Páginas

lunes, 27 de diciembre de 2021

La Navidad de Nietzsche. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

(lne) Sélestat es una localidad del noreste de Francia que celebra, en estos días, el quinto centenario de la más antigua mención existente del árbol de Navidad. Se trata del registro, en un libro de cuentas, que se encuentra en un archivo municipal, del pago de cuatro “schillings” a los guardas forestales para que, por santo Tomás, vigilasen el bosque.

Era en la fiesta de ese Apóstol, que ahora es el 3 de julio, pero su martirio se recordaba, por entonces, litúrgicamente, el 21 de diciembre, cuando la gente del pueblo podía cortar los abetos o algunas ramas, actividad ilegal fuera de esa fecha, que habrían de colocarse en lugares significativos durante la Navidad. Los estudiosos reconocen, en esa breve anotación, una referencia implícita a la costumbre de la tala y ornato de las pináceas para engalanar casas y plazas por el Nacimiento de Cristo.

Además de mostrar, en una exposición, el libro de cuentas y otras obras alusivas al árbol de Navidad, de 1555 y 1600, se ha editado un sello conmemorativo de la efeméride (1521-2021) y Sélestat resplandece con las luces que alegran sus calles, repletas de gente, y negocios, colmados de toda suerte de objetos para regalar.

El árbol navideño, que es evocación de los del Paraíso, ejerció una fascinación enorme en Friedrich Nietzsche (1844-1900). Lo refiere él mismo en sus escritos autobiográficos, que comenzó a redactar cuando tenía catorce años. En las páginas que corresponden a la niñez, se acordaba de la impresión que le produjo el parque urbano de Naumburg: «¡Oh, mirad!¡Verdaderos árboles de Navidad!».

Fue más adelante, al confesar la nostalgia que sentía por la fiesta de la Navidad, no pudiendo contenerse en anhelos por su llegada, cuando compuso estas sentidas letras de amor al árbol y al Niño de Belén:

«¡Qué magnífico se nos muestra el árbol de Navidad con su copa adornada por un ángel, señalándonos el árbol genealógico de Jesús, cuya corona era el Señor mismo! ¡Qué límpidas brillan las numerosas luces, símbolo material de que mediante el nacimiento de Cristo se hizo la luz entre los hombres!».

Y proseguía: «¡Qué apetitosas nos sonríen las manzanas de mejillas sonrosadas que nos hacen recordar la expulsión del paraíso! ¡Y mira, al pie del árbol está el niño Jesús en el portal, rodeado por José y María y por los pastores que lo adoran! ¡Cómo dirigen al Niño la mirada entrañable, rebosante de confianza! ¡Ya quisiéramos también nosotros consagrarnos así al Señor!».

Cuesta creer que esta composición haya salido de la pluma de Nietzsche; sin embargo, hubo un tiempo en el que, para él, la Navidad era «la noche más feliz del año» y «la fiesta de la cristiandad entera». Luego su pensamiento discurrió por derroteros menos condescendientes con la teología y la teodicea, pero, cualesquiera que hayan sido éstos en los años de madurez, ¿no son los de infancia y adolescencia los que constituyen la verdadera patria de una persona?

No hay comentarios:

Publicar un comentario