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sábado, 18 de septiembre de 2021

Carta semanal del Sr. Arzobispo

La fiesta que ilumina nuestros días

Toda fiesta es una tregua en donde ponemos entre paréntesis las fatigas cotidianas que tantas veces llenan de cansancio y sopor el escepticismo al que nos empuja con demasía el paso de los días. No es la fiesta una evasión momentánea que pronto caduca, sabiendo que todo tornará a su sino con el malestar añadido al volver a lo mismo. Es más bien una amable necesidad que hemos de saber orientar para gozarla como es debido.

Una antigua canción medieval de la bella región italiana de la Umbría, conserva todavía hoy un hermoso ritual con el que los cristianos de entonces terminaban el día y se preparaban para un día de fiesta. Las gentes regresaban a sus hogares tras una jornada dura de trabajo en el campo. Venían tarareando sones populares que les recordaban el hogar, el reencuentro con la esposa y los hijos, con los que compartirían la cena y las viejas historias en torno a un fuego apacible. Era un momento de intimidad familiar lleno de magia y de ternura. Afuera, las enormes puertas que rompían la muralla que rodeaba la ciudad, atardeciendo se cerraban. Entonces se entonaba la canción del día ya declinado. Sucedía en Asís, la patria de San Francisco. Trompetas y cantares esparcían al viento su mensaje: que las puertas de nuestra ciudad se cierren para que no puedan asaltarnos los temores de la noche ni los enemigos que maquinan en la oscuridad. Y que los santos, nuestros santos, velen por nosotros, mezan el cansancio de la fatiga de este día, nos permitan descansar con aquellos que amamos y esperar gozosos que amanezca el día festivo que juntos esperamos. Que los santos nos bendigan de parte del buen Dios. Paz.

He escuchado muchas veces este canto en la tierra de San Francisco. Y me emocionaba la belleza del gesto, la piedad de su hondura cristiana, mientras se remarcaban valores que nos constituyen como ciudadanos, como personas que encuentran en la fe una ayuda para vivir mejor su humanidad. Era hermoso este ritual de una ciudad cristiana. Sobre todo porque ponía en juego lo que en cada momento está en danza: el trabajo honrado, la familia como hogar entrañable, la paz ensoñada para todos, los enemigos vigilados al abrigo de la seguridad, y la compañía de los santos como guardianes de la belleza y de la serenidad bondadosa que como gracia cotidiana se volvía a pedir al Señor.

No aludo a este cantar como nostalgia de tiempos pasados, sino más bien como sereno deseo de lo que es de suyo intemporal precisamente por su bondad y hermosura. Cada uno de nosotros volvemos cada tarde a nuestro hogar, señalando la familia como ese espacio en donde somos abrazados sin ninguna trastienda: lugar donde se reconoce lo más noble con gratitud, y donde se corrige lo más torpe con paciencia. Uno desea y vuelve a desear que ningún asaltante destruya la familia, en nombre de nada ni de nadie, y menos en nombre de la más interesada vacuidad. Y que la vida sea protegida en todos sus tramos y no malvendida o traficada según el interés de leyes y medidas deudoras del poder tantas veces mantenido desde la conjuración tramposa y la mentira trucada.

Así, en nuestras ciudades celebramos la fiesta como un momento de alargado respiro que nos permite dilatar la mirada, ensanchar el corazón y brindar con alegría por lo que vale la pena reestrenar agradecidos cada mañana. San Mateo es fiesta en Oviedo, y supone la fecha final de un recorrido jubiloso en torno a la Perdonanza. Todos tenemos heridas que hemos de acertar a vendar con el mejor de los bálsamos, y preguntas que debemos saber amar con respeto para reconocer la respuesta cuando nos sea dada. Bienvenida la fiesta que redime y recoloca la andadura cotidiana en donde nos lo jugamos todo a diario. Que San Mateo nos acompañe en el reconocimiento del Maestro divino, Jesús, que nos enseña a mirar las cosas y abrazarlas con su misma entraña.

+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo

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