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domingo, 21 de marzo de 2021

''Ha llegado la hora''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

















Ya próximos al Domingo de Ramos -que este año será sin bendición- nos introducimos en la llamada Semana de Pasión de Dolores, donde la Palabra de Dios en este quinto domingo de Cuaresma reclama nuestra atención para ver cómo las promesas de Dios para con los hombres se acercan ya a su meta, lo cual celebraremos en el Triduo Pascual. El Señor aceptará la cruz como el exponente del mayor amor y misericordia para nuestra humanidad caída que, gracias a Él, por Él y en Él, será levantada y redimida en el Ara de la Cruz. Por su sangre se hará efectiva la Alianza Nueva entre el Creador y sus criaturas ratificando el pacto sus palabras: ''yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo''.

También en este domingo cercano a la Solemnidad de San José, vivimos unidos a la Iglesia Diocesana y a la Iglesia que peregrina en España la Campaña del Día del Seminario, conscientes de que los sacerdotes no caen del cielo, sino que nuestras comunidades parroquiales han de ser espacios propicios donde surjan nuevas vocaciones al ministerio ordenado. En esta línea nos ayuda de forma clara la epístola del apóstol San Pablo a los cristianos de Éfeso donde vemos a Cristo como el Sacerdote por antonomasia que siempre ejerce la caridad. Jesucristo instaura un nuevo sacerdocio que no se hereda como un título nobiliario, tal como ocurría en tiempos del presbítero Melquisedec, sino que también en el sacerdocio ''Jesucristo hace nuevas todas las cosas''. El sacerdocio de Cristo del que somos partícipes todos los bautizados tiene dos rasgos concretos que nos ha recordado San Pablo: ''gracia y salvación''. No es una vocación que se compra, sino que se recibe por gracia directa de Dios, y no está orientada a privilegios personales, sino a servir en favor de la salvación de muchos. Jesucristo es el modelo supremo del buen sacerdote que está siempre junto a su pueblo y camina a su lado compartiendo lo malo y lo bueno, y que nunca se cansa de estar disponible para servir a todo el que lo necesite. No nos limitemos a rezar por las vocaciones sacerdotales sólo e el mes de Marzo, o echar unas monedas al cestillo con ocasión de la Campañas, sino que tomemos conciencia de esta necesidad como una responsabilidad de todo fiel cristiano.

La primera lectura del profeta Jeremías, entresacada del llamado Libro de la Consolación en la que el autor plasma la dura vivencia que supuso el cerco a Jerusalén por parte de los babilonios, no es en realidad un texto pesimista aunque lo pueda parecer si nos quedamos sólo en las apreciaciones del profeta entre arrancar y plantar, sino que en verdad, constituye el acicate que a menudo opaca nuestro horizonte de luchar por vivir siempre la esperanza, a veces, contra toda esperanza. Dios no nos abandona, Él cumple su palabra y no olvida su promesa. La alianza de Dios no es algo abstracto y genérico, sino que la escribe en el corazón de cada uno. No da el Señor marcha atrás en su promesa, sino que cuenta con nosotros para su plan de salvación, poniendo su ley en el fondo de nuestros ser. Pero no nos centramos en aquella Antigua Alianza del Sinaí, hemos de interiorizar este texto en consonancia con el evangelio donde Cristo nos presenta en Él la Nueva Alianza que pasa por el sufrimiento y la muerte para llegar a la Gloria.

En este pasaje de San Juan, denominado por los exégetas como "la Teología de la Hora'', vemos a Jesús desarrollar y explicar cómo el final está ya próximo y su suerte echada. Jesús es consciente de que llega la hora en que habrá de dar gloria al Padre con su oblación, y es lo que quiere dejar claro a los suyos, que no muere de cualquier manera, sino que voluntariamente acepta su propio sacrificio. Este es el sentido del grano de mostaza que cae en tierra y muere, pero da mucho fruto; eso el lo que quiere el Maestro que los discípulos entiendan, que finalmente todo florecerá con la Pascua. En ocasiones también nosotros podemos ser frívolos a la hora de acercarnos a la figura de nuestro Redentor y también ''queremos ver a Jesús'', estar cerca y conocerle, pero, a qué Jesús queremos ver; a la figura del "taumaturgo" del que sólo me acuerdo cuando me veo en apuros, al llamativo personaje histórico, o a Dios mismo que muere por mí en  la Cruz para dar el fruto de mi redención.

En la aceptación de Cristo de la voluntad del Padre tenemos la mejor enseñanza posible, sólo si seguimos sus pasos no nos priorizaremos a nosotros mismos en este mundo, y así nos guardaremos para la vida eterna. No es fácil; es como cuando entramos en un hospital o en un quirófano y tenemos la tentación de salir corriendo antes de que nos toquen. También le ocurrirá algo parecido a ese Jesús muy humano en el Huerto de los Olivos, como igualmente en otros momentos del camino subiendo a Jerusalén camino de su patíbulo. Esta es humanidad de un Dios-Hombre que configurado con nuestra condición siente como nosotros momentos de flaqueza: ''Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre''. Y en el texto encontramos una nueva teofanía, Dios vuelve a manifestarse diciendo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que nos devuelven nuestra memoria al Tabor en la experiencia de la Transfiguración.

Si la pasada semana veíamos el paralelismo entre la serpiente de bronce y la Cruz, hoy el madero redentor vuelve a ser indicador del duro destino de la Gloria, pero al que todos somos llamados: ''cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí''...

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