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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Dos asturianos mártires en camino a su Beatificación. Por Rodrigo Huerta Migoya

El pasado sábado 12 de diciembre, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena de Madrid, tuvo lugar la solemne ceremonia de apertura del proceso diocesano de canonización de 140 siervos de Dios fallecidos con fama de testigos de la fe. La Causa ha sido incoada por la propia Archidiócesis de la capital de España en colaboración con el Obispado de Getafe, la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y la Acción Católica, tanto de la diócesis matritense como de la de Getafe. 

Gran promotor de este trabajo ha sido el obispo auxiliar de Madrid, el asturiano Monseñor Juan Antonio Martínez Camino S.J., el cual trabaja desde hace años la pastoral de la Santidad en esta Archidiócesis. En total sesenta y un sacerdotes y setenta y un laicos. Dentro del grupo de los presbíteros encontramos a dos paisanos nuestros que ejercían el ministerio en Madrid, en aquel contexto de la persecución religiosa en España durante los años treinta.  

Monseñor Martínez Camino afirmó sobre estos mártires: «Según es fama dieron su vida por Jesucristo y por su santa Iglesia. Aquella nube ingente de testigos de la fe se ha hecho ya patrimonio de la Iglesia universal. Y con este acto, este patrimonio martirial de la Iglesia católica seguirá enriqueciéndose, si Dios quiere, para la gloria del Creador y el bien de la humanidad». Acerquémonos ahora a la vida de estos dos hombres de Dios nacidos tan cerca de nosotros. 

D. José Fernández Montaña, de Miudes (El Franco)

Nació en esta hermosa Parroquia de la franja costera occidental asturiana el 8 de marzo de 1842 en el seno de una familia campesina muy humilde. Siente pronto la vocación al ministerio sacerdotal e ingresa en el Seminario de Oviedo. Continúa su formación en Palencia, concluyendo sus estudios en el Seminario del Escorial; aquí conocerá a San Antonio María Claret. Se ordenará como sacerdote diocesano de Toledo en la Iglesia de la Virgen de Gracia de San Lorenzo del Escorial (no olvidemos que Madrid no será diócesis hasta el año 1885). Dadas sus capacidades intelectuales fue nombrado bibliotecario del del Monasterio del Escorial. Por cuestiones políticas se ve obligado a abandonar la vida parroquial y su trabajo en la Biblioteca al negarse -por conciencia- a jurar la Constitución de 1869 que no reconocía la religión católica como la oficial del Estado. 

Dedicará los años sucesivos al estudio alternando de Historia, Derecho y varias filologías. Ingresa en 1872 en la Real Academia de la Historia, y poco tiempo después es requerido para ser capellán a título patrimonial en Casa del Duque de Montpensier, Don Antonio de Orleans, donde se encargó de la formación de su hijo, el infante Don Antonio María Luis Felipe Juan Florencio de Orleans -IV duque de Galliera- y hermano de la reina Doña Mercedes, a la  que el clérigo estaba muy unido

En 1878 se traslada a Toledo reclamado por su Cardenal -Arzobispo Primado D. Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maissonave- que había sido Obispo de Oviedo entre 1857 y 1863, motivo que los unía hondamente.  Al año siguiente de llegar a Toledo es nombrado confesor de la archiduquesa María Cristina de Habsburgo por su dominio del alemán, a la cual dirigirá espiritualmente e incluso en sus años de reina. En 1880 accedió a una canonjía de la Catedral de Toledo. Fue secretario del Cardenal hasta 1881 cuando presentó su renuncia al mismo ante problemas surgidos con motivo de la burocracia generada por el traslado de los retos de Pío IX.

Por expreso deseo de la Reina será preceptor y catequista de Alfonso XIII, como demuestran los documentos del Archivo General de Palacio en la "Sección de Personal y Empleados" de 1896 a 1900. Le obligaron a dejar su labor educativa en la Corte debido a la polémica surgida por un artículo suyo contra el liberalismo en el que criticaba la figura de Canalejas. Colaboró durante medio siglo en numerosas publicaciones como el periódico "El Siglo Futuro". Aunque este diario estuvo en un primer momento ligado al Partido Integrista y después a la Comunión Tradicionalista, Don José siempre fue libre y directo a la hora de defender la doctrina católica frente a cualquier corriente ideológica. 

En 1891 ingresó en el Tribunal de la Rota, del que llegará a ser decano hasta la supresión de este organismo en el año 1931. También durante el curso 1891 a 1892 fue ministro de justicia de forma provisional. Era muy considerado y querido por la Casa Real, a pesar de saberse que el padre de Don José era carlista. En numerosas reseñas se habla de su humildad y de cómo su nombre sonó para ocupar diferentes sedes episcopales, más él nunca se consideró preparado para el ministerio mitrado. En sus escritos sobre el derecho, buscó aclarar las leyendas negras sobre los tribunales eclesiásticos, en concreto la del "Santo Oficio", con un estudio minucioso de sus sentencias. 

A lo largo de su vida dedicó muchas horas al estudio y a escribir, destacando sus conocimientos sobre el reinado de Felipe II, la figura del Cardenal Cisneros y la obra de Juan de Ávila. En el plano de la lingüística se le consideró el gran políglota de su tiempo al hablar y escribir en ruso, francés, italiano, alemán, inglés, arameo, caldeo, latín, griego, hebreo, árabe y sirio. Su capacidad para las lenguas le permitió abrirse al mundo y estar en contacto con la realidad intelectual europea de su tiempo, así como las novedades científicas. Fue de los primeros críticos con la teoría de la evolución de Darwin.

Al crearse la diócesis matritense, la colegiata de San Isidro ascendió al rango de Catedral, siendo Don José Montaña de los primeros canónigos de la nueva seo y el segundo deán de su historia. En 1993 al consagrarse la nueva Catedral de la Almudena, San Isidro perdió su categoría; sin embargo, en el museo catedralicio de la Almudena aún podemos contemplar objetos de nuestro paisano, entre ellos libros de su biblioteca personal en la que destaca un manuscrito del siglo XVI del Libro de Esther, escrito en hebreo. 

Al mes de comenzar la guerra civil es arrestado en su domicilio de la Calle del Rollo de Madrid el día 26 de agosto. Fue fusilado por el Frente Popular cuando tenía 94 años; el mártir más anciano de nuestra nación. Fue asesinado anciano simplemente por su condición de sacerdote, aunque tras su muerte se trató de justificar ésta con absurdos alegatos como que tenía municiones en su vivienda, que había sido confesor de la Casa Real, y otras sandeces para dar cobertura a una cobardía inapelable. Lo cierto es que llevaron a un presbítero casi centenario a la muerte y éste prefirió morir que renunciar a Cristo. 

La bondad de Don José se evidenció en las obras de caridad que realizó; al haberse rodeado buena parte de su vida de nobles y gente pudiente, tuvo siempre presente que él procedía de un hogar humilde y pobre, por lo que todo el dinero que llegaba a sus manos lo destinaba a ayudar a pobres y desfavorecidos. Envió dinero a su parroquia natal para realizar también obras en la localidad, levantar las escuelas y las casas de los maestros, entre otras. Igualmente legó dinero y unas tierras a la parroquia de San Lorenzo del Escorial, la cual siempre consideró su primer amor. En el año 1940 se consagró el nuevo templo parroquial escurialense en el terreno legado por el P. Montaña y gracias a parte de su legado.

D. Ramón Iglesias Suarez, de Coaña

Nació el 23 de febrero de 1878 en la aldea de Valentín, perteneciente a la preciosa parroquia occidental de Coaña, donde recibió las aguas del bautismo el mismo día que vino al mundo en su iglesia dedicada a Santa María. Creció en el seno de una familia tan humilde como religiosa. Sus padres, Juan y Bernarda, fueron importantes referentes para él, así como sus tres hermanas: Casimira, Almudena y Joaquina. Su vida de fe crece en la comunidad parroquial de Coaña, en cuyo templo también recibirá la Primera Comunión. Como era costumbre en aquella época, recibió el sacramento de la Confirmación con apenas seis meses coincidiendo con la visita del Obispo de Oviedo a la localidad; así, un 1 de agosto de 1878 fue confirmado por el Obispo Benito Sanz y Forés. 

En busca de trabajo, sus hermanas Casimira y Joaquina, se trasladan a Madrid y Ramón va con ellas, encontrando piso en la calle Atocha nº 66 a la vera de la Iglesia Parroquial de El Salvador y San Nicolás. Su hermana Almudena se quedará en el pueblo con sus padres. Discernida su vocación, ingresa en el Seminario Diocesano de Madrid - Alcalá, recibiendo la ordenación sacerdotal el 1 de junio de 1901 de manos del entonces prelado matritense, D. José María Justo de Cos y Macho. 

Su primer destino sacerdotal será como cura-ecónomo de San Andrés Apóstol de Becerril de la Sierra, en pleno Guadarrama. En esta parroquia de esbelta espadaña ejercerá la cura pastoral durante cuatro inolvidables años que marcarán su vida. 

Pasa en 1905 a la campiña del Henares, al margen este de la actual Comunidad Autónoma y limitando con la diócesis de Sigüenza, al ser destinado como Ecónomo de la Asunción de Meco, así como Encargado de San Pedro de Camarma del Caño. Era un ascenso; pues Meco ya era un pueblo muy grande y orgulloso de su templo parroquial, auténticamente catedralicio en sus dimensiones y variada mezcla de estilos. Por su parte, el pueblo de Camarma del Caño -el cual le fue encargado un mes después que Meco- era más bien una aldea, hoy por desgracia desaparecida. Su ubicación la encontramos en el camino que va de Camarma de Esteruelas a Valdeavero. En tiempos de Don Ramón había menos de una veintena de casas habitadas, y pocos años después la localidad se despobló por completo. Actualmente sólo quedan algunas piedras. Además de estas dos feligresías, en 1909 es designado teniente arcipreste de Algete, arciprestazgo al que pertenecía la Suya. En este destino permanecerá siete años hasta que es reclamado para ejercer ya en la misma ciudad de Madrid. No quisiéramos omitir que desde su ordenación no dejó de dedicar horas al estudio sin abandonar la cura pastoral, pues sabemos que obtuvo en 1910 la licencia en Sagrada Escritura. Este mismo año sabemos que participó en el concurso a curatos convocado por el Obispo José María Salvador y Barrera, donde obtuvo la plaza de Párroco de San Andrés de Villaverde (actualmente llamado Villaverde Alto al integrarse el pueblo en la ciudad de Madrid, en 1954) renunciando a esta plaza en la citada Parroquia por motivos personales, prefiriendo asumir cualquier otra encomienda.

Su tercer destino será la parroquia de San Marcos de Madrid, entonces situada en la calle San Marcos Nº 10, calle que actualmente se llama de San Leonardo. A esta misión llegará en 1912 como coadjutor. Este templo fue mandado levantar en terrenos de la parroquia de San Martín por el rey Felipe II, en acción de gracias al Santo Evangelista por la victoria de las tropas españolas sobre los franceses en la batalla de Almansa, donde vencieron el 25 de abril de 1707, festividad del Santo. El templo fue proyectado por Ventura Rodríguez, siendo consagrada la Iglesia en 1753 y erigida como sede parroquial en 1836. Aquí ejercerá D. Ramón dos años su ministerio pastoral, antes de regresar al mundo rural. 

La obediencia le lleva esta vez al sur de la meseta madrileña, ya en terrenos de La Alcarria, en pleno valle del Tajuña, para anunciar a Cristo a las gentes del lugar. Su nuevo nombramiento será Cura- Ecónomo de Nuestra Señora de la Concepción de Morata de Tajuña; de nuevo una villa grande con una Iglesia soberbia y bella. Sólo permanecerá aquí tres años.

Tendrá un nuevo destino también en el sur de Madrid, pero a unos veintitrés kilómetros de la parroquia de Morata, en la que se encontraba; en concreto en la Comarca de Las Vegas, y ahora le toca ser Ecónomo de Santa María Magdalena de Ciempozuelos, donde llega en 1917. Entonces la Parroquia rondaba los cinco mil habitantes, no son los más de veintitrés mil que tiene hoy la localidad, pero para los comienzos del siglo XX eran muchísimos. Permanece cinco años en esta comunidad parroquial hasta el que será su retorno definitivo a la ciudad de Madrid.

En 1922 participa en el concurso a curatos convocado por el entonces Obispo de Madrid, D. Prudencio Melo y Alcalde, logrando el cargo de Párroco de El Salvador y San Nicolás de Madrid en dicha oposición. Su deseo era estar cerca de sus hermanas y sobrinos y lo logró de veras, pues si la Iglesia y la casa parroquial están en los números 58-60 de la calle Atocha, la vivienda familiar seguía en el nº 66. 

Gran devoto de la Santina de Covadonga, a Don Ramón le gustaba ir cuando podía por su tierra natal y acercarse hasta el Santuario de Nuestra Señora. Sabemos que allí conoció al entonces canónigo San Pedro Poveda y Castroverde, cuya amistad perduró toda la vida. Cuando Don Ramón estuvo de párroco en El Salvador y San Nicolás, San Pedro Poveda y él se veían con frecuencia unidos por los lazos del sacerdocio tan mariano que compartían. 

Fue un párroco feliz en aquel enclave del centro de la ciudad que era el barrio que le había acogido a él y a sus hermanas cuando llegaron de Madrid, su Parroquia de madurar la vocación, de seminarista y, finalmente, su grey. Tras catorce años de celoso ministerio pastoral todo acabó tristemente. Su amada iglesia parroquial es incendiada un 20 de julio de 1936; Don Ramón se esconde en el piso familiar. Al día siguiente no puede aguantarse, y aunque su familia le suplica que no se mueva de casa él se empeña en ir a la Parroquia con la esperanza quizás de que el Santísimo no hubiera sido profanado e intentar rescatarlo. Su sobrina, Amparo González Iglesias, seguramente no entendía qué sentido tenía ir a una iglesia ya asaltada, saqueada e incendiada. ¿Qué objetos de valor iban a quedar?... Seguramente su tío confiaba que lo más valioso se hubiese salvado del expolio y profanación, del odio y del fuego en el resistente Sagrario. Su sobrina, en su persistencia no le dejó sólo, y ambos entraron en la iglesia que aún estaba llena de humo. El mayor disgusto llegó cuando observó que se habían llevado el Sagrario, quizás por que pensaban que era de oro o porque sabían que hacían daño en lo más sagrado. No hubo tiempo de lamentaciones, pues ante el mismo altar Don Ramón fue arrestado por un grupo de milicianos que estaban por la zona y que le condujeron entre golpes e insultos y le obligaron a subir a un camión aparcado cerca del lugar. Su joven sobrina, aún adolescente, suplicaba entre gritos y lágrima clemencia para su pobre tío de 58 años y que nada malo había hecho nunca a nadie, pero todo fue en vano. Amparo fue llevada apuntada por fusiles a su casa mientras su tío era conducido entre ofensas y maltratos a la sede de la Dirección General de Seguridad de Madrid. 

Interrogado con torturas, Don Ramón no negó en ningún momento ni su oficio ni su cargo, reconociéndose como sacerdote y como Párroco de El Salvador y San Nicolás. Ese día 21 de julio fue internado en la Cárcel modelo de Madrid. El 8 de septiembre de ese año, con su corazón puesto en la Madre de Dios de Covadonga se despide de su familia en la única tarjeta que le permiten escribir y enviar a los suyos. A mediado de ese mismo mes de septiembre es trasladado a la cárcel de San Antón de Madrid. El día 28 de noviembre será conducido en un camión junto con otros sacerdotes encarcelados en la misma prisión a la localidad de Paracuellos de Jarama, donde será martirizado a balazos. Sus restos mortales reposan en la Fosa Nº 5 del Cementerio de Mártires de dicha localidad. Los milicianos no se olvidaron de su familia; asaltaron la vivienda familiar de la Calle Atocha, robando y maltratando a sus dos hermanas, y violando a su joven sobrina, la cual jamás se recuperó psicológicamente de aquello. Pasaron el resto de la contienda civil ocultas en casa sin apenas tener para poder comer ni valor para salir a la calle. Terminada la guerra, la familia de Asturias fue a buscarlas para traerlas de regreso a Coaña. Jamás se recuperaron de lo vivido en Madrid, manteniendo principalmente el dolor de no haber vuelto a ver al bendito de Ramón. 

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