(El Comercio/ Carla Vega) Corría el año 1022 cuando en Cangas del Narcea comenzó a construirse un monasterio que, mil años después, se ha convertido en todo un icono del suroccidente asturiano. Conocido como el Escorial asturiano o el 'Escorialín', el Monasterio de San Juan Bautista de Corias tardó apenas diez años en construirse, un tiempo bastante corto si tenemos en cuenta la época y el tamaño del edificio, de más de 22.600 metros cuadrados construidos.
La inauguración del complejo monástico fue posible gracias a los condes Piniolo Jiménez y Aldonza Muñoz, y pasó entonces a ser ocupado por monjes benedictinos, quienes se encargaron del cuidado del entorno encabezados por Arias Cromaz, familiar de los condes que ocupó el puesto de primer abad del monasterio, cargo que ostentó durante diecinueve años. Lo que nadie podía intuir por aquel entonces eran todos los episodios por los que pasaría el cenobio hasta llegar al día de hoy, diez siglos después, a ser uno de los paradores nacionales con mayor relevancia del país, siendo también uno de los de mayor tamaño de toda la red.
Durante el tiempo en el que cumplió su función como monasterio, fueron los siglos XII y XIII los de mayor esplendor, llegando a poseer los monjes a su cargo tierras en la mayor parte del occidente de Asturias y en Castilla y León. Tal poder hizo que el monasterio sufriese remodelaciones y añadidos que no hicieron más que aumentar su valor histórico y cultural, aunque no queda nada de la factura románica primitiva: el monasterio fue reconstruido entre los siglos XVI y XVII en estilo herreriano. Después llegaría el peor momento que sufrió el edificio: un incendio, en 1763, que acabó con todo lo construido excepto con el actual templo cristiano, la sacristía y la biblioteca.
A continuación llegaría una concienciuda reconstrucción entre 1774 y 1808. Estas obras dotaron de un claro estilo neoclásico a lo que sería la nueva estructura del edificio, de planta rectangular, con dos patios, dejando la iglesia en uno de sus laterales. Esa disposición queda especialmente marcada en la fachada exterior de piedra, monumental y sobria.
De los orígenes sobrevivieron pocas cosas, algunas ruinas románicas que se conservan dentro de los sótanos del actual parador, y que algunos de los que hoy se alojan en él han podido conocer. Así lo cuenta María José Nicolás, trabajadora del parador que también realiza visitas turísticas al edificio. «De la iglesia actual, que data del siglo XVI, podemos apreciar muchos detalles. Se ha conservado muy bien, principalmente gracias al cuidado de los monjes, que llevan siglos encargándose de su atención. Es un templo que suele gustar mucho a los visitantes y que, además, alberga la talla de un Cristo glorioso que podemos considerar el más importante del medievo asturiano», expone la guía.
Tras la desamortización, los benedictinos dejaron el cenobio en 1835, y en 1860 pasó a ser ocupado por los monjes dominicos, que continúan hasta la actualidad en dicho enclave. Pasados los años, el monasterio se utilizó como escuela y cárcel, como noviciado dominico, instituto laboral y centro de formación profesional. Y durante todo este tiempo, los monjes han convivido con las distintas actividades. Hoy endía, con la de alojamiento turístico. «Ya solo somos dos, y cuando nosotros no estemos, todo habrá terminado», decía el prior, Emiliano Burgos.
En 1982, el edificio fue declarado monumento histórico-artístico nacional. Esto llevó al Consistorio y al Principado a tomar la decisión de rehabilitarlo en 2006, invirtiéndose seis años y cerca de 30 millones de euros, para finalmente convertirse en Parador Nacional en 2013. «El parador ha sido sin duda un gran atractivo para Cangas, nos ayuda a atraer mucho turismo, y mucho llega atraído por su historia», explica el alcalde cangués, José Víctor Rodríguez.
Precisamente es ahora, mil años después de su nacimiento y tras todo lo acontecido a lo largo de los siglos, cuando está viviendo una segunda época de esplendor. Así lo considera Daniel González, director del parador. El entorno que ofrece este enclave sumado a la situación sanitaria que vivimos hace que Corias sea un destino muy demandado. «Hemos aumentado la ocupación en los dos últimos años, y nos hemos convertido en el parador más valorado de la red esos dos años, algo muy complicado de conseguir y que valoramos mucho», explica González.
El director del parador, que también invita a sus clientes a conocer los secretos de Cangas del Narcea más allá de las paredes del monasterio, espera que este 2022 puedan preparar alguna actividad especial en torno al aniversario. Pocos edificios pueden presumir de guardar mil años de historia entre sus paredes.
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