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jueves, 13 de enero de 2022

Mejor preguntemos a Dios, que no querrá cosa mala. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) En los años ochenta se puso muy de moda en la Iglesia lo de preguntar a la gente a ver qué quería. En una ocasión yo mismo, cura recién salido del horno, se lo propuse a un sacerdote de experiencia probada:

- Habría que preguntar as la gente de la parroquia a ver qué quiere.

- Eso te lo digo yo, me respondió. Lo que quieren es que dispensemos el sexto mandamiento, pero no estoy por la labor. No hay que preguntar a la gente qué quiere, sino preguntar a Dios qué quiere de nosotros, que no será cosa mala.

Más de una vez lo he aprovechado en alguna homilía, porque la gente quiere cosas y se pasa el día diciendo lo que tenemos que hacer, y siempre en la misma dirección de dar facilidades y acabar con exigencias. Yo también me lo sé a estas alturas de mi vida sacerdotal: que ayudemos a los pobres, que no exijamos tanto, que qué más da que las parejas se casen o no, se separen o dejen de separarse, que si comprensivos con los gays, que no hablemos tanto del aborto. Nada nuevo bajo el sol.

El problema no es lo que la gente quiere, sino lo que Dios quiere. Hubiera sido interesante una encuesta entre los habitantes de Sodoma y Gomorra sobre lo que ellos esperaban de las autoridades religiosas. Evidentemente comprensión para sus vicios y la declaración de sus prácticas aberrantes como de utilidad pública y expresión de la más genuina religiosidad. Entiendo que si hubiéramos preguntado a los emperadores romanos nos habrían dicho que tendríamos que pasar por el aro de sus cultos paganos, cosa que algunos verían bien en aras de una supuesta libertad. Los arrianos y luteranos, cada cual en su tiempo, habrían pedido tolerancia, respeto y, por supuesto, incorporar sus tesis heréticas al dogma católico.

Afortunadamente Dios nuestro señor era poco partidario de legitimar las prácticas sodomitas, conservador nos salió, los mártires se plantaron en jarras diciendo que había que obedecer a Dios antes que a los hombres sabiendo que eso les costaba el cuello, san Nicolás ante las tesis de Arrio respondió con una sonora bofetada nada sinodal y ante el luteranismo se convocó un concilio de Trento que dejó las cosas meridianamente claras, llenó la Iglesia de santos y nos ha servido estupendamente hasta hace cuatro días.

Y hoy, en estos tiempos que corren, ¿qué querrá Dios de nosotros? ¿Qué esperará Dios de su Iglesia? Lo fácil es preguntar al mundo. Tan fácil como inútil, porque ya sabemos las respuestas: encerrarnos en los templos, renunciar a todo tipo de visibilidad pública, legitimar cualquier ley o norma por contraria al plan de Dios que sea, poner una mejilla, la otra, la primera otra vez y el trasero si fuera preciso y atender a los pobres para los cuales el gobierno no tiene presupuesto.

¿Y Dios? Supongo que lo que pide Dios es que defendamos las verdades de la fe, prediquemos íntegro el evangelio, ganemos mucha gente para Cristo y animemos a que las cosas se hagan según quiere Dios, que no será cosa mala para la gente decente.

No es lo que la gente quiere, sino lo que la gente necesita y nosotros debemos ofrecer según el plan de Dios. El problema es que si haces lo primero y das a la gente lo que quiere, a la gente impía me refiero por supuesto, que es la mayoría, seamos claros, te llegan aplausos, sonrisas y parabienes. Si te empeñas en buscar lo que Dios quiere y en predicarlo y llevarlo al mundo, entonces acabas mártir. Muy jodido, por cierto, pero es para lo que estamos.

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