¡Bendita tú eres!. Por Joaquín Manuel Serrano Vila
Este viernes hemos iniciado las "ferias mayores del adviento" en las que nos preparamos de forma más intensa meditando los ocho días previos las mismas antífonas que popularmente llamamos "de la O", no sólo por que muchas comienzan con la expresión "O", sino porque además, a la Virgen del Adviento se la ve en estado de buenaesperanza; tiene el vientre redondeado de toda embarazada, por la que la llamamos Nuestra Señora de la "O", o de la "expectación". Hoy también, cuarto domingo de adviento, encendemos la última vela de nuestra "corona" con la alegría de sabernos ya en la puertas de la Navidad.
La Palabra de Dios de este domingo nos presenta de qué modo concreto viene Dios a nosotros; no de una forma sorprendente, sino para romper nuestros esquemas de la última manera que alguien se pudiera esperar. Nuestro Dios no es amigo de las pompas y grandezas, sino de la discreción y la pequeñez. Así viene en natural humildad y sencillez por medio de María de Nazaret. En el final del adviento la Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada ya sólo en Ella; ya atrás quedan los profetas y las predicaciones del Bautista, ahora la protagonista es María.
En la primera lectura el profeta Miqueas se nos describe lo que supone vivir el misterio desde lo pequeño. El gran rey David había nacido en una humilde y pequeña ciudad llamada Belén, por eso quizá el Mesías esperado no vendría de forma ostentórea, sino que el Santo Rey lo haría de forma modesta. Se vislumbra también la intención del autor de presentar la pertenencia del futuro Mesías a la estirpe de David, el linaje "perpetuo" que habría de hacer así al Señor. Pero no olvidemos que el contexto es imprescindible para entender la idea que a través de los siglos aquellos se habían ido construyendo sobre el futuro del Salvador. Algunos lo veía como la solución a sus problemas terrenales y políticos: que la tierra, la dispersión o cuál era del auténtico pueblo elegido... Esto nos puede pasar también a nosotros, esperar que Dios venga sólo a solucionarme los problemas de esta vida y no los de la venidera que con su presencia promete y verifica.
San Pablo viene en nuestra ayuda con el fragmento de su "Carta a los Hebreos", en la que el Apóstol llama a vivir nuestra vida personal entrelazada con Dios. Así también Él quiere injertarse en nuestra historia y encarnarse en nuestro barro, y es aquí donde empieza su abatimiento y su sacrificio. Viene a ponerse en lugar de los animales que eran ofrecidos, y aunque su sacrificio tuvo su punto culminante en la cruz empezó ya con su encarnación y nacimiento, donde la afirmación del oráculo lo prefigura: "he aquí que vengo para hacer tu voluntad"...
Sería impropio en esta Parroquia no decir nada sobre el evangelio de este domingo, que en Lugones conocemos prácticamente de memoria; no dejemos de sorprendernos de la Palabra en la que Dios siempre nos dice algo nuevo. Hoy podemos quedarnos con estas tres pinceladas que nos pueden ayudar:
María, voz del Señor. Es curioso que tras el impacto del anuncio del Ángel y la Encarnación, Nuestra Señora en lugar de tomarse un tiempo para asimilar aquello, lo que en realidad hace es ponerse en camino. Le preocupa más lo que pueda necesitar su prima que sus propios problemas y, por encima de todo, ha recibido y asumido la Palabra del Señor en su totalidad, por lo que no puede esconder este tesoro para sí, sino que lo lleve a quien cree que lo necesita.
María mujer de periferia. No debía ser la Santísima Virgen una persona destacada ni especial relevancia, como tampoco su anciana prima, a pesar de estar casada con un sacerdote, debía ser muy conocida. La hija de Joaquín y Ana entiende a la primera que Dios enaltece a los humildes como hará ante su prima en la proclamación del "Magníficat", por esto va a Ain Karem, por ser una periferia necesitada de visita.
María portadora de esperanza. Por su fe y su docilidad al plan de Dios con su sí, pudo Dios hacer de ella la "Puerta del Cielo". Como madre gestante, lleva en su vientre a Jesús, al que es la vida y nuestra luz. Por eso con su paso regala alegría, paz y gozo; Dios llega a salvarnos: ¡ya está ahí! Cómo no aclamar junto a Santa Isabel: ¡Bendita tú eres!
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