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domingo, 29 de agosto de 2021

Reflexión de nuestro Párroco sobre la Fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel

Al acercarse el último domingo de agosto, como es tradición más que centenaria en nuestra parroquia, celebramos la festividad de la Visitación de María a su prima Santa Isabel, liturgia que antaño se celebraba el día dos de julio -ocho días después de la natividad del Bautista- y que con la reforma propiciada tras el Concilio Vaticano II se decidió situar el treinta y uno de mayo para corresponder así mejor con los tiempos del año cristiano. En ese marco, desde que cerramos el mes de mayo hasta el día 24 de junio, se da la recta final del embarazo de Santa Isabel, sabedores de que María estuvo con ella tres meses y después regresó a su casa.

En el Lugones puramente rural de hace un siglo, se impedía a los fieles gozar de la fiesta en todo su esplendor, por lo que nuestros antepasados optaron por trasladar la fiesta de la Visitación de los primeros días de julio a los últimos días de agosto para, una vez concluida la temporada de siega y demás faenas veraniegas del campo, vivir con asueto y familiaridad unos días tan especiales para la localidad y celebrar con asueto todo lo "pendiente".

Es una Fiesta bien hermosa, por ser la fiesta no sólo de una Santa, sino por ser una celebración mariana por excelencia donde recordamos también a Nuestra Señora en un misterio concreto de su vida como es la visita a su Prima. No tiene sentido Santa Isabel sin la Santísima Virgen María, y ésta lo tiene muy claro: ¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?. No lo olvidemos nunca, en Lugones somos tan grandes que no celebramos a una mujer sino a dos, y no dos mujeres cualquiera. Por un lado, Santa Isabel, la madre del que se dice ha sido el mayor nacido de mujer -Juan el Bautista- y a María de Nazaret, Madre de Dios y Madre nuestra, que la miramos siempre como Reina y Señora de nuestra Parroquia y de nuestras vidas.

La liturgia de la Palabra propia de esta fiesta contiene un rico mensaje que no se queda tan sólo en los límites espirituales de nuestra vida creyente, sino que es un reclamo de acción para nuestro quehacer apostólico. Hay un adjetivo clave en el evangelio de hoy, y es el que nos revela lo que hizo María una vez que el ángel Gabriel le reveló que su anciana prima -esteril- iba ya por el sexto mes de su embarazo, y ''fue a prisa''. San Ambrosio de Milán dice a propósito, que ''el servicio del Evangelio no admite demora''. María no se entretiene a valorar pros y contras, se pone en camino con presteza y prontitud. Estamos ante una mujer sensible a los problemas de los demás, y si todo embarazo acarrea dificultades, cuánto más el de Isabel con tantos años encima y a la vez primeriza.

Desde la casa de María hasta la casa de Isabel había un viaje aproximado de tres o cuatro días de camino a pie. Ella lo hace embarazada sin preocuparle tan sólo el llegar cuanto antes para reducir a Isabel los quehaceres del hogar y atenderla con cuidados. Qué ejemplo tan directo nos regala María en este hecho. Cuántas veces llegan nosotros noticias de parientes, amigos o vecinos que están pasando por una dificultad y optamos más por hacernos los remolones o silenciosos teniendo bastante con nuestros problemas, que por ponernos en camino a tratar de ser útiles en la búsqueda de remedios y soluciones para ellos. Ser devotos de la Visitación implica ser misioneros y peregrinos. Ojalá sepamos llevar la alegría de Cristo a tantos que esperan ser visitados.

No cabe duda del acierto que la Iglesia ha tenido en la elección de los pasajes de la Sagrada Escritura para contemplar estos hechos. De forma concreta quiero detener la mirada en el Salmo tomado del Isaías 12: ''Es grande en medio de ti el Santo de Israel''... Este texto escrito setecientos años antes de Cristo es para nosotros una definición perfecta de la imagen de María; una mujer que porta en su interior a su retoño, nada menos que el Mesías esperado. Qué grande es en medio de ti -Santa María- el Santo de Israel.

Estamos ante dos embarazos muy significativos, por un lado el de una mujer mayor tenida por estéril, y por otro, el de una virgen concebida por el Espíritu Santo. Hoy está muy de moda en nuestra "avanzada sociedad" hacer burla y mofa de los misterios de nuestra fe. Es curioso que los que se ríen de la Encarnación del Hijo de Dios, luego son capaces de creer cualquier cosa; también la ciencia nos da por verdad tantísimos "milagros" más difíciles de creer que el embarazo de una virgen, y nos los tragamos sin rechistar... 

Aquí el punto clave es la fe; este es el gran elogio que Santa Isabel hace de su prima admirando precisamente la grandeza de su fe. He ahí sus palabras ''dichosa tú que has creído''. María ha recibido la Palabra de Dios en su corazón y en su vientre. Por esto es modelo y Madre del creyente; qué mejor maestra para la vida cristiana que Ella. Dichosos nosotros si descubrimos a Cristo en sus palabras, en el prójimo, en la Eucaristía... La persona que tiene la gracia de la fe posee un tesoro único que será fuente incesante de dicha, gozo, felicidad y, sobre todo, de esperanza. No estamos exentos de incertidumbre, sufrimientos y fatigas, pero poder descansarlos todos en Dios es una experiencia donde no hay muchos que lo hayan logrado describir con palabras. 

Cuando María e Isabel se encuentran se saludan, se abrazan; tienen lugar dos encuentros al unísono, el de las primas, por un lado, y el de los dos pequeños aún en gestación. Jesús y Juan también se saludan, el Señor y su precursor tienen su primer encuentro. Qué detalle tan sencillo y a la vez tan elocuente el que nos desvela Santa Isabel en sus palabras: ''cuando tu saludo llegó a mis oídos, saltó de alegría la criatura en mi vientre''. ¿Qué nos dice esto?: por un lado, que la llegada de Cristo al mundo ya está produciendo alegría. En Juan está la propia reacción del pueblo que durante tiempo llevaba suplicando ''ven Señor, no tardes''. Por otro lado, vemos cómo Jesucristo ya desde el seno materno derrama la salvación. Que gran salutación, la del Precursor y el Precedido; el que prepara el camino al Señor y el Señor mismo que nos dirá que sólo Él es el camino.

El eje central de esta celebración son dos mujeres gestantes, dos embarazadas, dos portadoras de buena esperanza... Por eso hemos insertado desde hace años este bellísimo rito bendicional dentro de nuestra fiesta. Damos gracias a Dios por la vida, por que esta sea cuidada siempre, desde su concepción hasta su final. En medio aún de esta pandemia que tantas vidas ha truncado, hemos de poner más en alza que nunca el don de la natalidad y de la protección de la vida en todas sus etapas y que tanto necesita nuestro continente, nuestra nación y nuestro Principado. No perdamos de vista a Isabel y a María, las cuales se felicitan mutuamente; se felicitan no se compadecen, y su felicitación va más allá de su estado; ambas se alegran de que Dios las ha bendecido, actuando por pura gracia en sus vidas.

En correlación al evangelio, la epístola de San Pablo a los Romanos pone su acento en el amor del cristiano que nos empuja a practicar la hospitalidad; un amor que no es falso, no es postureo, es caridad. Ahora con la pandemia no podemos ser hospitalarios físicamente, pero hay muchas formas de ejercer la hospitalidad con los medios que tenemos a nuestro alcance: un mensaje, una llamada, una palabra de aliento... Esto es una riqueza que tiene Lugones, somos un pueblo hospitalario, y esto no es algo baladí. Aquí el que llega de la nacionalidad que sea pronto se siente en su casa, nadie le recrimina ser forastero. Sigamos cultivando esta gran riqueza, más de setenta y cinco nacionalidades -nos decía el cronista local- conviven en nuestras calles: españoles de todas las provincias, asturianos de todos los concejos, gente de todas las naciones encuentran aquí un hogar cálido como el que encontró Santa María en casa de Santa Isabel. 

Queridos hermanos, a los pies de Nuestra Señora de la Visitación y de Santa Isabel quiero poner esta mañana de forma muy concreta a tantas personas que siguen sufriendo en nuestro pueblo: los mayores y los enfermos, las personas que se han quedado sin trabajo o que están luchando para mantener en pie sus negocios tras el parón del pasado año; tantísimas familias que perdieron a sus seres queridos sin poder despedirlos... Quiera Dios que cada uno de nosotros sepamos ser en el encanto de la rutina cotidiana "los pies del mensajeros que anuncia la paz, que trae la gran noticia: la salvación".
¡ Amén!

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