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martes, 26 de octubre de 2021

Homilía comienzo fase diocesana del Sínodo

Queridos sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada, fieles cristianos laicos. Paz y bien a todos. Estamos comenzando en la diócesis algo que ya ha tenido comienzo en otras. Fue la indicación de la Santa Sede, para poder caminar juntos en toda la Iglesia, en este horizonte sinodal al que nos ha invitado el papa Francisco. Lo hacemos como comunidad cristiana que peregrina en la vida en esta tierra asturiana. Como nos ha dicho la primera lectura del Deuteronomio, hemos de saber escuchar hoy la voz del Señor, esa que Él nos grita para nuestro bien.

No es bueno que el hombre esté solo, decía ya el texto del Génesis cuando se narra la creación del ser humano. Porque aún habiendo sido la criatura más esmeradamente creada por Dios, la única que se le asemejaba, había un poso de extrañeza, de tristeza fatal que le hacía un ser inacabado e incompleto. Fue entonces cuando Dios decidió al varón masculino darle una hembra femenina. No, no era bueno que el hombre estuviese solo, sencillamente porque Dios no es soledad.

Este apunte de la primera página del relato de la creación, nos señala una verdad que no siempre hemos sabido vivir adecuadamente en la historia de la humanidad. Porque pretender saberlo todo, tenerlo todo o poderlo todo, es la vieja tentación humana de querer ser como Dios. La incompletez en la que hemos sido hechos, lejos de ser una maldición defectuosa o una distracción de nuestro Hacedor, es una providencial certeza que nos constituye en criaturas relacionadas, respectivamente referidas, profundamente necesitadas en nuestra vocación de ser imagen y semejanza de Dios.

No todo lo sabemos, pero Dios nos lo enseña en el otro. No todo lo podemos hacer, pero Dios nos lo posibilita en la ayuda fraterna de los demás. No todo lo tenemos, pero Dios nos lo regala en el don del hermano que nos completa. Así, la carencia que como seres humanos nos define, se convierte en la apertura y acogida del otro, en apertura y don para los demás. Que así quiso Dios mismo revelársenos: un Padre que necesita un Hijo en el Espíritu Santo de ambos. Un Amante, un Amado y un Amor, como dirá San Agustín al hablar de la santísima Trinidad. De este modo, nosotros nos necesitamos mutuamente y mutuamente nos regalamos para así parecernos a Dios Trinidad, como nos ha referido el Evangelio de San Juan que hemos escuchado.

De este modo vivimos sin dialécticas extrañas que pueden enfrentarnos, insidiarnos y dividirnos como vemos que quienes son enemigos de Dios y pretenden sustituirlo, están continuamente ensayando esta diatriba enfrentadora: hombre contra mujer, jóvenes contra mayores, ricos contra pobres, para intentar romper en nosotros y entre nosotros la unidad originaria que nos hace humildemente complementarios. Así lo pretenden las ideologías de género en boga con todos los machismos y feminismos que han destruido en la historia la armonía para la que fuimos creados.

En la Iglesia también se han podido dar estos estragos, partiendo y dividiendo la comunidad de ese nuevo Pueblo de Dios que nace de Jesús. No somos adversarios ni rivales, menos aún somos enemigos los pastores con su ministerio, los consagrados con sus carismas, los laicos con su compromiso en el mundo. Pero a veces se ha podido vivir enfrentados, o nos hemos ignorado los laicos, los consagrados y los pastores. Esto ha introducido la necesidad de volver a la comunión eclesial honda, como desde siempre se ha vivido en la Iglesia del Señor con todos nuestros altibajos y contradicciones diversas. Ya se señaló en 1985 cómo uno de los frutos más granados del Concilio Vaticano II fue precisamente la comprensión de la Iglesia como una comunión de vocaciones: pastores, consagrados y laicos. Es lo que se ha llamado la eclesiología de comunión, que tan bellamente desarrollaron San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora el papa Francisco ha querido retomarlo proponiéndos un camino de fraterna comunión tan antiguo como la misma Iglesia.

Efectivamente, estamos trabajando en toda la Iglesia universal en la preparación del próximo sínodo de obispos, que por deseo del papa Francisco se celebrará en Roma en 2023, y que tendrá como tema el de la “sinodalidad”. El término “sínodo” significa en su etimología griega “hacer un camino juntos”. No nos resulta extraña a nosotros en Asturias esa cuestión, pues todavía tenemos reciente la celebración de nuestro sínodo diocesano que pudimos clausurar felizmente en 2012. Todos recordamos lo que supuso aquel “caminar juntos”: auscultamos la realidad en la que vivimos para descubrir los retos sociales, culturales y también eclesiales, que nos plantea este tramo de la historia en la que vivimos nuestra fe como comunidad cristiana siendo testigos del Evangelio de Jesús.

Pero acertar con el nombre de los desafíos que de toda índole encuadran y condicionan nuestro momento también a los cristianos, supuso ponernos en oración para pedir luz al Señor para no extraviarnos y la gracia de la fortaleza para no desanimarnos. Junto a la plegaria, también la comunión fraterna entre nosotros fue una ayuda determinante al comprender que la Iglesia de Cristo la formamos las tres grandes vocaciones: los pastores con nuestro ministerio, los consagrados con sus carismas y los laicos con su compromiso en el mundo del trabajo, la familia y la sociedad.

Todos reconocimos que nos hizo bien. Y todavía seguimos recibiendo inspiración y empuje de sus frutos para escribir la página que se nos asigna en una Iglesia de comunión, mientras trabajamos a todos los efectos las unidades pastorales. Éstas no sustituyen a las parroquias, pero sí nos permiten coordinar los tiempos y los espacios de otra manera, intentando hacer más y mejor la evangelización, con los recursos humanos y apostólicos con los que contamos en este momento para acompañar a nuestro pueblo y testimoniar a Cristo en el mundo.

El Santo Padre ha querido extender esta misma metodología sinodal a toda la Iglesia, caminando juntos como Iglesia del Señor. Siempre ha sido el horizonte último de la presencia y del quehacer de la comunidad cristiana, pero a veces hemos podido descuidar u olvidar algunos de los aspectos que nos constituyen como Pueblo de Dios, y por eso el papa ha visto necesario volver sobre ellos. Por eso, antes de llegar al sínodo de obispos del año 2023, tendremos en las diócesis un trabajo que nos servirá a todos nosotros en primer lugar, y luego podremos desde ahí aportar algo significativo a la reunión del papa y los padres sinodales que se reunirán en Roma.

En la misa de apertura de la preparación a ese sínodo, recordaba el papa Francisco tres verbos para comprender nuestro momento pre-sinodal. Vale la pena indicarlos, porque ahí se nos dan tres claves para entender nuestra participación. Cito sus palabras: encontrar – escuchar – discernir. Encontrarnos con el Señor y con aquellos que Él ha puesto a nuestro lado. Escuchar con el oído del corazón descubriendo lo que el Espíritu hoy nos está diciendo. Y, discernir, es decir, descubrir lo que en medio de nuestro tiempo y en la sociedad puede estar indicando Dios a su Iglesia.

También nosotros haremos el camino juntos, fraternamente, como Iglesia diocesana en comunión con el Santo Padre y toda la Iglesia universal. De este modo aprovecharemos el momento que vive toda la comunidad cristiana recorriendo al unísono nuestro propio sendero en unidad con ella.

Quiera el Señor bendecirnos también a nosotros para construir en este momento de la historia nuestra aportación diocesana para vivir la comunión entre nosotros como laicos, pastores y consagrados. No es bueno que el pastor o el consagrado o el laico vivan solos, aislados e ignorantes de los demás hermanos. Así, encontrándonos en esta cristiana comunión podremos seguir construyendo el Reino de Dios que Jesús nos confió, y viendo los demás cómo nos amamos podrán descubrir nuestro secreto y hacerles el bien por nuestro testimonio cristiano.

Que María, Madre de la Iglesia nos acompañe en este itinerario.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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