Ya está aquí noviembre, y recuperando poco a poco la normalidad, este año hemos podido tener celebraciones en nuestros camposantos con la participación prudente de todos, y no a puerta cerrada como nos vimos obligados a realizar el pasado. Algo que nos ha hecho pensar en este tiempo de crisis sanitaria es la realidad de la muerte, aunque otro tema no poco importante al respecto es ''la soledad de los muertos'', y no me refiero a la novela de Rosa Pérez, sino al recuerdo en la oración no sólo de los nuestros que ya se han ido, sino de aquellos difuntos que ya no tienen a nadie a quien les rece. Un ejemplo claro son los sacerdotes; en cuanto desaparecen sus familias y las generaciones que le conocieron en la parroquia pasan pronto a convertirse en las tumbas más olvidadas del cementerio. Quizá tiene su punto místico pensar que así verificaremos también en el camposanto aquello que el mismo Cristo experimentó y que casi ocho siglo antes describió el profeta Isaías a la perfección: ''Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; ante el cual escondimos el rostro, menospreciado...''
Hemos de vivir la realidad del cementerio no sólo en profunda clave de fe, sino también de caridad; una caridad que no únicamente se manifiesta en el cuidado y limpieza del nicho o sepultura de mis difuntos y en no manchar el de la familia que está debajo, sino ir más allá, y si veo una sepultura abandonada, con telas de araña y que evidentemente hace mucho tiempo que nadie visita, regalarle mi tiempo y mis manos para limpiarla, ponerle tres flores y, sobre todo, rezar un padrenuestro por los que allí reposan. Qué obra de misericordia tan grande es esta de enterrar a los difuntos, lo cual no significa solamente darles tierra, sino orar por aquellos por los que ya nadie reza.
Santa Teresita del Niño Jesús al ingresar en el convento se había propuesto cuál sería una de sus principales misiones: ''esforzarse por sacar muchas almas del purgatorio''. Ella ofrecía cada día sus esfuerzos, penas, ayunos y oraciones en favor del alma más necesitada de todas las que estaban en el Purgatorio; por el difunto que más tendría que esperar para poder llegar al cielo. Así la misma Santa en su "Historia de un Alma", decía: ''¡Qué feliz me sentiría si, yendo al purgatorio, pudiese librar a otras almas y sufrir en su lugar''.
Hoy quisiéramos detener un poco la atención sobre dos realidades que necesitamos intensificar en nuestra vida, la primera es sobre la Solemnidad de Todos los Santos que, por desgracia, la hemos convertido en otro día de difuntos sin más, cuando en realidad es un día de gozo y de fiesta al honrar a los mejores hijos de la Iglesia. En este sentido, hemos de volver sobre el credo y preguntarnos: ¿creemos en la comunión de los Santos?... Nos olvidamos a menudo que la Iglesia somos muchos más que las personas que vemos y contamos; la formamos todos: vivos y muertos, y todos estamos unidos espiritualmente en esa Comunión. Juntos compartimos un sólo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo -la Iglesia- al cual todos contribuimos en favor y por el bien común desde el compartir y el rezar unos por los otros.
Y en segundo lugar, habría que recuperar las piadosas costumbres de nuestras mayores, muchas de las cuales tenemos actualmente entre telas de araña en el trastero; me refiero concretamente a las "gracias" que se nos conceden al ganar una "indulgencia plenaria", por ejemplo. No es ninguna tontería ni nada desfasado; aún este mes el Papa Francisco ha decretado prorrogar durante todo el mes de noviembre las Indulgencias Plenarias para los fieles difuntos. Pero, ¿qué es eso y cómo se gana?.
Ganamos la indulgencia a diario de muchas maneras: rezando el rosario, besando un crucifijo, pero en este mes de difuntos se nos pide en concreto hacer una piadosa visita al cementerio o templo donde reposen nuestros difuntos para rezar un padre nuestro y un credo, y acudir a un templo para confesarnos, comulgar y hacer una oración por el Santo Padre. De esta forma no sólo alcanzamos la indulgencia, sino que ayudaremos a nuestros difuntos más necesitados de purificación.
Aunque la mejor forma de ayudar a nuestros difuntos es ofrecer la eucaristía (misas) por ellos, donde lo importante no es que se digan sus nombres muchas veces; Dios ya conoce sus nombres y sabe de nuestra intención. Lo importante es que se ofrece el Santo Sacrificio sobre el Altar por el alma de ese difunto en concreto necesitado de ayuda y al así podremos aliviar su pena de no gozar aún de la presencia beatífica y plena del Señor. Esto sigue vivo en el sentir del pueblo de Dios; da igual donde encarguemos las misas; podemos hacerlo en la Catedral, en Covadonga, en un Santuario, en el pueblo o en la parroquia natal; el lugar es lo de menos, lo importante es ayudar a los nuestros conscientes de que “Es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que sea vean libres de sus pecados” (2 Mc 2,12)
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