(Aleteia) Columba, hijo de Fedlimid y Eithne, del clan de los Uí Néill, tataranieto de Niall de los nueve rehenes. Podría ser la presentación de uno de los personajes de El Señor de los Anillos, pero es la dinastía de san Columba de Iona, un monje irlandés que llevó el cristianismo a las tierras de Escocia.
Nació en el año 521 en Gartan, en la actual Irlanda del Norte. Siendo un muchacho ingresó en la floreciente abadía de Clonard, en el centro de la isla, donde más de 300 monjes estudiaban Teología y Letras, y en la que se ordenó sacerdote. Sin embargo, la peste que asoló Irlanda en el año 544 le obligó a volver al norte, a su tierra natal, donde fundó varios monasterios.
En el año 560 se vio envuelto en un suceso turbio que al final acabó desencadenando una batalla. El motivo fue una copia del libro de los salmos. La historia sucedió como sigue: otro monje irlandés, Finnian, abad de Moville, hizo un viaje a Roma desde donde trajo una copia de la Vulgata. Acordaron que Columba hiciera una copia de los salmos, pero nuestro santo se la quiso quedar, y Finnian (hoy también santo en la Iglesia católica) se opuso.
Ese libro, uno de los primeros manuscritos irlandeses iluminados y la segunda colección de salmos más antigua del mundo, se conoce como el Cathach de san Columba (del gaélico cath, guerra). Así se originó la batalla de Cúl Dreimhne, también conocida como la batalla del Libro, quizá el primer conflicto por derechos de autor de la historia. En el año 561, Columba instigó una lucha de los hombres de su clan, los Uí Néill, contra el rey Diarmai, que apoyaba a Finnian. El resultado fueron 3.000 hombres muertos. Este suceso debió de causar una gran impresión en el país, hasta el punto de que un sínodo de monjes y clérigos amenazó a Columba con la excomunión.
Fueron necesarios dos años para que Columba se diera cuenta de su error y decidiera pagar por ello. Tomó la decisión de exiliarse de Irlanda y cruzar el mar hasta las tierras de Escocia. No descansaría hasta haber ganado para Dios el mismo número de almas que fallecieron por su empecinamiento. Así, las crónicas de la época cuentan que «en el segundo año después de la batalla de Cúl Dreimhne, el cuadragésimo segundo año de su edad, Columba zarpó de Irlanda deseando ser un peregrino de Cristo».
Un asceta en la misión
Columba llegó a las costas de Escocia en el año 563 junto a otros doce monjes, y enseguida se encaminaron más al norte para no seguir viendo su tierra natal desde la orilla. Se instalaron en la isla de Iona, a 200 kilómetros de distancia, y los dos primeros años se dedicaron a construir el monasterio y su biblioteca, y establecer la vida de la comunidad monástica. Al cabo de ese tiempo, por fin san Columba se sintió preparado para comenzar su misión entre el pueblo de los pictos, las tribus paganas que habitaban el norte y centro de Escocia.
«Inicialmente, la misión de Columba era vivir el Reino de Dios en prácticas ascéticas de renuncia y humildad. En su peregrinación buscó la soledad y la salvación, a imitación de Cristo. Sin embargo, Columba se encontró llamado por el Espíritu a caminar lejos de la seguridad de su monasterio para dar testimonio a los necesitados y perdidos», afirma Julie May Nairn, autora del libro Espiritualidad y misión de san Columba.
Así, el irlandés se dirigió hacia el fuerte del rey Brude, en Inverness. Y comenzó una ardua tarea diplomática en pos de la pacificación entre las tribus, a lo que unió una notable capacidad de realizar milagros. El más conocido fue el que sucedió en el año 565 en las orillas del río Ness, que desemboca en el lago del mismo nombre. Allí se encontró un grupo de pictos enterrando los restos de un amigo devorado por un monstruo acuático; al meterse en el agua uno de sus monjes el monstruo salió de nuevo y Columba se enfrentó a él con la señal de la cruz: «¡No irás más lejos ni lo tocarás, vete de aquí!», le espetó. Y así fue.
Lugar de peregrinación
El monasterio de Iona se convirtió a partir de entonces es un lugar de peregrinación para todos los escoceses. «Columba era bien conocido por el afecto que mostraba hacia sus monjes y por la hospitalidad que mostraba a los visitantes de Iona», continúa su biógrafa. «El monasterio atraía a quienes deseaban unirse a la comunidad y a aquellos que buscaban curación. Columba llevó la Palabra a la gente y permaneció abierto a ser enviado por el Espíritu Santo, a veces a regiones lejanas. Fue testigo de Dios con su vida, y las conversiones siguieron».
El sábado víspera de su muerte reunió a sus monjes y les dijo que «hoy, a medianoche, seguiré el camino de nuestros padres. Ya mi Señor Jesucristo se digna de invitarme; en medio de esta noche partiré a su invitación, porque así me ha sido revelado por el Señor mismo».
A las pocas horas, cuando la campana del monasterio anunciaba ya la entrada en el domingo, Columba se fue a la capilla, donde murió tras arrodillarse junto al altar. Fue enterrado en los muros de la abadía que fundó, y tres siglos más tarde sus reliquias fueron divididas entre Irlanda y Escocia: la tierra que le vio nacer y la que le vio nacer de nuevo.
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