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jueves, 10 de junio de 2021

Un nuevo San José joven, fuerte y gallardo: la inédita imagen ofrecida por El Greco en Toledo

(Rel.) La capilla de San José de Toledo es, por devoción de Santa Teresa que había establecido aquí su quinta fundación, el primer templo de la cristiandad dedicado a San José. En 1597, el Greco firmaba el contrato para realizar las pinturas de los tres retablos, el principal dedicado al santo titular.

El pintor, que llevaba décadas en la ciudad, sorprendiendo en sus pinturas por su hondura teológica y profundidad espiritual, encontró la oportunidad de glorificar a San José, con mucha valentía, rompiendo para siempre moldes iconográficos, y creando la primera obra de la historia del arte español que festeja a san José, lo ensalza y lo encumbra en su justo lugar.

La primera novedad, revolucionaria, es la juventud de José, que aparece representado con grandiosa figura estilizada: fuerte, apuesto, gallardo, guapo.

Novedoso, porque hasta entonces José, en las escenas del Nacimiento del niño, aparecía anciano, encorvado y apoyado sobre un bastón. La Virginidad de María quedaba así reforzada y más que garantizada. En los iconos bizantinos aparecía apartado, soportando las insidias de Satanás que al oído le susurraba, tentador, comentarios improcedentes. En las tablas del gótico flamenco, había ido a buscar luz y aparecía en la cueva de Belén, tarde, despistado, con una vela o un candil en la mano, y se encontraba con un niño ya nacido, con lo que su nula participación en el divino suceso, quedaba fuera de duda. Como mucho, podía encontrarse en su taller de carpintero construyendo una ratonera, imagen de la trampa en la que estaba a punto de caer el Maligno tras la obra del Salvador, cuya infancia está apenas iniciándose.

Pero lo habitual, era su papel de actor secundario, y su función de tapadera para la obra del Espíritu Santo.

¿Qué pasó entonces para que el anciano se convirtiera en un joven robusto, firme y atractivo? ¿Cómo redescubrió la Iglesia las virtudes de quien hubo de acoger a la Reina del Cielo en cinta, protegerla junto a su recién nacido de poderosos enemigos, vivir la desdicha de exilio y la experiencia amarga del emigrante en tierra extranjera, regir un hogar en Nazaret, ganar el pan y asumir las cargas del trabajo y los sinsabores de la vida, y sobre todo educar en lo humano y lo divino?

Hacía dos siglos que teólogos y santos habían ahondado en su persona. Ya era momento de revisar su imagen. La ocasión se presentó a raíz del Concilio de Trento, cuando la Iglesia recomendó a los pintores abandonar las legendarias historias medievales, supersticiones y leyendas, para volver sus ojos a la Escritura.

Johannes Molanus en su De Picturis et Imaginibus Sacris, de 1570, ofreció instrucciones precisas a los artistas: San José no deberá mostrarse, ya como figura decrépita, sino como joven, de cuerpo vigoroso y carácter firme en su gobierno y cuidado de la Sagrada Familia.

Y aquí tenemos a este padre corpulento, de figura estilizada, que camina en contraposto hacia delante, apoyado en el cayado de pastor, fundido en un abrazo con el Niño, envuelto por el manto amarillento, que potencia la sensación de acogida, calor y refugio.

Su túnica se recorta sobre celajes de cielos plomizos, luces espectrales de tormenta y efectos fosforescentes, sobre la silueta de Toledo. Sobre la oscuridad ha brillado su gloria, los cielos se abren y un estallido de gloria angélica lo cubre.

Pero he aquí que José tiene una misión: el Niño Jesús, vestido a la moda cortesana, de rojo, figura de su pasión, camina hacia al Padre y se esconde en su regazo protector, mientras nos mira para mostrarnos el camino que ha de seguir nuestra alma.

El niño acude a José, porque un peligro inminente le espera delante: el amor hasta derramar la sangre, pero como buen Padre, no solo lo recibe con gesto protector, sino que lo guía con suavidad, sin detener el paso, lanzándole al mundo, a su misión.

Y en el sumun de la glorificación, por esto si fuera poco, al igual que María es coronada en el cielo, los ángeles también acudirán revoloteando, con escorzos imposibles, para coronar a San José. Con corona de laurel por ser maestro y doctor, nos aclara el maestro Gracián, porque conversó con Cristo 30 años; con vara de lirio blanco por su virginidad y con rosas blancas y rosas, por el amor inmenso que mostró a su Hijo y a su Madre.

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