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martes, 12 de octubre de 2021

Homilía del Sr. Arzobispo en la Festividad del Pilar

Hoy celebramos una festividad entrañable que tiene varios registros por los que dar gracias y entonar nuestro cántico de alabanza. Tiene sabor de patronazgo hispano, y lleva en sus estrofas con música de jota aragonesa la imborrable hazaña descubridora que está unida para siempre a su fecha. Tiene algo de nosotros la fiesta de la Virgen del Pilar. Se ve en lontananza el color de los bosques con sus ocres y amarillos, y se percibe el frescor que exhalan las primeras nieves que adornan las cumbres de su Pirineo, metiéndonos de bruces en esta época de magia dulce y serena de un otoño apenas estrenado. Este ambiente nos acoge en una cita especial en la tierra aragonesa, pero que lo es de toda España e incluso, allende los mares, de toda la Hispanidad. Efectivamente, estamos celebrando la festividad de Ntra. Sra. del Pilar.

Hace más de cinco siglos que sucedió esa epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban arcabuces y soldadescas, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar compartiendo con aquellas gentes recién descubiertas, la alegría cristiana con toda su belleza. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, la fe y el afecto mutuo. Nosotros nos mestizamos, los hicimos nuestros y dejamos que nos hicieran suyos, dando por resultado el abrazo hispano que ha marcado el descubrimiento del nuevo mundo. Pero debemos dar un paso atrás en el tiempo, porque mucho antes de esa efeméride histórica, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida: nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano (como lo hacemos aquí en la Catedral de Oviedo que celebra sus 1200 años o como hacemos en el Santuario de nuestra Santina de Covadonga), por allí se nos reclama nuestra mirada y devoción, cuando vamos recuperando la vida normal tras la malhadada pandemia que nos ha secuestrado demasiadas cosas. Si acaba la guerra, hay que salir de las trincheras, porque en las trincheras sólo se mete uno para refugiarse y protegerse, no para vivir la vida y compartirla. Si acaba la pandemia, hay que retomar nuestra vida ante Dios y ante los hermanos que nos acompañan.

Hemos escuchado en el Evangelio de hoy, cómo una mujer sencilla le echó un piropo nada menos que a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27). Es el piropo a la buena madre que debe llenar de gozo agradecido a un buen hijo. Y sin embargo, Jesús modificó tal exclamación. No porque quisiera poner gravedad ante un elogio que prorrumpió aquella mujer sencilla. Si no, más bien, porque Jesús quiso situar en su justa medida la alabanza, el piropo que en Él hacían a su madre. “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). María quedó para siempre marcada por aquella palabra que se le invitó a escuchar cuando el ángel le anunció que podría ser madre del Mesías. Su reparo “¿cómo será esto si yo no conozco varón?”, no era la sospecha del escéptico, sino la petición de ayuda de quien se encuentra desbordado ante una palabra demasiado grande. Lo imposible para ti, es posible para Dios, fue la respuesta de ayuda que ella recibió. Y su reacción no se dejó ya escapar jamás: que esa Palabra se haga carne de mi carne.

María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. La historia creyente de la Virgen María nos habla de un requiebro hermoso en la fatalidad cotidiana, para poder asomarnos con Ella y en Ella a cómo en la tierra de todos nuestros imposibles Dios puede hacer florecer su divina posibilidad. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.

Si las piedras que sostienen la Basílica del Pilar pudieran hablar, nos darían testimonio de la petición de tantos hermanos nuestros que a través de los siglos han ido y venido precisamente a ese lugar buscando el pilar que es capaz de sostener la firmeza ante cualquier zozobra y contradicción. Es el pilar símbolo de un sí en el que comienza la historia cristiana, y en ese sí de la Virgen el pueblo cristiano no ha cesado de fundamentar su fe que se ha dilatado misioneramente por toda la hispanidad.

Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz.

Nuestra tradición cristiana ha reconocido siempre en María ese milagro de amor que Dios nos entregó en ella, porque ella siempre está junto a nosotros cada vez que nos falta el buen vino de bodas, como sucediera ya en Caná. Si falta el vino de la paz o de la gracia, de la esperanza o de la luz, María siempre estará para indicar a su Hijo Jesús que estamos faltos de esos vinos generosos, y para recordarnos a nosotros lo que nunca hemos de olvidar: hacer lo que Él nos diga. Por ese saber escuchar las palabras de Dios y vivirlas, por eso María es bienaventurada. Hoy es un buen día para saber dar gracias por todos estos motivos que dan sentido a nuestra alabanza dando gloria a Dios en María pilar de nuestra fe.

Finalmente, junto a la epopeya hispana y cristiana de descubrir América, junto a la memoria mariana de la fiesta de la Virgen del Pilar, hoy también celebramos un patronazgo que es especialmente querido por nuestra querida Guardia Civil. Nos unimos al festejo de la Benemérita y damos gracias por su impagable servicio a favor de la Patria y de las gentes de bien en nuestra seguridad diversa cuando España o las personas pueden correr el riesgo de cualquier atentado en su unidad, en su dignidad, en todo lo que constituye nuestro bien social y personal. No hay rincón de la montaña o del mar, de los caminos rurales y carreteras viales, de estamentos oficiales y establecimientos varios en donde nuestra Benemérita esté ahí haciendo honor a su divisa de defender España y proteger nuestro pueblo. Felicidades por la Patrona. Contáis con todo nuestro afecto y agradecimiento.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Santa Iglesia Catedral

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