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jueves, 9 de diciembre de 2021

Por mí no diga usted la misa. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Diez minutos para las once de la mañana. Iglesia parroquial de La Serna del Monte. Nadie.

Un par de minutos después, la señora Juana, con sus ochenta y siete años cumplidos esta misma semana.

- ¿Qué le parece cómo ha quedado la iglesia?

- Perfecta. ¿Usted sola o han venido las chicas?

- Para esto ya me valgo yo.

Lo que ella llama “esto” es preparar la corona de adviento, que lo hizo en un ratito el sábado por la tarde, pasar la escoba, traer los purificadores limpios y sacudir la alfombra.

- ¿Y no me puede llamar?

- ¿Qué se piensa? ¿Qué ya no valgo?

- Lo mismo estamos los dos solos en misa.

- Pues como quiera, por mí sola no la diga.

- Por usted, y por nadie que hubiera. Es primer domingo de adviento y es la misa parroquial. Punto.

Se nos está escapando Dios de la vida y de las parroquias, cuando resulta que lo que el mundo más necesita es Dios mismo. Lo que pasa es que este mismo mundo no puede resistir la mirada de Dios. No es fácil aguantar la mirada de Dios cuando la honradez se ha escapado por la puerta, la familia por la ventana, la solidaridad de verdad por la chimenea, no se respeta la vida y el gran problema de hoy es que lo mismo no nos llega el último teléfono móvil a tiempo. Por esto la gente va borrando a Dios de su vida y adormece su conciencia si acaso con algún pequeño gesto de solidaridad.

Que esta situación no nos pille ni dormidos ni anestesiados. Corremos el gran riesgo de contribuir también nosotros, la gente de Iglesia, a ese desdibujarse de Dios. Por un lado, que si las exigencias de la Iglesia son muchas -sería antes- y por otro que total para dos o tres que vienen no merece la pena hacer nada, ni la misa.

Pobres de nosotros.

El mundo necesita a Dios por encima de cualquier otra realidad. Y eso solo lo podemos ofrecer nosotros, los creyentes. Mal negocio si nos echamos atrás.

Triste sería llegar a ese momento en el que en uno de nuestros pueblos ya no hay ni misa el domingo. Eso es abjurar de la fe para quedarnos en un conservar ciertas tradiciones, hoy casi más culturales que religiosas, como la misa y la procesión del día de la fiesta.

Me da igual que venga la señora Juana sola, que luego apareció otra señora y ya fueron dos. Es igual. Lo que importa es que en La Serna siguen sonando las campanas que llaman a misa no solo el domingo, sino también jueves y sábado, que el templo parroquial no es un simple monumento antiguo, sino un lugar de oración y de encuentro del pueblo de Dios, donde se sigue celebrando la misa y el culto, porque también rezamos el rosario y se expone cada jueves el Santísimo Sacramento, no mayormente para la señora Juana, sino para gloria de Dios, honor de la Virgen María y gozo de todos los ángeles y santos, bien de la Iglesia, bien del pueblo y bien, especialmente, para Juana y los que llegan, que saben lo que es vivir delante de Dios.

La misa es algo grande en La Serna y en la catedral de Burgos, en Piñuécar, Braojos o el mismísimo Vaticano, la celebre este cura, el santo padre o su eminencia reverendísima el cardenal Cardenález. Con la señora Juana como casi única feligresa, con alguno más en otros momentos o celebrando el señor cura solo.

No importa. Es la misa, es Cristo de nuevo ofreciéndose en el calvario, y con él todos los ángeles y santos que yo bien sé que, en estos días recios de frío y hielo, cuando apenas Juana se atreve a salir de casa, se llaman unos a otros para venir a La Serna, para que no estemos solos.

Ayer estaba la iglesia de La Serna abarrotada. Aparentemente la señora Juana, Angelines y un servidor, pero en el coro no cabían más ángeles y santos, que yo los estaba viendo. Bendito sea Dios. Benditos sean.

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