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viernes, 22 de abril de 2022

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Después de la tormenta, a cara descubierta

Una Siempre nos sucede tras el impacto que nos produce una situación complicada o una circunstancia irreversible. Que en el momento en el que suceden reaccionamos en caliente para intentar resolverlo, o para que no nos haga demasiado daño. Pero, si pasan los días, las semanas y los meses o los años, y esa situación o circunstancia no se arregla o es imposible que lo haga, entonces poco a poco se van enquistando. Y ya sabemos lo que es un quiste: que se mete dentro de la cápsula lo que no da la cara, mientras nos sigue dañando de tantos modos. 

Nos ha ocurrido con esta larga pandemia de algo más de dos años. No todo ha sido claro, ni todo ha resultado eficaz, ni los distintos responsables han estado siempre a la altura de esta tremenda precariedad, dando pie a tantos episodios: desde el incierto origen del virus que sale de un laboratorio militar chino especializado en armas químicas, a la prioridad ideológica a la hora de abordar la gravedad del virus, o la trucada contabilización de los muertos, hasta el aprovechamiento político de una tragedia y la corrupción económica de gente sin escrúpulos. 

No obstante, también ha habido mucha generosidad en no pocas personas que han arriesgado sus vidas y recursos para salir al paso de la emergencia que imponía esta pandemia. No sólo generosidad, sino también un alto testimonio de lo que significa entregarse al prójimo y dar de tantos modos la vida. Ahora, viene el momento de escenificar la finalización de las últimas medidas que quedaban vigentes: las famosas mascarillas. Todo un relato de cómo han sido presentados estos “tapabocas” en los distintos momentos de esta larga pandemia. Ya no serán obligatorias, aunque no estarán, lógicamente, prohibidas. 

Pero hemos de acoger el asunto dentro de la prudencia dado que en Asturias estamos todavía en cifras altas de contagios y deberíamos mantener las mascarillas en lugares cerrados con aglomeración de gente. Y con esta medida normalizadora parece que recuperamos tantas cosas en las relaciones humanas, en las expresiones del afecto dentro de la familia y la amistad, en las deportivas y sus aforos, en las religiosas y sus cauces, en las culturales y sociales. Necesitábamos esa recuperación que pusiera fin al inmenso secuestro que esta pandemia nos ha impuesto sin pedirnos permiso ni perdón. 

Bendita normalización que poco a poco nos ayudará a retomar lo mucho hermoso que en las relaciones humanas con todos sus registros (amistosos, afectivos, culturales, sociales, religiosos) se pueden dar. Cuando ha sido imposible que se dieran, hemos constatado cómo se ha introducido el miedo en el alma, la sospecha frente a todos, la rareza en nuestros comportamientos, la extravagancia más egoísta y hasta la fuga de todo y de todos. El resultado, en estos casos, es que las personas han quedado tocadas y demasiado condicionadas, hasta el punto de hacerse tan extrañas que se han hecho distintas. Conozco a no pocas personas así: jóvenes y viejas, inteligentes e insensatas, cultas e incultas, animosas o desanimadas. 

Quitarse las mascarillas y tapabocas, es un ejercicio de liberación que hay que conciliar con la prudencia. Pero hay otras mascarillas que podemos llevar en los ojos, en el corazón, en la confianza. Y ahí hemos de trabajar para seguir creciendo más y más, en nuestra humanidad personal y en nuestra manera de ver y vivir las cosas. Porque las circunstancias no siempre está en nuestra mano poder cambiarlas, pero sí que depende de nosotros y de nuestra postura ante la vida, el modo de mirarlas, de vivirlas y abrazarlas. 

No nos resignemos a lo que nos ha podido condicionar e hipotecar durante demasiado tiempo tantas cosas hermosas. Demos gracias a Dios por los buenos ejemplos que otros nos han ofrecido y lo que en medio de esta tremenda coyuntura hemos podido aprender en medio de nuestra precariedad y pobreza. Al final, el Señor, buen escribano, escribe cosas bellas y rectas en nuestros renglones más tortuosos y desastrados. Y por los que han quedado en el intento, con todo afecto rezamos. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

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