Atrás va quedando el tiempo del verano que no en sí mismo éste, toca ya iniciar otro curso y así nos adentramos en el domingo XXV del Tiempo Ordinario. Hoy el Señor volverá a rompernos los esquemas al presentarnos realidades que se repite constantemente en nuestras frágiles vidas: obrar para esperar algo a cambio, para recibir el aplauso o para superar a otra persona por envidia... Él nos invita a vivir en clave de misericordia, a aceptar al diferente y tender puentes con aquel que piensa de forma distinta a mí.
La carta de Santiago vuelve a subrayar las claves éticas y morales que hemos de llevar a nuestro vivir cristiano, y lo hace aquí de forma muy concreta, recordándonos que hay dos sabidurías que hemos de saber diferenciar, la que viene de lo alto -es decir, de Dios- y la sabiduría del mundo que nace en nuestro suelo y se apega con tanta facilidad a nuestro corazón. La diferencia es palpable, mientras la sabiduría de este mundo está marcada por celos, luchas, envidias y muerte, la que nos viene del Señor se caracteriza por ser dócil, condescendiente y pacificadora. El Apóstol nos dice que el problema no es que Dios no escuche nuestros ruegos, sino que no sabemos pedir; pedimos mal y por eso no hallamos respuesta. Hemos de pedir lo que es bueno para nuestra alma, no sólo para nuestro cuerpo y apetencias mundanas.
La primera lectura del Libro de la Sabiduría que se hemos escuchado es un tanto compleja, se nos presenta casi como un texto filosófico la contraposición de algo que no sólo se daba en el tiempo de Jesús, sino también y muy actualmente en el nuestro: el criterio impío. A menudo el peso de las normas religiosas, las tradiciones y costumbres sociales axfisiaba la autenticidad de la vida espiritual. En el judaísmo el cumplimiento de tantísimas normas había reducido en muchos casos la práctica de la fe al "cumplo y miento" de normas y se había instalado en un fariseísmo donde todo eran normas a memorizar com base de un comportamiento para nada religioso y lleno de reproches, donde se había mezclado de forma perniciosa poder y religión, y donde un pobre de corazón limpio que se abría a Dios era no reconocido y encorsetado en múltiples normas. La sabiduría divina se manifiesta en la nobleza del corazón que es libre, que ama y es justo. Por eso se dicen: ''Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada...'' De total actualidad.
Finalmente, en el evangelio de hoy Jesucristo nos da la clave de qué modelo hemos de seguir para ser auténticos y vivir de la sabiduría que viene de lo alto, y poder entrar así en el reino de los cielos. Sencillamente ser como niños: inocentes, ingenuos, limpios de corazón, espontáneos para la verdad y nobles en el obrar. Por eso en su camino hacia Jerusalén, consciente de hacia dónde se dirige, regala a todos esta preciosa enseñanza. Jesús les habla de su final en este fragmento del capítulo 9 de San Marcos que llamamos "el segundo anuncio de su pasión". Pasión que va ser entrega, desprendimiento, abrazo a todos desde la cruz, estandarte de amor. Y en aquella conversación aparece otra realidad de nuestro tiempo: "los trepas"; los que se buscan a sí mismos y se consideran mejores y con más derechos, y es aquí cuando Jesús llama a un niño. No lo sabemos con certeza, pero seguramente aquel niño era uno de los que servían en el lugar. Que gesto tan hermoso del Señor: lo pone en medio, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado»...
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