(Infovaticana) «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre, lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera Padre en ciertos aspectos y en otros no» (De Trinitate 9,61).
Hilario nació en Poiters a principios del siglo IV, en el seno de una familia aristócrata romana que le educó en la religión pagana. Su pasión por la verdad le condujo al estudio de la filosofía y más tarde a la fe católica. Hilario reflexionó en su juventud acerca de la esencia de Dios y llegó al convencimiento de que hay un solo Dios eterno, inmutable, todopoderoso, causa primera de todas las cosas. Sus reflexiones se hallaban en este punto, cuando conoció la Sagrada Escritura y quedó profundamente impresionado por ella, especialmente por el pasaje en el que Dios se da a conocer como: “Yo soy el que soy”.
Tras su conversión, recibió el bautismo a edad un tanto avanzada. Hilario se había casado antes de abrazar la fe y tenía una hija llamada Apra. Su mujer todavía vivía cuando fue elegido obispo de Poitiers, hacia el año 350, aunque intentó rechazar este cargo al considerarse indigno de él. Durante su episcopado escribió un comentario sobre el Evangelio de San Mateo que ha llegado hasta nosotros.
En el año 356 fue desterrado durante tres años a Frigia por oponerse al arrianismo. Durante el destierro, compuso varios tratados, entre los que destaca el “Tratado de la Trinidad”. Tras participar en el Concilio de Nicea, regresó a la diócesis de Poitiers donde residiría hasta su muerte. El Papa Pío IX le declaró Doctor de la Iglesia en 1851 por sus grandes aportaciones para la definición del dogma trinitario.
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