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domingo, 14 de marzo de 2021

Tanto amó Dios al mundo. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nadie ha dicho que la Cuaresma prohíba la alegría; al contrario, son días para celebrar que avanzamos, que mejoramos, que nos esforzamos en abrazar la gracia al dejar atrás el desierto y el pecado. Ya queda menos para terminar nuestra andadura, por eso este domingo relajamos la austeridad cambiando el color morado por el salmón o rosa que nos recuerda en tono alegre lo poco que falta para celebrar el gran día de la esencia de nuestra fe: la Pascua. Por eso llamamos a este domingo "laetare" -alegraos-; parece como un alto en el camino, un pequeño oasis que nos conducirá al gran oasis de la Pascua.

Hoy los destinatarios de la carta de San Pablo son los cristianos de Efeso; tengamos siempre presente a quienes van dirigida las epístolas, dado que ese dato nos ayuda a contextualizar mejor lo que el Apóstol quiere explicar. En este caso concreto desarrolla una catequesis que podríamos calificar como bautismal, donde el autor explica la relación entre bautismo y resurrección. No es un capricho de sacerdotes rancios o anticuados no bautizar en cuaresma, sino que es una sabia tradición que hemos heredado de los primeros cristianos. Asociamos el bautismo a la Pascua, por eso mismo Pablo nos explica hoy que igual que hemos sido asociados a la muerte de Cristo esperamos ser asociados del mismo modo a su resurrección gloriosa. Esto contemplamos a lo largo de estas semanas; el pueblo de Israel dejó atrás el desierto para entrar en la tierra prometida, nosotros en cambio, queremos dejar atrás la muerte y el pecado para entrar en la vida con Cristo. No es un paso fácil, y sólo lograremos darlo por pura gracia. El verdadero gesto del bautismo no es verter simplemente agua sobre la cabeza; los primeros cristianos -también permanece este gesto en otras religiones cristianas- lo hacían por inmersión, así el catecúmeno entra bajo el agua como Jesús descendió a los infiernos, y sale renacido a la vida nueva, libre del pecado, como libre salió Cristo del sepulcro rotas las cadenas de la muerte. Tengamos presente que el Apóstol está hablando a los griegos, los cuales tenían otros conceptos filosóficos y teológicos muy marcados sobre estos temas. Por ejemplo, para la visión cristiana el ser misericordioso es algo positivo, mientras que en la escuela estoica se consideraba una debilidad. Para ellos se incide en algo que rompe sus esquemas; cómo un verdadero Dios puede manifestar su poder por medio de la muerte y Resurrección de su hijo.

Por su parte, tanto la primera lectura tomada del Libro de las Crónicas, así como el Salmo, nos presentan una de las grandes desgracias del pueblo de Israel: el destierro en Babilonia, lejos de la tierra que les había dado el Señor. Estamos en el siglo VI a. C. durante el reinado Sedecías, pero más allá del hecho histórico, la enseñanza teológica nos muestra a un pueblo que se queja y lamenta ante Dios: "junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con ausencia de Sion... que se me pegue la lengua al paladar sino me acuerdo de ti Jerusalén". En el fondo, estamos ante un pueblo castigado, que llora al ver cómo por su rebeldía y orgullo le ha hecho perder lo que no supieron valorar. Es lo que nos ocurre a nosotros tantas veces cuando valoramos algo que perdemos justo cuando ya no hay forma de dar marcha atrás. Para esto sirve la Cuaresma, para detenernos y hacer examen de conciencia sobre nuestros actos para ver si estamos en Israel -es decir con el Señor- o en Babilonia -alejados de su presencia-.

Dios no disfruta con esta realidad, pero los hombres en nuestra libertad y muchas veces en nuestra tozudez acostumbramos a traicionarle, a seguir nuestro camino sin contar con Él, a hacernos dioses de nuestra libertad mal entendida que siempre nos conduce luego al lamento. Por eso el evangelio de este día es un canto a la obra redentora de Jesucristo que se lleva a cabo en la Cruz: "Igual que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así ha de ser elevado el Hijo del hombre". Para eso está la Cuaresma, para caer en la cuenta de que nuestra vida es lucha continua; que somos atacados y mordidos por la serpiente -que es el demonio- y envenenados y muertos por el pecado. Pero Cristo se nos presenta como nuestra salud, como la salvación y el antídoto contra el pecado y la muerte. También es Él elevado en un estandarte como la serpiente de bronce, pero este estandarte es la cruz. Fijémonos en Jesús crucificado, más que nunca ahora que la cruz molesta y estorba a muchos que como hijos de Satanás la persiguen y destruyen, volvamos a ponerla en casa, en la habitación, en la mesa de trabajo... y cuando estemos cansados y agobiados, o nos asalte la pereza o el desánimo, miremos a la cruz y pensemos por lo que pasó el Señor para entregarse por mí. Pues tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único.

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