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domingo, 16 de mayo de 2021

¡¿Qué hacéis ahí plantados?!... Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Cerrando la Cincuentena Pascual, celebramos hoy “La Ascensión” del Señor. Un acontecimiento que ya en la Primera lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos describe como un complemento de cierre a la Resurrección. Como si después de resucitado hubiera estado preparando y atemperando a sus discípulos para la misión que ahora les encomienda: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación”. No es este hecho una especie de viaje sideral para volver a impresionarles ratificando su poder y misión, como en los milagros de que ya fueron testigos y la verificación de lo anunciado que sucedería “al tercer día”… 

Es el relevo y la entrega del testigo que ahora tenían ellos y tenemos nosotros en las manos. En realidad, la Ascensión forma parte de la Resurrección del Señor, y adheridos a Él por la fe la nuestra propia. No es sólo su triunfo sobre la muerte, es también el nuestro, porque “Dios asciende” como carne de nuestra carne que ha de ser glorificada. Ahora le toca a la Iglesia, a sus discípulos -¡a nosotros!- ser testigos de todo ello con la fuerza del Espíritu Santo.

Así se nos apunta igualmente en la Segunda lectura, que define cómo era y ha de ser nuestro compromiso testimonial, poniendo al Señor como eje central de nuestras vidas y esperanza: Unidos en el amor y por el amor en un mismo espíritu “que obra todo en todos”.

El Evangelio viene a ser una síntesis de todo ello, el cual nos invita a insertarnos en aquellas realidades en las que participamos en nuestro mundo cotidiano para transformarlas y ponerlas en clave de Dios. Nuestro anuncio ha de ser testimonial  y comprometido. No basta con venir a misa y participar de los sacramentos, los cuales en muchos casos han perdido esencia porque nuestra contaminación del “pecado del mundo” ha hecho que también los mismos cristianos nos hayamos acomodado en lo estético, socializándolos y perdiendo por ello en muchos casos valor y vigor apostólico. 

Debemos esforzarnos en recuperar, vivenciar y testimoniar la Resurrección del Señor en nuestra propia vida: en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la calle…. “y hasta en los confines del mundo”. Recuperando así la energía y ardor evangélico que nos lleve a gritar con el Salmista hasta en el último rincón de la Tierra: “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas”.

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