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viernes, 15 de abril de 2022

Cristo muere por ti. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Jornada de silencio, pasión y luto; así es el Viernes Santo en el que las campanas enmudecen. Hoy no llaman a misa, no llaman a fiesta, pues este es el único día del año en que la Iglesia no celebra la eucaristía. Es una  tradición antiquísima que conservamos y que nos ayuda a meditar cómo Cristo pasa por la muerte: ¡Bendito día de Viernes Santo! Hasta en esta fecha era un insulto celebrar la muerte de alguien; pasado este día todo cambiará, dado que la muerte ya no tendrá la última palabra. 

Cuando tengo que hablar con matrimonios o novios, salen a relucir los problemas propios de la convivencia, y he aquí que se hace verdad el dicho popular de que ''donde hay amor, hay dolor''. Este es el contexto en el que cobra sentido a la celebración de los Oficios de hoy: reconocer que ha habido alguien que aceptó el dolor de todos únicamente por amor. Así lo vemos en este día: ensangrentado, crucificado, yacente... Con el corazón roto de tristeza y su costado abierto por todos, ciertamente, pero con el nombre de cada uno de nosotros ahí dentro, amándonos a cada uno con todo lo bueno y malo que tenemos. Por eso debemos gritar al mundo este descubrimiento: ''Me amó hasta el extremo"... 

En la vida nos encariñamos de muchas personas que posiblemente nos fallarán en el camino: amigos, conocidos, familiares, compañeros de trabajo... Pero debemos tomar conciencia de que sólo hay un amor que jamás falla, que siempre estará ahí esperando pues nos ha demostrado -aún sabiendo que no íbamos a estar a la altura- que nos ha querido hasta la muerte y hasta la locura, una locura de muerte en cruz.

Sólo es creíble el amor cuando es total; sin reservas, sin cotos privados en el corazón, sin letra pequeña en el contrato... Cuando alguien ama a una persona hasta el punto de perder su propia vida para que el otro siga viviendo, podemos afirmar que es un amor auténtico, sin trampa ni cartón. Y es que "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos". A Cristo con nosotros le ocurre como a aquella mujer embarazada que a los dos meses de encontrarse en estado de buenaesperanza le diagnostican un cáncer muy agresivo, y le dicen: ''tranquila, te ponemos estos tratamientos y aunque pierdas al niño no pasa nada; lo primero cúrate tú y ya te quedarás embarazada más adelante, que eres joven''. Y la chica, decidida, no se trata del cáncer; prefiere tener al pequeño que se gesta en su interior. No lo conoce, nunca lo ha visto, y sin embargo, lo ama hasta tal punto de anteponer su vida a la propia. 

Cuando uno se sumerge en la celebración de la Pasión según San Juan, en cada oración y gesto de la liturgia se hace difícil pensar que podamos salir esta tarde del templo igual que entramos. Por muy endurecido de malas experiencias que tengamos el corazón, qué mejor tarde que ésta para volver los ojos a la cruz. San Agustín condesa la verdad de este día en una pregunta que podemos respondernos cada uno a nosotros mismos: En la cruz, ¿fue Cristo el que murió o fue la muerte la que murió en El?... Para muchas personas Viernes Santo es playa, turismo, día cine, fiesta y ocio; otros ni siquiera saben por desgracia qué celebramos estos días, pero esto no ha de quitarnos nunca la paz; nuestra generación desaparecerá; y la siguiente, y la siguiente, como desaparecieron las anteriores, pero los frutos la Cruz permanecerán. No nos preocupemos de lo que hace el vecino, sino respondámonos francamente si para mi el Viernes Santo es el día en que en la cruz Cristo murió, o el día que la muerte murió en Él.

Del relato de la Pasión que otros años hemos analizado de forma más minuciosa, queremos quedarnos este año sólo con un detalle: de los cuatro evangelios sólo esta versión de San Juan nos presenta a María junto a la cruz de su hijo. Allí estaba Ella con el corazón traspasado de dolor por lo que presenciaba. Y Jesús mira a su Madre, y mira a Juan y a todos los que allí estaban. Y expira en esa hora nona de esa forma tan gráfica que nos ha presentado el discípulo amado; no mirándole sólo a él -por ser el autor del texto- y a la Virgen, sino que murió mirando a su Iglesia -su Esposa- y a nosotros. 

En Polonia comienza hoy la novena a "Jesús de la Divina Misericordia", cuya fiesta celebraremos el próximo domingo Segundo de Pascua, y, qué mejor día para empezar a interiorizar la misericordia de nuestro Dios que el día en que acepta el sacrificio de su Hijo. Abrahán estaba dispuesto por su gran fe y amor a Yahvé a sacrificar sobre el altar de la cima del monte a su hijo Isaac; fue una prueba de fe, pero el Señor le dejó seguir disfrutando de su hijo. Más en esta tarde resuenan en nosotros esas palabras exclamadas desde el patíbulo del madero: ''Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu''. Y cuando le atraviesan el costado con la lanza, "al punto salió agua y sangre"... Si nos fijamos en el cuadro de la Divina Misericordia, es lo que brota del costado de Jesús misericordioso. De su costado salen los tesoros de su corazón: la fuente del bautismo, la Eucaristía, la Iglesia... Así nos lo recuerda el Catecismo: ''Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz''. Por el agua bautismal renacemos, por el cáliz de la eucaristía viviremos para siempre. 

Mi último recuerdo para este día está en el drama de Ucrania: ¿Dónde está el Señor ante la ignominia e infamia que sufre esa pobre gente?... Pues allí está: bajo los escombros, en los sótanos y escondites, entre los que huyen, entre los enfermos y en el pecho bajo la ropa de inocentes como crucifijo o escapulario, sufriendo y muriendo con ellos. Por eso quiero concluir con esta oración, tan dura como apropiada para este día escrita por el Arzobispo de Nápoles Monseñor Battaglia: "¡Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros! ¡Señor Jesús, muerto en los brazos de su madre en un búnker en Kharkiv, ten piedad de nosotros! ¡Señor Jesús, enviado con veinte años al frente, ten piedad de nosotros! ¡Señor Jesús, que aún ves manos armadas a la sombra de tu cruz, ten piedad de nosotros!. Perdónanos Señor, si no nos conformamos con los clavos con que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas. Perdónanos, si estas manos que creaste para proteger se han convertido en instrumentos de muerte. Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestro hermano, si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel. Perdónanos, si seguimos justificando la crueldad con nuestro cansancio, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones. ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, te suplicamos! ¡Detén la mano de Caín!"... en el mundo entero! 

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