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viernes, 25 de diciembre de 2020

''Y habita entre nosotros''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila



Isaías nos muestra en la primera lectura su oficio anunciando, pregonando y profetizando; no siempre aportaban alegrías los profetas, también asustaban, disgustaban y preocupaban al pueblo con sus palabras. Pero cuando por el contrario, el profeta hablaba para regalar esperanza con buenos presagios, el pueblo gozaba de días de Paz. La natividad de Cristo, Príncipe de la Paz, es la mejor noticia de todas las posibles y la más esperada por los hebreos durante siglos, más se cumplirá como estaba escrito: ''vino a los suyos, y los suyos no le recibieron''. ¿Quiénes son los suyos?: ¡nosotros! Él pasa junto a nuestra casa, llama a nuestra puerta, camina a nuestro lado... y no le recibimos...

El salmo 97 que cantamos en esta celebración nos habla de cómo ''los confines de la tierra han contemplado''... Y así es; el nacimiento de Cristo no algo baladí, sino un motivo de alegría para un mundo en tinieblas al que le llega la luz que disipa toda oscuridad. ¿Acaso el mundo no fue otro después de aquella nochebuena? Tal fue así que todo se paró; se empezó a hablar de antes y después Él, siendo el alumbramiento de Jesucristo el origen y punto de partida de nuestro tiempo. 

La epístola de San Pablo a los Hebreos viene a recordarnos algo que a menudo me gusta matizar: ¿Quién es este niño que ha nacido? Pues el que va a sufrir, morir y resucitar por nosotros. Para los cristianos la Navidad es la segunda gran celebración de nuestro calendario, pero no la primera, pues la base de nuestra fe no se cimenta en la Natividad de Cristo sino en su Resurrección, en su Pascua. Es evidente que estamos ante un gran misterio el cual contemplaremos estos días: ''El Verbo de Dios se ha hecho carne'', pero ¿para qué se ha hecho uno de nosotros? Pues para salvarnos con una entrega total. Entre la madera del establo y la madera de la Cruz se desarrolla no sólo la vida de Jesús, sino se lleva a cabo el plan de Dios para nuestra redención. 

El prólogo del evangelio de San Juan que hemos proclamado es un texto duro, no sólo por su complejidad teológica sino por su forma y contenido. Por eso hemos de profundizar más en sus líneas para comprender su riqueza y adentrarnos en lo que el Señor nos dice en esta su Palabra. Quizás un día tan especial como este uno espera triunfalismos, y sin embargo el autor del texto es bastante pesimista ''el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció'' nos recuerda nuestra ingratitud, la de toda la humanidad que no hemos estado a la altura: ''y el mundo no lo conoció''. No sólo pecaron los que no lo acogieron aquella noche, sino todos los que cada día preferimos la oscuridad a la luz, pues como hemos escuchado ''la tiniebla no lo recibió''.

Y aparece en medio del texto una aclaración sobre Juan el Baustista, y es que en los comienzos del cristianismo surgió un grupo de creyentes que consideraban a Juan más importante que a Jesús, por ello el autor trata de responder a los argumentos de aquella secta baptista con estas palabras: ''No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz'', para más adelante recordar las mismas palabras del bautista como argumento: Juan da testimonio de Él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Por otro lado,  los relatos de los evangelios sinópticos nos suenan un poco más dulces y en tono navideño, pero la clave de estos días no está en los pastores privilegiados, ni tan siquiera en la posada improvisada del pesebre, la clave para la meditación, la oración, la alegría y la esperanza que ilumina nuestras tinieblas está en que ''En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios''....

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