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martes, 8 de febrero de 2022

La izquierda contra la Iglesia (otra vez). Por Luis Ventoso

La súbita campaña de Sánchez y sus medios con los abusos busca deteriorar la institución, porque Dios es un obstáculo para el «regresismo»

(eldebate.com) Los abusos sexuales a menores son una de las acciones más repugnantes que puede cometer un ser humano y marcan o traumatizan de por vida a quienes los sufren. Los niños son lo más sagrado de la humanidad, su esperanza y su inocencia limpia. Por eso el propio Jesucristo empleó las más contundentes palabras para protegerlos: «Ay de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar» (Mateo 18:6). Pero el clero está hecho de hombres y por desgracia ha habido, y hay, casos de abusos sexuales cometidos por religiosos (católicos y no católicos). Ya en 1962, con San Juan XXIII, la instrucción vaticana Crimen Sollicitacionis condenó los abusos con claridad y graves sanciones. Aunque también es cierto que durante largo tiempo algunos prelados encubrieron estos casos, por el erróneo planteamiento de que así contribuían a salvaguardar el buen nombre de la Iglesia.

En el mundo eclesiástico la lucha contra la pedofilia no ha empezado ahora. En el final de su pontificado, San Juan Pablo II llamó por ello a Roma a la cúpula católica estadounidense y desde 2001 los abusos figuran entre los delitos más graves de la Iglesia. Benedicto XVI, con su coraje de formas suaves, avanzó mucho en el combate y prevención y en sus viajes apostólicos se cuidaba de recibir a las víctimas. Con Francisco se ha dado nuevos pasos, con una convención al respecto en febrero de 2019 y la contundente carta apostólica Vos estis lux mundi, de mayo de ese año, donde detallan las rigurosas e inmediatas acciones que se deben tomar en cuanto se sospeche de un caso.

Es decir, la Iglesia está peleando desde hace años contra esta lacra, que además debe ser puesta en su justo contexto. En contra de lo que nos quiere hacer creer estos días una atronadora campaña de la izquierda gubernamental y su coro mediático, no es en el universo eclesial donde se produce el grueso de los abusos sexuales, ni muchísimo menos. Los informes más respetados señalan que los sacerdotes cometen un 0,2 % de los abusos en España. El epicentro de esta peste es la propia familia y sus aledaños. Los padres de los menores son culpables del 23 % de los casos; seguidos por compañeros de los niños (8,7 %); amigos (5,7 %), tíos (5,4 %) o amigos de la madre (5,4 %). En el ámbito de las actividades extraescolares, los monitores también cometen más abusos que los que se registran en el entorno eclesiástico: 1 % frente a 0,2%.

¿Quiere esto decir que los abusos de los clérigos son un problema que hay que minimizar? Por su puesto que no, nadie lo hace, empezando por la propia Iglesia. Pero lo que tampoco se puede hacer es abrir una suerte de causa general contra la Iglesia, como está haciendo la izquierda española y sus medios, mientras soslayan por completo, por ejemplo, los terribles casos de abusos a menores tutelados en Baleares y Valencia, en ambos casos con gobiernos socialistas que farolean de correcto «progresismo». Hay que investigar los abusos y acabar con ellos, sí. Pero todos los abusos (y ya puestos en materia, también cabría reflexionar sobre cómo el abandono de los principios morales de la fe, el vivir de espaldas a sus normas y valores, está influyendo en que aumenten los abusos en los hogares, pues todo vale en un mundo sin creencias).

El arzobispo de Oviedo, el franciscano madrileño Jesús Sanz Montes, que califica la pedofilia como «un crimen inmenso perpetrado con la más sucia alevosía», ha explicado con una claridad que se agradece lo que está ocurriendo en España: «Ha habido una consigna que señala a los cristianos como diana: la Iglesia roba y ha de devolver lo que indebidamente se ha apropiado, y la Iglesia abusa de los niños y personas vulnerables».

Creo que acierta en su diagnóstico. Lo que hay es, una vez más, una campaña de la izquierda para erosionar a la Iglesia. En los años treinta el método fueron los asesinatos de religiosos y prender fuego a algunos templos. Ahora, haciendo buena la cita de Marx de que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, tratan de destruir a la Iglesia por la vía del descrédito. ¿Por qué les molesta tanto la Iglesia católica? Pues porque porta la luz de Dios en nuestra sociedad. Y ese ser supremo y todopoderoso, al que los creyentes veneramos y ante el que nos humillamos, supone un estorbo mayúsculo para un proyecto «progresista» que defiende la autonomía suprema de un gran yo (paradójicamente, pastoreado por un Estado protector que al final acaba deviniendo en represor).

No se engañen. A Sánchez y sus aliados, que carecen de la más básica empatía con el sufrimiento humano –véase su frialdad heladora ante el dolor de la pandemia–, no les interesan las víctimas de los abusos, que sin duda merecen cariño y reparación. Lo que están haciendo es convertirlos en munición para intentar dinamitar uno de los diques que les estorban en la imposición del pensamiento único «regresista» (y por eso mismo les repugna también la educación católica, aún siendo la de mayor excelencia académica).

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