Nos encontramos en el Segundo Domingo de Navidad, donde seguimos adentrándonos en el misterio de este Dios-Niño. Estos días seguimos queriendo abrir la puerta al Verbo eterno encarnado a través del cual no sólo vemos la grandeza de Dios al abajarse a nuestra carne, sino que nos impele a valorar aún más nuestra propia condición al ver cómo el mismo Salvador la adoptó como suya.
Hoy en su epístola a los Efesios, San Pablo aborda el "ser hijos", y en estos días de Navidad no sólo nos comprobamos que Dios nos envía a su Hijo, también que nosotros por este Hijo somos hijos del mismo Dios al que nos atrevemos a llamar padre. El Creador nos contempla, abraza y salva por su Unigénito por medio del cual somos redimidos de todas nuestras faltas. Mirar al niño Jesús estas semanas nos facilita visualizar lo que significa el amor de Dios; nos mira con misericordia, nos sonríe, nos llama por nuestro nombre.
La primera lectura tomada del libro de la sabiduría, nos habla del auténtico saber que es el de Dios, el cual supera toda capacidad humana. Es un himno de alabanza al lugar que ocupa el saber como instrumento para tender puentes entre Dios y la humanidad. Y esta verdad la veremos más clara y perfectamente reflejada en el evangelio de este domingo en que la Iglesia nos presenta de nuevo el prólogo del evangelista San Juan, aunque más extenso. Es volver sobre este texto tan profundo del que tanto podemos aprender.
En él vemos a Dios como el Verbo, la Palabra... Podríamos aventurarnos a decir que aquí contemplamos cómo el que es la Verdad, la Sabiduría. Dios mismo toma la iniciativa no simplemente de facilitar puentes entre Él y el mundo, sino directamente saltándose todas las barreras e intermediaciones e ir Él mismo a cada hombre como uno más, como un humano más de carne y hueso.
No vivimos un tiempo mejor ni peor, sino que casi podemos decir que vivimos un tiempo bastante próximo al que nuestro Redentor descubrió al venir a este mundo. Una humanidad perdida, aturdida y desconcertada que no escucha, hedonista y egoísta, que mira con indiferencia el sufrimiento que producen las tinieblas en que vive que vivir a la luz de la Palabra encarnada. Por eso en este tiempo de la pascua navideña hemos de ser testigos y mensajeros como los ángeles y los pastores de Belén, que digamos a mundo: ¡''Dios ha nacido, venid''!
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