(Iglesia de Asturias) ¿Cómo nace la Asociación de Archiveros de la Iglesia?
Tuvo una gestación lenta, y en realidad imita a las asociaciones francesa e italiana. De hecho, la sesión inaugural tuvo lugar en Padua, donde se dieron cita archiveros de todas partes, de España, de Francia, de Italia, etc.
¿Qué objetivo tenía cuando se creó?
Se pretendía encontrar un modo de aglutinar fuerzas. Los archiveros hasta entonces hacían cosas diversas, cada uno de ellos en su archivo tenía un modo particular de proceder, pero no redundaba en beneficio de todos. Y como sucede siempre con las asociaciones, se buscó encontrar algo que aglutinara a todos, que sumara fuerzas, que diese facilidades para que pudieran de alguna manera encontrarse, enriquecerse y buscar medios de progresar.
¿Qué actividades se llevaron a cabo durante aquellos años?
La primera acción fue preparar una Guía de los Archivos de la Iglesia en España. Hasta entonces, no existía ni remotamente algo que fuera parecido. Cada archivo tenía sus medios de comunicación y en este sentido no conseguía nada más que la fuerza que ejercía él mismo. Tardó diez años en llevarse a cabo pero al final, en el año 1985, se consiguió sacar a la luz dos volúmenes en los que se recogían, por una parte las bibliotecas y por otra parte los archivos. Se añadió un tercer apéndice, con los currículos de todos los archiveros. Esto produjo tal impacto en el ministerio que se buscó la manera de arbitrar subvenciones que sacaran adelante la asociación y que le permitieran seguir haciendo actividades. Aquella guía en dos volúmenes sigue hoy en vigor y se actualiza.
¿Qué archivos destacaríamos en nuestra diócesis?
La iglesia de Asturias alberga dos tipos de documentos. Por un lado, los del Archivo catedralicio, que recoge la vida de la Catedral a lo largo de los siglos. Al mismo tiempo se conserva también un archivo histórico diocesano. En Asturias, duró hasta el 1934, lamentablemente, porque en 1934 fue incendiado el Palacio Episcopal y con él el archivo se quemó completamente. Tan solo se salvó un documento que estaba en casa del archivero, no se sabe si era para conservarlo mejor o porque lo hubiera sacado para estudiarlo. Lo cierto es que todo lo demás se quemó, y eso ha sido una pérdida irreparable.
Al no disponer del archivo histórico, se buscó un elemento nuevo, y una conservación de otro tipo: los libros de bautizados, casados y difuntos, todos los libros propios de un archivo parroquial. Todos ellos están en el archivo histórico diocesano, quedan tan solo unas 30 parroquias de la diócesis, no por nada sino porque somos pocas las personas que nos dedicamos a esto y es difícil llegar a todo, pero se llegará si Dios quiere.
¿Qué documentos destacaría de los que se conservan entre nuestros archivos históricos?
Tenemos documentos únicos, comenzando por la “Donación de Fakilo”, que es una mujer de Colunga, que deja sus bienes a un monasterio. Es un documento que data del año 803, y es importante porque en él aparecen los primeros topónimos escritos en lengua castellana. Ese documento se conserva perfectamente en su original y a pesar de que han pasado 12 siglos por él no ha sufrido merma ninguna.
Otro documento importante, fechado en el año 812, es el “Testamento de Alfonso II El Casto”. Custodiar un documento tan antiguo y además regio, nos llena de orgullo para los que nos movemos en el mundo de los archivos. También destacamos el libro de los Testamentos.
¿Qué actividades ha ido realizando la asociación a lo largo de estos años?
La asociación tomó por costumbre organizar un congreso científico sobre materias archivísticas a lo largo de los siglos. Se han celebrado ya treinta congresos, que han dado como fruto cuarenta y tres volúmenes hasta el momento presente. Está en gestación el congreso número treinta y uno, que, según sea la fecundidad de las publicaciones, también sacará uno o varios libros. Yo deseo a la nueva junta que el futuro sea muy fecundo y tengan muchos éxitos, siguiendo esta línea de publicación, porque eso es lo que queda: el papel.
¿Qué hubiera pasado con la “Donación de Fakilo”, si se hubiera publicado en soporte informático? No lo sabemos pero ciertamente, no lo que ha pasado con el soporte de papel y soporte de pergamino, que aún conservamos.
La Iglesia ha de seguir adelante con sus archivos y con la función que tienen, que permiten que se pueda vivir mirando hacia atrás, hacia la memoria del pasado. Un pueblo que no tiene memoria de sí mismo no merece la pena conservarse. Ojalá sigamos siempre con el mismo afán e interés.
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