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miércoles, 2 de junio de 2021

"In Memoriam": Hermana Carmen Sagasti. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

El día en que la Iglesia Universal celebraba la Visitación de María, partía de este mundo al Padre la Hermana Carmen Sagasti Sainz, religiosa del Santo Ángel de la Guarda. Toda una vida de entrega, servicio y generosidad en favor de todos los que el Señor puso en su camino en aquellos lugares en donde la Congregación la envió.

Mujer alegre, recia y muy noble de corazón, que hizo gala siempre de sus raíces navarricas. Cuánto disfrutaba de los días de descanso en su Mendavia natal, asistiendo a misa a la de la Parroquia de San Juan, a la capilla de las religiosas de la Caridad de Santa Ana, paseando por aquellas calles empedradas e históricas por las que correteó de niña y que un día abandonó al escuchar la llamada del Señor para consagrarse a Él sirviendo a los demás.

Destacó siempre por su sencillez y austeridad y por su entereza ante los problemas, y es que a la hermana Carmen le tocaron años muy duros y difíciles en los que fue probada como "oro en crisol". Tiempos de escasez y de una formación dura y estricta; años de mucha exigencia al entonces abundar las vocaciones. Renunció incluso a su nombre de bautismo al profesar como religiosa, adoptando el nombre de "Valvanera", la patrona de la Rioja; tierra vecina que se divisa desde las huertas de Mendavia al otro lado del Ebro.

Su vida quiso ser una imitación de esa Visitación de María, un constante ponerse en camino para ir en ayuda de los demás; siempre ligera de equipaje y con la agilidad de quien sabe que el tiempo apremia para llevar a Cristo a los demás. Tenía grandes habilidades para con los más pequeños, a los cuales dedicó tantísimos años de su vida en la docencia haciéndose como el Padre fundador, "pequeña con los pequeños". Algunos de aquellos "pequeños" terminarían siendo sacerdotes. 

Sentía admiración y cariño por toda su familia de sangre y por su familia de religión. Sus padres, Luis y Matilde, fueron para ella el referente, el espejo y el estímulo para luchar y seguir adelante. Sus vidas sacrificadas, humildes y piadosas, marcaron la senda de su propio recorrido. Carmen tenía la virtud de encontrar siempre lo bueno de toda persona: que bien cocina, que inteligente, que buena madre... tenía una mirada tan limpia e inocente que era una delicia conversar con ella por la felicidad que desprendía, acusando en positivo el mínimo detalle de los demás. En realidad nunca dejó de ser una niña grande y a la que hoy así me la imagino entrando en el Cielo llamando la atención y dando la nota de gracia. Una niña grande que desató siempre, sin duda, la sonrisa de Dios.

Su sentido de pertenencia a su Congregación era total; jamás puso un pero u objeción a ningún destino, trabajo o encargo. Llevaba en el fondo de su alma las enseñanzas de los fundadores a los que tanto apelaba y quería. El año de la beatificación del P. Luis se apuntó sin dudarlo a la peregrinación de Palencia a Oviedo, a pesar de ser muchas las horas de viaje y de que su salud estaba resentida y que su pierna respondía sólo a ratos. A pesar del esfuerzo físico, para ella el acontecimiento era  vivido con el corazón y el alma de una verdadera hija la gran familia del Ángel de la Guarda, ¡y quería estar allí! No se conformaba con verlo por la televisión. Aquel día llegó a Oviedo sin acordarse de los dolores, pues lo que se iba a celebrar era parte de sí misma y estaba por encima de su salud física; era una exigencia inapelable del corazón.

Imagino que para una persona tan activa y trabajadora como la hermana Carmen tuvo que ser muy dura la experiencia de la limitación física y de movilidad. Superó una prueba muy dura desde una casi parálisis total a tener que empezar a caminar de nuevo. Esta vez no estaban los brazos de su buena madre para ayudarla a no tropezar, pero sí los de su hermana de sangre y Congregación que se dejó la piel para que su hermana volviera a empezar, a hablar y a ser de nuevo independiente... Cuántas horas de rehabilitación, paseos y ejercicios con Victoria, ofrecido todo con gratitud al Señor.

Estos últimos años hizo de su vida una oración fecunda presentando sus limitaciones a Dios, y al tiempo rezando mucho por cada situación triste o compleja que iba conociendo. Siempre muy atenta y preocupada por todos: situaciones del colegio, de las hermanas mayores, de las evoluciones o novedades de la Congregación. Personalmente le estaré eternamente agradecido por lo mucho que me quiso en poco tiempo; me consta que rezaba mucho por mí y por mi Parroquia. Siempre atenta a lo que yo escribía o publicaba y a lo que ocurría en mi Comunidad Parroquial, y que su hermana Victoria le leía y contaba. Aún nos pudimos ver hace apenas quince días, donde la encontré muy bien; esperaba volver a verla en el verano. El Señor sabía que ya estaba preparada, pues siempre vivió con los ojos muy abiertos y atentos a la llegada del Esposo, el cual habría de llamarla hoy por su nombre.

Públicamente quiero valorar la sabia decisión de las responsables de la Congregación al haber permitido que la hermana Victoria tuviera la gracia especial de ser destinada cerca de su necesitada Hermana, acompañando con mimo y cariño sus últimos años de vida. Me consta que no es lo habitual y pienso que no podemos tener caridad con los desconocidos si no la ejercemos con los propios de casa. El seguimiento "radical" del Evangelio no es sinónimo de crisol irracional. En mi primer curso de Seminario me encontré con un joven compañero cabizbajo y afligido, al preguntarle, me explicó que su madre estaba ese día en el quirófano con un tema grave y que su superior no le había dado permiso para ir a verla. Sin pensarlo mucho le dije: ven conmigo; vamos en mi coche, y si a la vuelta tienen que expulsar a alguien que me echen a mí por obligarte a ir (realmente él no se atrevía; ciertamente le obligué). Entiendo que no está reñida la vocación con las obligaciones de la sangre. Lo hemos dejado todo por el Señor, pero cumplir con los nuestros llegado el momento no es alejarse de la cruz, muy a menudo es clavarse de forma más dura y profunda en ella.

Especialmente implicadas han estado las hermanas y el personal de la Casa de Mayores de Palencia que en estos últimos años han cuidado de Carmen. Igualmente evidente ha sido la actuación de su familia inmediata que en cuanto tuvieron noticia de su delicado estado de salud se desplazaron a toda prisa desde Estella a Palencia. Y también las hermanas que desde tantos lugares de España y del mundo se han unido estos días por medio de la oración al no poder hacerlo por las distancias circunstancias y limitaciones sanitarias.

Querida Victoria, querida familia Sagasti-Sainz, queridas religiosas del Santo Ángel: no os aflijáis como los que no tienen esperanza, pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, estamos seguros de que nuestra hermana Carmen resucitará también con Él. A la "Reina de Ángeles" -que curiosamente es la titular del cementerio de Palencia- en las advocaciones de Ntra. Señora de Legarda y de Valvanera, encomendamos a esta hija suya para que le muestren a Jesús vivo y glorioso.

Que el Ángel de la Guarda y el Beato Luis Ormiers y la Madre San Pascual intercedan por Carmen ante el trono del Altísimo: ...Al paraíso te lleven los ángeles, a su llegada te reciban los mártires y te introduzcan en la ciudad Santa, la Jerusalén...
 
Descansa en Paz querida amiga  Carmen, y en la Comunión de los Santos intercede por nosotros. 

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