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domingo, 24 de enero de 2021

''Venid conmigo''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este Domingo III del Tiempo Ordinario, cuando nos disponemos a contemplar los comienzos de la vida pública de Jesús que iniciamos en la fiesta de su Bautismo, la Palabra de Dios vuelve a llamar nuestra atención en claves fundamentales de nuestra vida de fe. Si el pasado domingo comentábamos la búsqueda vital del hombre y su vocación, hoy continuamos con este tema, el cual se centra en la respuesta a esa llamada y su seguimiento.

La primera lectura de hoy es un relato vocacional; el domingo pasado veíamos la llamada de Samuel, ahora vemos la vocación de Jonás que es llamado para una ardua misión. No nos quedemos únicamente con el texto de todos conocido, sino llevémoslo a nuestra vida. Dios no sólo llama para lo bueno y lo fácil, a veces nos pide llevar a cabo misiones que nos parecen más complejas que la de Jonás. Evidentemente, por nuestras fuerzas todo encargo nos parecerá grande, pero no se nos olvide que Dios no nos envía sin más, sino que Él siempre va con nosotros. 

Desde hace ya años, la Iglesia en España y en Europa vive un periodo de fragilidad, cada vez menos sacerdotes, menos religiosas, menos fieles, lo cual no deja de ser el reflejo de nuestra sociedad; cada vez menos niños y más ancianos, cada vez más pueblos vacíos y ciudades más saturadas. Para un presbítero, religiosa o laico, entiendo que vivir su fe en ambiente de ''vacas flacas'' es doloroso y con la constante tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero, tratando de buscar luz y salida, debemos empezar por escuchar el corazón y el susurro renovador de Dios que como con los de Emaús camina con nosotros, aún sin darnos cuenta muchas veces: Cómo predicar hoy a nuestros coetáneos; cómo hacerles ver que Dios anhela su salvación y que está abierto a todos, que tiende su mano incluso a los más lejanos como eran los ninivitas y que sigue saliendo a nuestro encuentro... Para ello necesitamos estar atentos a su Palabra y renovar en ella cada día nuestra vida nuestra alma. La vocación a la que cada cual es llamado es una "proposición" del mismo Dios a través de su Palabra para seguir sus sendas, por eso hemos rezado con el salmista: ''Señor enséñanos tus caminos''. 

El brevísimo fragmento proclamado de la epístola de San Pablo a los Corintios contiene implícita esa "pro-vocación" para ser fieles a la vocación a la que somos llamados sin "envidiar" la del otro. Si mi vocación es el matrimonio, no tratar de vivir como consagrado, ni el consagrado como llamado al matrimonio. También hay mucho más detrás de este texto. Por un lado, los exégetas hablan de que el Apóstol quiere dar respuesta a ciertas ideas gnósticas, otros acentúan más el deseo del autor de dilucidar la vieja tensión sobre la escatología que el primitivo cristianismo no acababa de entender, e incluso se habla de que Pablo busca salir al paso de la realidad de Corinto donde había muchos más preocupados de las cuestiones terrenales que de las espirituales con un desprecio absoluto por uso y abuso del cuerpo, como ya comentamos el domingo pasado. En el fondo, este texto es un recordatorio de que estamos en el mundo pero no somos del mundo, y por ello hemos de tratar huir de las múltiples garras mundanas que nos hacen prisioneros, nos asfixian y nos impiden escuchar y ser de Dios.

El evangelio de San Marcos nos relata la llamada de Jesús a los apóstoles; éste empieza dándonos un dato importante: ''Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios''. El tiempo del Precursor ha concluido, ahora es la hora del Mesías que empieza su misión entre los hombres para anunciar la Buena Nueva. Y he aquí el paralelismo con la predicación de Jonás, pues Jesús comienza diciendo: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio». Jesús, al igual que Jonás, no va por su cuenta, sino que cumple la misión que el Padre le ha encomendado. Hablamos de un tiempo nuevo porque Cristo se ha manifestado; empieza su Reino, llega a nosotros en "ya" pero todavía no del todo.

Para que el Reino de Dios se haga verdad en nosotros hay una premisa fundamental: ''convertíos y creed''; necesitamos convertirnos, cambiar, eliminar y transformar todo aquello que hay en nosotros que impide a Cristo vivir y reinar en nuestra vida y corazón. No es éste un invento de "los curas"; son palabras del mismo Jesús: ''convertíos'', volved a Dios, venid a mí... Para eso viene Jesús a buscarnos a nuestro trabajo, a nuestro barrio, a nuestro charco donde echamos las redes sin esperanza; para sacarnos de nuestro raquítico mundo y nuestra pobre vida e invitarnos a ser partícipes de la plenitud de su Reino. Ya no seremos los hombres los que mandaremos y reinaremos, ahora es el Señor quien recupera el lugar que le corresponde en el cumplimiento de su misión. Dios viene en busca del hombre que le dio la espalda al hacerse dios y rey de si mismo, y viene a traernos la verdadera libertad, salvación, vida...¡eterna!

Y Jesús no elige a "superhombres", sino a pobres pecadores como nosotros a los que llama por su nombre y mira a los ojos. Somos llamados a ser testigos de esta Buena Nueva, aunque el Evangelio sólo cobra sentido cuando hay cambio, cuando hace tambalear nuestra vida y "resetear nuestro PC", cuando estamos dispuestos a dejar nuestras seguridades y lanzarnos a la aventura de seguir al Maestro aceptando su "pro-vocacación"... Claro que cuesta dejar las redes, la rutina, lo que hemos hecho siempre y volver a empezar, pero sólo muriendo a una vida caduca podemos vivir una vida nueva y eterna. Jesús nos llama a morir a nosotros mismos para nacer al Evangelio, y por eso nos dice y propone: ''Venid conmigo''...

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