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viernes, 11 de marzo de 2022

Carta semanal del Sr. Arzobispo

De carnavales y cuaresmas
 
Es una vieja tradición llegando estas calendas, donde se escenifican las tramas de carnaval y los tramos de una cuaresma ya comenzada. Hay de todo, y resultan diferentes en su porte y su intención, tanto las tramas como los tramos que acabo de mencionar. Pero me detengo en una reflexión al hilo de lo que he podido ver en estos días entre el más inocente desenfado de nuestros pequeños y el intento burlón y blasfemo de algunos adultos. No ofende quien quiere, sino quien puede. Y estos “algunos” no pueden hacerlo, aunque lo intenten. Pero me fijo en algo más hermoso. 

Como en un juego inocente, vi desfilar a los más pequeños que jugaban por unos instantes a su nuevo carnaval. Brevemente han sido su propio héroe o heroína. Los hemos visto alegremente agitados mirándose en el cristal de cada escaparate mientras se colocaban sus penachos de mosqueteros espadachines o su corona con velo de tul como princesas. Por unos momentos han sido lo que tal vez eran en sus sueños. Y así se han metido en el carnaval de sus fantasías jugando con la inocencia propia de su edad disfrazada infantilmente sin maldad alguna. Así hemos visto de aquí para allá en estos días a tantos niños que han escenificado el divertimento que no tiene ninguna trastienda. 

Pero este carnaval juguetón y sin malicia termina cuando se acaba la fecha convenida y hay que devolver los disfraces, quitarse las caretas y regresar al atuendo cotidiano que en nuestros más pequeños tiene un círculo sencillo y sagrado: convivir con su familia, aprender tantas cosas en el cole, ver cómo crecen sus cuerpos, sus sueños y expectativas. Todas las preguntas, tantas de sus respuestas, tienen ese ámbito del hogar, de la escuela, de la parroquia. Allí maduran creciendo y dejándose crecer, queriendo y aprendiendo a querer, creyendo y ahondando su fe, esperando y echando a volar sus ensueños. Así de hermoso es un carnaval como requiebro retozón de los más pequeños. 

Los adultos tenemos otros carnavales. Y duran todo el año. Los disfraces y las caretas llevan otras intenciones, y responden tantas veces a un engaño calculado que tiene pretensiones inconfesables.  Ahí están los tejemanejes de algunos políticos que afean tan noble quehacer con la corrupción de sus grupos y sus personas en la feria de sus mentiras. Ahí también las frivolidades de los que reducen su horizonte a lo que el gran escritor Thomas Eliot denunciaba en los tres ídolos del poder, el sexo y el dinero.

¡Cuántas historias fallidas, cuántos caminos perdidos y cuántos sueños truncados y trocados en pesadillas por jugar a los juegos prohibidos que estos tres ídolos entrañan! Ahí están también todas las violencias sangrientas que llenan de terror los corazones, los hogares y los pueblos, como estos días en los que lamentamos de nuevo una guerra injusta como todas. Del carnaval del disfraz, a la verdad de la vida cotidiana. Así comienza la cuaresma cristiana.

Una cuaresma única e irrepetible, en la que Dios nos quiere sorprender porque Él jamás aburre, en la que nos convoca a la escucha de sus palabras olvidadas por tanto no escucharlas y al reestreno de sus gestos traicionados por distraernos olvidadizos, esto es lo que llamamos conversión del corazón. En este tiempo de gracia que es la cuaresma como preparación a la pascua, estamos llamados a hacer un camino de conversión que arranque las caretas del carnaval de la indiferencia y deje aflorar nuestro parecido y semejanza con Dios testimoniando así su bondad y su belleza que puedan traslucirse en el eco de nuestras palabras y en el paso de nuestras andanzas. Esta es la procesión cotidiana en la que somos testigos del amor de Dios que nos ayuda a mejorar en las relaciones entre nosotros y en el corazón que a diario acompaña y cuida.

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

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