(Rel./ Luis Javier Moxó) El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, es franciscano y su último libro es un acercamiento a la rica personalidad cristiana de San Francisco de Asís (1181-1226), presentada de forma que convierte al gran santo medieval en un guía esclarecedor para los cristianos de hoy. Su título, San Francisco de Asís, compañía para nuestro destino (Encuentro).
-¿Qué pueden aportar hoy San Francisco y Santa Clara como referencia y ayuda en la situación que están viviendo los jóvenes?
-Los jóvenes de cada generación tienen una serie de retos comunes. El corazón de aquellos dos jóvenes medievales como Francisco y Clara no tiene preguntas distintas a las que puedan tener hoy en día nuestros chavales. Porque, como decía Rainer María Rilke, “la pregunta es lo que está sin resolver en el corazón”. Este autor bohemio-alemán decía que para entender y reconocer la respuesta, hay que amar previamente la pregunta, aunque esto nos deje inseguros, inciertos, vulnerables. Pero sólo quien pone nombre a su sed, es capaz de descubrir la correspondencia que el agua viva tiene con él.
»Francisco y Clara nos ayudan a esta lealtad con las propias preguntas, esas que no hemos puesto nosotros y que nosotros solitariamente no sabríamos responder. Hoy en día se imponen a nuestra juventud preguntas prestadas, falsas, tramposas, para las que no hay respuestas verdaderas. Francisco y Clara supieron amar sus preguntas y reconocieron en Cristo la respuesta. Su amistad fue sólo un cauce para que tal encuentro con el Señor se hiciera más fácil y verdadero.
-¿Se parece la "ruina eclesial" a la que se tuvo que enfrentar San Francisco con la que hoy en día reflejan los medios acerca de la Iglesia Católica?
-Cada época sabe de su ruindad, porque cada época vive la luz de su fidelidad a Cristo y, al mismo tiempo, la oscuridad de sus desvaríos. A San Francisco se le dijo aquello: reparar la Iglesia. Y esta llamada es siempre contemporánea de cada generación cristiana. No necesitamos un “quinto evangelio”, sino que el Evangelio eterno, la Buena Noticia de Dios para sus hijos, ya está proclamada en Jesús para toda la historia.
»Pero, como sucedió en la época de San Francisco, los cristianos podemos olvidarnos del Evangelio por dejar de escucharlo, o podemos traicionar los gestos misericordiosos de Dios hacia nosotros al dejar de conmovernos y agradecerlo. Entonces Dios grita de nuevo sus viejas palabras, visibiliza sus añejos gestos… en la carne de los santos, en su voz y su figura, para que otros podamos volver a escuchar y contemplar. Esto hizo Francisco, y a esto estamos llamados nosotros. Quizás seamos el único Evangelio (si lo escuchamos y lo testimoniamos) que muchos de nuestros contemporáneos podrán oír en sus vidas. Esto es lo que sorprendió de San Francisco, incluso al mismo papa Inocencio III, y el Poverello de Asís se convirtió en un humilde albañil de la casa de Dios que es la Iglesia.
-¿Cuáles han sido las mejores aportaciones del carisma franciscano?
-El carisma franciscano es especialmente bello en su hondura y sencillez, por eso es tan atractiva su propuesta, precisamente por su profunda raíz evangélica. La cosmovisión franciscana de la vida, la espiritualidad franciscana, la he desarrollado ampliamente en mi libro. El punto de partida es esa triple filiación de San Francisco: fue hijo de Dios, hijo de aquella Iglesia, hijo de su tiempo o época. Acertar a conjugar las tres filiaciones con la propia historia y el propio temperamento, es lo que da la originalidad de un carisma como el de Francisco.
»Desde la primordial nota de la espiritualidad franciscana que es el encuentro con Dios como absoluto de nuestra vida, se percibe una fuerte llamada no sólo a amarle a Él, sino también de amar lo que Él ama, que son todos sus hijos que nos entrega como hermanos. Esta es la segunda nota importante: la fraternidad. Es cierto que los hermanos más inmediatos son los que mayormente se nos confían y a los que se nos envía para que nuestro amor y caridad no sean jamás abstracciones que nos inhiben, sino rostros y circunstancias que nos comprometen.
»Pero hay muchos más hermanos a los que abrazar, especialmente los pobres, sea cual sea el nombre de su pobreza (leprosos, mendigos, enfermos, solitarios, confusos, pecadores, desesperanzados…). Y la vida misma tiene esa misma traza fraterna cuando comparte la misma firma de autor en el Creador de todas las cosas: la naturaleza, la creación, se hacen también hermanas que hay que respetar, agradecer, salvaguardar.
»Una tercera nota será la minoridad, que es una expresión de la pobreza evangélica. Ser menor es ser pacífico, estar desarmado de todo aquello que puede generar violencia. Pero la minoridad es una actitud de cristiana humildad que no pretende jamás apropiarse de lo que Dios hace y dice en uno mismo, ni de lo que Dios hace y dice en los hermanos. Esta era la forma con la que Francisco explicaba a sus frailes la condición de menores y pobres: no apropiarse de nada ni de nadie, y menos aún no apropiarse de Dios.
»Una cuarta nota de la espiritualidad franciscana es la eclesialidad. San Francisco salvó a la Iglesia, la reparó, porque se dejó salvar y reparar él mismo por ella. En su tiempo había muchos restauradores falsos que acabaron en la más crasa herejía, porque no amaban a la Iglesia que también entonces tenía defectos, sino que la criticaban proyectando sobre ella sus propias derivas.
-En su libro habla de la compañía para el destino al presentar la figura de San Francisco. ¿Qué significa esto como acercamiento a los santos y quién le inspiró esa perspectiva?
-El Papa Francisco ha hablado de “los santos de la puerta de al lado”, es decir, los santos sencillos y cotidianos que se han santificado a través de una vida ordinaria que ha surcado los instantes diarios desde una conciencia cristiana. Tal vez no estén canonizados por la Iglesia, pero ellos tienen su altar en el cielo de Dios.
»Mi trabajo sobre San Francisco quiere ser también una aportación a la teología de los santos, los cuales no son desplazamiento de la Belleza de Dios ni ensordecimiento de su Palabra, sino la humilde verificación en la historia de los hombres de que esa Palabra se sigue escuchando y esa Belleza se puede contemplar. Ellos se convierten así en el más hermoso testimonio del Señor resucitado, testigos de esa presencia y revelación. "San Francisco era verdaderamente un icono vivo de Cristo", dijo Benedicto XVI. Es lo que de un modo precioso reconoce la Iglesia en esos rostros, como ya enseñaba la Didaché.
»San Francisco de Asís es una de las historias de santidad más enraizadas en el Evangelio, atravesando los siglos y generando en su grande familia espiritual, todos los registros de una santidad encarnada en el tiempo de cada época y en los lares de cada espacio. El Poverello es, por eso, una compañía que nos ayuda con discreción a llegar a ese destino para el que cada uno nacimos, que no es otro que la santidad cristiana. Una compañía que acompaña nuestra fidelidad, no una suplencia que desplaza nuestra libertad.
»Esto lo descubrí en Luigi Giussani, cuando decía que "el santo no es profesión de minorías ni una pieza de museo. La santidad es la sustancia de la vida cristiana. Pero a pesar de la parcialidad de ciertas imágenes queda la huella de una idea fundamentalmente exacta, a saber, la idea de que el santo no es un superhombre, de que el santo es un hombre real, porque sigue a Dios y, en consecuencia, al ideal por el que fue creado su corazón y del que está hecho su destino". Esta es la memoria que me he propuesto hacer de San Francisco como gratitud por la llamada que recibí de seguir al Señor Jesús en ese mismo camino.
»Se trata de un acercamiento a la rica personalidad cristiana de San Francisco de Asís. Ha querido Dios mantener su validez como don para su Iglesia y la humanidad, a través de ochocientos años. Y frente a los fáciles reduccionismos a los que se ha podido prestar (muy a su pesar) San Francisco de Asís, he querido presentar como hijo suyo espiritual que soy y como obispo de la santa Iglesia, ese modo de ser cristiano que se deriva del franciscanismo. He querido evitar que se reduzca a verde ecologista, a blanco pacifista, a pana proletaria, la belleza de una santidad que Dios hizo brillar para la historia cristiana a través de uno de sus hijos más fieles al legado de Jesús.
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