticos necesarios para que el transitar de las procesiones sea devoto, solemne y seguro. Y, en definitiva, por todos los rincones de la España cofrade se siente un entusiasmo y una emoción que mira esperanzada hacia el cielo, pidiéndole que no descargue en las próximas semanas esa lluvia primaveral tan temida por el mundo semanasantero. Y, como siempre, este entusiasmo cofrade que llena las iglesias de jóvenes, que atrae a tantos «alejados» hacia nuestras imágenes y que inserta con normalidad en los cortejos procesionales a personas que no se identifican necesariamente con la Iglesia en nuestro día a día, nos lanza a los creyentes varios interrogantes que algunos exprimen con mayor o menor entusiasmo y espontaneidad.

Virtudes, potencialidades y oportunidades

Uno de ellos sería el de ¿qué buscan todas estas personas en la Semana Santa? ¿Se trata de fe o es simplemente folclore, tradición, turismo o fiesta? Otro quizá pudiera ser el de ¿qué grado de compromiso tienen estas personas con la Iglesia? o ¿hasta qué punto se sienten parte de ella? O, si se prefiere, ¿entienden su participación en la religiosidad popular como algo eclesial o la viven al margen de esta institución? Y, por último, aunque podrían presentarse muchos más, vendrían las preguntas ad intra de ¿qué es lo que puede hacer la Iglesia por la religiosidad popular? ¿Cómo podemos integrar en la comunidad cristiana a sus miembros más alejados? Y ¿qué es lo que nos está diciendo Dios por medio de ella? ¿Podremos discernir algunos «signos de los tiempos» en sus ritos y en las vivencias de sus integrantes?

Lo dicho hasta ahora nos hace ver, en primer lugar, que la religiosidad popular es una realidad viva que interpela no solo a la Iglesia, sino también a la sociedad. Puesto que, como se ha dicho ya en tantas ocasiones, no deja de ser curioso que en un momento de descristianización como el que estamos viviendo en el que, por un lado, la religión parece estar siendo borrada del ámbito público y, por el otro, las propuestas pastorales y la acción evangelizadora encuentran dificultades para atraer a las personas hacia la fe, las calles de nuestros pueblos y ciudades se inunden de procesiones y de actos de piedad que son seguidos atentamente por miles y miles de personas.

Esto nos hace ver que quizá la fe no está tan ausente de nuestra sociedad como quisieran hacernos creer o como nosotros mismos creemos. Y también que la religiosidad popular no es un mero teatro o un recuerdo de otra época, sino una realidad viva por la que la fe puede entrar en la vida de las personas. En el fondo, todo ello está en la línea de aquellas palabras en las que el Papa Francisco afirma que la realidad es siempre superior a la idea.

Y, por tanto, no debemos asombrarnos de que la religiosidad popular cuestione a la Iglesia y a nuestros esquemas, sino más bien preguntarnos qué es lo que podemos hacer para tratar de comprender lo que en ella acontece y así poder mirarla no como una amenaza, sino como una oportunidad, a la vez que buscar la manera de ayudar a que sus integrantes puedan vivirla cada vez de una manera más profunda que les acerque al misterio de Jesucristo, muerto y Resucitado, que celebramos.

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