Queridos sacerdotes y seminaristas:
Celebramos durante todo este curso un Año jubilar dedicado a la figura de san José, teniendo como guía y marco la carta apostólica Patris corde del papa Francisco. Los obispos de la Comisión Episcopal para el Clero y los Seminarios queremos que la festividad de san José, patrón de los Seminarios y modelo para los sacerdotes, tenga una relevancia especial. Este año más si cabe, dadas las circunstancias tan atípicas que la humanidad entera está afrontando, como consecuencia de la pandemia que asola a todas las comunidades, especialmente entre los más pobres.
En estos momentos, la búsqueda de consuelo y orientación que anida en el corazón de cada hijo de la familia humana se convierte en un clamor que resuena en el corazón de la Iglesia Madre y que nosotros, como sacerdotes y vocacionados, tenemos la misión de elevar a Dios en nuestra plegaria litúrgica y personal. En nuestro ánimo de pastores, también nosotros vivimos momentos de oscuridad e incertidumbre. Por eso debemos confiar con especial intensidad en la intercesión de San José, que afrontó las dificultades de la vida con la humildad, la inteligencia y la valentía que brotan de un «corazón de padre», como nos ha recordado el Papa Francisco. Que él aliente el ánimo y renueve la esperanza teologal en el corazón de todos vosotros, presbíteros y seminaristas, especialmente encomendados a su patronazgo y discreta protección.
Necesitamos, en efecto, que los Seminarios fijen los ojos en el modelo de san José, para seguir aprendiendo de su pedagogía. Como el hogar de Nazaret, donde María gesta en su seno al Hijo de Dios y José lo educa paternalmente, preparando juntos su misión, el Seminario es el hogar donde se gesta y educa la misión del futuro presbiterio, al servicio de la Iglesia diocesana. El Seminario es realmente un presbiterio en gestación. Así, la presencia discreta y atenta de san José en cada comunidad formativa, al lado de María y en estrecha colaboración con el misterio de su maternidad, alentará nuestros esfuerzos por ofrecer a la Iglesia y al mundo los pastores misioneros según el corazón de Dios, que tanto necesita.
Queremos destacar tres rasgos de la pedagogía paterna de san José, e invitaros a meditar sobre ellos, para iluminar con su ayuda la educación y la renovación interior de la vocación que hemos recibido como sacerdotes en continua formación o en formación inicial.
San José asume, en primer lugar, la misión de actuar como representante de la paternidad de Dios. Respecto a Jesús, él ejerció una paternidad de representación, una paternidad de adopción. Pero, en el fondo, esta es la verdadera realización de la paternidad como imagen del único Padre, que es Dios. Por eso, cuando Jesús nos exhorta diciendo: «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo» (Mt 23, 9), está reconociendo el altísimo valor de la paternidad de José, que fue en todo momento una pura transparencia y representación de la paternidad de Dios. Para nosotros, sacerdotes, ser padres debe significar representar al Padre celestial entre los hombres, adoptándolos como hijos y dándoles la firmeza que proviene de la fe en el Padre del Cielo.
El Seminario, tiempo de formación inicial de los futuros presbíteros, debe ser el lugar donde aprendemos el sentido del sacrificio de José, y nos eduquemos en la entrega total que conlleva vivir nuestra paternidad personal como testimonio de la única paternidad divina, garante de la humanidad del hombre. Aprendiendo a renunciar a toda posesión -del tipo que sea- sobre nuestros futuros “hijos”, respecto a nuestra labor pastoral, desde una paternidad espiritual que engendre libertades y despierte a todos a una vida plena, de entrega consciente, libre y alegre.
En segundo lugar, José desarrolla heroicamente sus cualidades vocacionales, especialmente la valentía, la humildad y la discreción, para proteger la vida de María y del futuro Mesías, en medio de un ambiente hostil. De huida en huida, de Belén a Egipto y de Egipto a Nazaret, José será emigrante y peregrino, y trabajará en la gestación de la misión futura de Jesús, haciendo todo lo posible por alejar de su familia la amenaza de la violencia y de la muerte, renunciando a toda comodidad y brillo personales, para valorar el anonimato, el escondimiento y la callada siembra a largo plazo. También nosotros, sacerdotes, debemos discernir los caminos pastorales de la siembra evangelizadora y huir de los peligros que se esconden en lo que el Papa Francisco ha venido en llamar la mundanidad espiritual.
El Seminario tendrá que ser, según el modelo de san José, la escuela de formación inicial en la que se enseñe el arte del discernimiento y la humildad, profundizando en el significado último de las cosas, en el valor del trabajo compartido con los hombres en la vida real, y con el corazón siempre abierto a crecer en el amor, en una peregrinación continua. Sin dejar morir la pasión misionera ni dejarse instalar en una vida individualista, acomodada y aferrada al presente, que busca tan solo sobrevivir, o protegerse con mil cosas para no tener que entregar la vida en el trabajo paciente de cada jornada. Nuestra misión es siempre ser ‘co-presbíteros’ en el cuerpo del presbiterio diocesano (1 Pe 5, 1), y el discernimiento comunitario debe abrirnos al amor y la confianza en Dios, y a la comunión con los hermanos sacerdotes y con las comunidades a las que se nos envía para servir.
Por último, José ejercerá también con gran sabiduría su labor pedagógica imprescindible como preparador inmediato de la misión pública de Jesús. En efecto, después de la etapa en la que el niño aprende de la madre el amor a la Palabra de Dios, a la oración y a una vida virtuosa, el adolescente y el joven pasa a los brazos del padre para aprender un oficio y habilitarse para la vida adulta. La providencia ha puesto a san José junto a Jesús para que aquel cuya humanidad habrá de ser ungida por el Espíritu Santo se habilite humana y espiritualmente, y desarrolle su capacidad de entrar en relación con las familias de los hijos de los hombres, tejiendo relaciones de corazón a corazón, en la misericordia ofrecida y la lucidez del amor maduro. Estas relaciones, bajo el aprendizaje de José, deben ser el fundamento de nuestra misión eclesial como presbíteros. Los apóstoles, enviados por Jesús, desde su relación de amistad con el Maestro, transmitieron con fidelidad su palabra, de persona a persona y de corazón a corazón, sembrando el Evangelio y la vida cristiana en las naciones evangelizadas que formarán la gran familia que es la Iglesia, siempre en salida y siempre en misión.
El Seminario debe dejarse marcar también por la herencia de san José, como preparador de la misión de Jesús y de la Iglesia. Los futuros sacerdotes, apóstoles de Jesús, con corazón misericordioso, deben entrar en el corazón de las casas, estar cerca de las personas, de los sufrimientos y las alegrías del Pueblo de Dios, para consolar y restablecer las relaciones de libertad y de amor que construyen la Iglesia, evitando y curando el mal de nuestro tiempo caracterizado por una regresión al individualismo, que dificulta la transmisión del Evangelio.
Cuando estamos sufriendo el dolor y el cansancio de la pandemia, frente a la tentación de la caída en el desánimo y la desesperanza en nuestra vocación sacerdotal y nuestra entrega pastoral, se hace más urgente aún la reconstrucción del tejido evangelizador eclesial y la cercanía a todos. Y por ello debemos contar con la poderosa intercesión de María “madre de la esperanza” y dejando que José sea para nosotros el “padre de la memoria espiritual” y el ejemplo para nuestra dedicación a los hermanos.
Pedimos a santa María, Madre de los sacerdotes y de los seminaristas, que disponga nuestro espíritu para que colaboremos en la obra de la salvación. Que san José nos dé un corazón como el suyo, entregado a servir a Jesucristo, el Verbo Encarnado, y obtenga para todos los pastores la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Bendito seas san José,
testigo de la entrega de Dios en la tierra.
Bendito sea el Padre Eterno que te escogió.
Bendito sea el Hijo que te amó
y el Espíritu Santo que te santificó.
Bendita sea María que te amó!
Marzo de 2021
+ Mons. Joan-Enric Vives, Arz.-ob. de Urgell, Presidente
+Mons. Jesús Vidal. Ob. aux. de Madrid, Vicepresidente
+ Mons. Julián Barrio, Arz. de Santiago de Compostela
+Mons. Celso Morga, Arz. de Mérida-Badajoz
+Mons. Francisco Cerro, Arz. de Toledo y Primado
+ Mons. Francisco Cases, Ob. emér. de Canarias
+Mons. Bernardo Álvarez, Obispo de Tenerife
+Mons. Gerardo Melgar, Ob. de Ciudad Real
+Mons. Eusebio Hernández OSA, Ob. de Tarazona
+Mons. Francisco Jesús Orozco, Ob. de Guadix
+Mons. Salvador Cristau, Ob. aux. de Terrassa
+Mons. Sebastián Chico, Ob. aux. de Cartagena
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