Concluimos un curso con las dificultades que nos sigue imponiendo la situación de convivir con la pandemia, y -en principio- ya con el buen tiempo por compañero nos disponemos a cambiar de ritmo, que es en definitiva lo que significa el período vacacional. No es no hacer nada, sino a saber hacer nuestro aquello que decía San Bruno: practicar un ocio laborioso y reposar en una sosegada actividad.
Soy conscientes del revés de la economía que ha golpeado duramente a nuestras familias, así como a la propia pastoral de la animación: tiempo libre, campamentos, turismo y peregrinaciones. Pidamos al Señor nos bendiga con el final de la enfermedad (o su control eficaz) y la recuperación de tanto que el COVID-19 ha obligado a dejar en "Stand By". Mi recuerdo -y no olvido, una vez más- para los difuntos por esta causa, los aún enfermos y, muy especialmente, para las víctimas más golpeadas: hostelería y autónomos.
Los cristianos vivimos el descanso conscientes de que hacemos algo querido por el Señor: «Pues en seis días hizo Dios el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Dios el día séptimo y lo hizo sagrado» (Ex 20, 11). No puede ser malo descansar cuando la misma Sagrada Escritura nos recuerda no sólo que lo hizo Dios, sino que, además, vio que todo lo hecho -incluido el descanso- "era muy bueno" (Gn 1, 31).
El Papa Francisco en una audiencia general hace años, al abordar esta cuestión reflexionaba sobre la idea equivocada que hoy se tiene del descanso y las vacaciones; decía al respecto el Santo Padre: ''La sociedad actual está sedienta de diversiones y vacaciones. La industria de la distracción es muy floreciente y la publicidad diseña el mundo ideal como un gran parque de temático donde todos se divierten. El concepto de vida dominante hoy no tiene el centro de gravedad en la actividad y en el compromiso, sino en la evasión. Ganar para divertirse y satisfacerse. La imagen-modelo es la de una persona de éxito que puede permitirse amplios y diversos espacios de placer. Pero esta mentalidad hace resbalar finalmente hacia la insatisfacción de una existencia anestesiada por la diversión que no es descanso, sino alienación, escape y fuga de la realidad. El hombre no ha descansado nunca tanto como hoy; sin embargo, tampoco nunca ha experimentado tanto vacío. Las posibilidades de divertirse, de ir fuera, los cruceros, los viajes, muchas cosas no dan plenitud al corazón; es un espejismo de lo deseado y una evasión de la realidad y de la propia responsabilidad, muchas veces agotadora.
A la hora de planificar las vacaciones y el tiempo de ocio hemos de tratar de ser más "originales". En primer lugar, sabiendo disfrutar de la situación sin las prisas del reloj ni los horarios esclavos de múltiples actividades lúdicas. También en el campo espiritual el estío ha de servirnos para aprovechar algo más la presencia ante el Sagrario, para la oración personal y la lectura espiritual; para la acción de gracias tras la eucaristía, sin sacar a Dios de mi maleta de viaje. Él va siempre con nosotros y nunca quita, sino suma.
A veces también partimos de premisas erróneas y nos convencemos de que no hay descanso si no salimos de casa, si no perdemos de vista a las personas con las que convivimos todo el año y no cruzamos la frontera de nuestra provincia o país. Nada más lejos de la realidad; el primer y genuino descanso ha de iniciarse en nuestro propio entorno. San Bernardo decía que "Encontramos descanso en aquellos que amamos, y proporcionamos un lugar de descanso en nosotros mismos para quienes nos aman": ¿buscamos descanso en los nuestros?; ¿encuentran los demás descanso en nosotros?.
Una última reflexión nos lleva a hablar de la belleza, y es que no hay mejor descanso que el de los sentidos. Pararnos a contemplar la hermosura de la obra del Creador: la naturaleza, lo bello que rodea en nuestras aldeas, pueblos, ciudades y villas, es sin duda la mejor forma de romper con la rutina, valorando lo que consideramos ya "muy visto" y que nunca nos hemos parado a contemplar como se merece. Cuando vayamos al mar o al río -ya conocidos- disfrutemos del anochecer o del amanecer, que ello nos lleve a la oración sincera de acción de gracias por tanto bueno y bello que nos es dado gratis y no nos detenemos a valorar. Las plantas y los animales, los valles y las montañas, las tardes lluviosas de melancolía o los días soleados de esplendor, pregonan las obras de sus manos (Sal 18).
Queridos feligreses: feliz verano, felices vacaciones y que las vivamos en clave de Dios
Joaquín, Párroco
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