Continuamos nuestra travesía espiritual por este camino del adviento que en este segundo domingo nos presenta una voz, un grito, un clamor que quiere interpelarnos y llamarnos la atención. Es la hora de contribuir a preparar el camino al Señor.
La primera lectura del profeta Baruc hacemos nuestro este sentimiento de acción de gracias que el autor entona refiriéndose al retorno del pueblo del destierro babilónico a su soñada Jerusalén que comenzaba a renacer de sus cenizas, a retomar la vida perdida, a ser restaurada. Ese es el marco histórico ciertamente, pero no es menos cierto que el pueblo judío como la Iglesia Católica a lo largo de su larga historia vemos en tantos pasajes de la Sagrada Escritura como este el ejemplo que continuamente actualizamos tras pasar duras pruebas en nuestras vidas, parroquias, diócesis... El Señor no nos deja llorando en la añoranza, viene a nosotros, pues a Dios no le preocupan tanto las caídos sino que tras estas nos levantamos. A esto viene a Cristo, a levantar a la humanidad caída, a traernos la luz a los que habitamos en tinieblas, a llenar de esperanza a lo que la han perdido.
Nada está perdido por completo, en peores nos hemos visto a lo largo de los siglos, más el Señor que siempre ha tenido la última palabra nos ha demostrado estar de nuestro lado cuando les hemos dejado venir a nuestras vidas. Ahí están las palabras del salmo de hoy: ''Cuando el Señor hizo volver a los caustivos de Sión, /nos parecía soñar:/ la boca se nos llenaba de risas,/ la lengua de cantares''.
En estos días hemos de predisponer el corazón para Cristo que va ha venir, no sólo la noche del 24 de diciembre, sino cada día, el último día de mi vida terrena, al final de los tiempos ''cuando transforme nuestros cuerpos frágiles, en cuerpos gloriosos como el suyo'' ( ). No seamos cristianos sin esperanza, pues ella somos salvados. Cuando Cristo venga ya no habrá luto ni aflicción, sino paz y justicia verdadera: ''Paz en la justicia y Gloria en la piedad'' como ha subrayado el profeta Baruc. Vendrá a reunirnos, para conducirnos a la luz de su gloria con alegría.
El domingo próximo (D.m.) incidiremos más aún en este aspecto. ''la alegría''. Es imprescindible que se nos reconozca a los seguidores de Jesús de Nazaret como personas alegres, que viven felices conscientes de que han encontrado el mayor tesoro de todos, el único que nos da la plenitud. Ahí tenemos la epístola de San Pablo en su carta a los Filipenses que hemos escuchado y comienza revelándonos su propio estado de ánimo: ''Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría''. Pablo está orgulloso de esa comunidad, de esa parroquia, y les anima a seguir así, trabajando, creciendo en el amor, en el gozo de juntos compartir la misma fe... El apóstol nos da las claves a nosotros, no nos pongamos fechas, no pensemos en el mañana, sino hagamos bien el presente. ¿Puede haber mejor forma de prepararse para cuando venga el Señor que haciendo en cada momento lo que hay que hacer?. El autor sagrado al final de la epístola afirmaba: ''Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia''. Cada cual ha de colaborar para que cada día mejoremos como comunidad en el seguimiento del Señor.
El evangelio de San Lucas de este día nos presenta a San Juan Bautista, el precursor, que como vocero para la humanidad nos trae un mensaje revelador, y es que a la humanidad le va a venir su salvación. No es un desconocido para nosotros este Juan, el cuál el evangelista nos dice que era ''vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías'' para hacerlo más familiar a nosotros podemos decir ''el hijo de Santa Isabel''. Y el texto nos dice que andaba por los pueblos predicando, invitando a la conversión y bautizando por el perdón de los pecados... Juan por tanto estaba cumpliendo su misión de ''ir por delante de''. Pero era consciente que él sólo nada podía hacer, por eso invita a todos a unirse a su misión de preceder al Mesías. Y San Lucas nos trae un fragmento del antiguo testamento tomado del profeta Isaías que es una una definición perfecta de Juan Bautista ''Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos''.
Si recordáis también Baruc nos ha dicho algo muy parecido en la primera lectura sobre este tema: ''Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas; ha mandado rellenarse a los barrancos hasta hacer que el suelo se nivele, para que Israel camine seguro, guiado por la gloria de Dios''. ¿Qué nos está diciendo el Señor en este domingo? ¿Qué tenemos que ir a mover tierra al Pico Cueto, quitar los baches del Resbalón o asfaltar las caleyas del Carbayu?. Si, pero no se refiere a las montañas, caminos, valles ni colinas físicas; lo que Dios nos está pidiendo es que quitemos la tierra que sobra a las montañas de mi vida para cubrir los valles vacíos, arreglar lo escabroso de mi alma, facilitarle el camino para cuando el venga. Las personas a menudo terminamos siendo piedras puntiagudas con aristas que pinchan, dejémonos trabajar por el río de la gracia por medio de la confesión para que así seamos cantos rodados que no dañen sino acaricien. Ya tenemos trabajo para esta semana, revisar lo que ha de ser arreglado en nuestra vida de cara a esta navidad y así poder preparar bien el camino al Señor.
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