Celebramos en Lugones la "Visitación de María a su prima Santa Isabel", escena singularísima de la vida de la Madre del Señor, que nuestra Parroquia y nuestro pueblo en el devenir de los años han acogido como suya. Es una enseñanza tan rica que uno no se cansa de redescubrir tanto bueno que nos propone este pasaje para nuestras vida. No sólo el gesto de caridad y misericordia de María yendo a visitar a Isabel; lo que encierra este gesto es algo mayor que se nos desvela ahondando en su contemplación.
En estos días que las malas noticias se agolpan en los medios de comunicación: rebrotes de las nuevas cepas del Covid-19, la dramática situación de Afganistán, la nuevamente terrible situación en Haití... uno se para a pensar: ¿Qué podemos hacer para ayudarles? Y nuestra pregunta se ahoga en la impotencia, pero hacemos nuestro ese dolor, el sufrimiento de los demás, y lo llevamos a la oración. Cuando en el día a día las desgracias ajenas ya nada nos digan por tantas y tan dramáticas, habremos alcanzado un nivel de deshumanización tal que nuestro corazón de piedra también acabará estallando o padeciendo alguna desgracia propia, ante la también indiferencia de los demás. El sentimiento cristiano ha de ser de caridad con el sufriente y de querer ser útil a los otros como María qué, presurosa, acude al hogar de su prima.
Nuestra Señora deja atrás su casa, se pone en camino y se aventura a un largo viaje sin saber cómo será o terminará. Esto es lo que experimentan tantísimas personas que llegan a nosotros desde tantos lugares del mundo buscando un futuro mejor. Nosotros, tal vez un tanto saturados también de tantos problemas cotidianos los llamamos con alguna indiferencia migrantes o forasteros, algo que no debería ser, pues como nos recuerda la escritura ''no oprimas a los extranjeros de ninguna forma. Recuerda que tú también fuiste extranjero en la tierra de Egipto'' (Ex 22,21). Podríamos traducirlo de muchas formas; también nuestros padres y abuelos fueron emigrantes en Alemania, Suiza, Cuba, Santo Domingo... Ahora que son tantos los llegan a nosotros huyendo, además del horror, debemos pensar en nuestros mayores antaño acogiendo a los que llegan a nuestra tierra con el mismo cariño que ellos fueron tratados allá donde fueron como emigrantes o "refugiados".
Nunca nuestro mundo ha experimentado tantas corrientes migratorias y de movilidad debido a la precariedad, la persecución política o religiosa o las guerras; y, sin embargo, a pesar de tanta globalización económica y avances científicos o tecnológicos todo parece estar peor que nunca y no se acaban de encontrar soluciones a los nuevos dramas del siglo XXI. También María de Nazaret fue emigrante y refugiada en Egipto.
Esta fiesta de "la Visitación" es una llamada a abrir puertas, en primer lugar las del corazón orante y sensible, y en segundo lugar, las de nuestras vidas. A nadie le gusta abandonar su tierra, su casa, raíces o historia, pero a pesar de tantas catástrofes nuestro corazón y premisa evangélica nos impulsan a la caridad de ablandarlo y que palpite y se com-padezca con el otro...
El Santo Padre nos recuerda que la Visitación es una llamada a servir, pero también a saber encontrarse: “El encuentro es otra señal cristiana. Una persona que se dice cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los otros, de encontrarse con los otros, no es totalmente cristiana. Sea el servicio, sea el encuentro, requieren salir de sí mismos: salir para servir y salir para encontrar, para abrazar a otra persona. Es con este servicio de María, con este encuentro que se renueva la promesa del Señor, se actúa en el presente, en aquel presente. Y propiamente el Señor –como oímos en la primera Lectura: El que está en medio de ti– el Señor está en el servicio, el Señor está en el encuentro”.
Hacer fiesta en torno a la Visitación es una llamada a vivir la alegría de saber servirnos unos a otros, y como María e Isabel también saber encontrarnos.
Que Nuestra Señora de la Visitación y Santa Isabel os bendigan.
Joaquín, párroco
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