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viernes, 4 de diciembre de 2020

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Junto a los que sufren: la hostelería

No estamos en una burbuja protectora como si la Iglesia fuera un paraguas atómico ante cualquier lluvia tóxica o pandémica que pudiera poner en solfa lo que pacíficamente rodease nuestros días. Más bien, los cristianos compartimos y sufrimos todas las consecuencias de la pandemia actual en lo sanitario, lo social, lo laboral y lo económico. Además, también, en lo estrictamente religioso, al verse limitadas y trastocadas nuestras celebraciones litúrgicas, nuestra labor catequética e, incluso, nuestro compromiso de asistencia en la caridad a tantas personas rotas por esta circunstancia del coronavirus. Somos responsables como ciudadanos y cuidamos las medidas para evitar la propagación de los contagios y prevenir que siga haciendo tanto daño. Todas nuestras celebraciones, reuniones y eventos, están así cuidadosamente seguidos como una apertura a la esperanza cuidando la fe que nos permite vivir esta circunstancia como creyentes. 

Por eso, las puertas de la Iglesia no se cierran nunca a quienes sufren por cualquier motivo, y no queremos cerrarlas precisamente cuando más se necesita la ayuda de la fe, el compromiso de la caridad y la fortaleza de la esperanza. Son muchos los que vienen a nuestras iglesias para encontrar lo que necesitan en estos tiempos duros que nos ponen a prueba. Pero además de las consecuencias en nuestra salud con este virus tan letal y dañino, hay otras derivas que afectan también nuestras maltrechas economías, como vamos comprobando en las colectas y donativos de las parroquias, en las ayudas a Cáritas, y en pequeñas empresas que viven de su día a día. Por ejemplo, el mundo de la hostelería, a la que se está penalizando con unas secuelas tremendas para los trabajadores y sus familias. 

En nuestra Diócesis nos hemos visto sorprendidos por quienes piden una ayuda para visibilizar su precariedad laboral y piden en su situación desesperada una justa salida. Comprendemos su dolor y queremos hacerlo nuestro. Lo dije hace un par de semanas: al entrar en una iglesia para expresar su sufrimiento y sus justas demandas, no seré yo como arzobispo quien reclame la actuación policial para proceder a un desalojo. No lo haré, como nunca lo hemos hecho en nuestra Iglesia diocesana en otras ocasiones. 

Es curioso que estos trabajadores de la hostelería con motivo de la pandemia aquí en Asturias, no han llamado a las sedes de las Instituciones gubernamentales o parlamentarias en nuestra región, ni tampoco se han encerrado en las sedes de los partidos políticos y sindicales (y algún partido hace gala de defender y hasta promover a los “okupas”), o minoritarias asociaciones que propugnan un laicismo montaraz. La gente que sufre este momento ha llamado a las puertas de unas iglesias, y éstas permanecerán abiertas para ellos como humilde altavoz en medio de la pandemia enmudecida y confinada. 

Como comunidad cristiana, tenemos una trayectoria de sacerdotes y laicos comprometidos con el Evangelio, que nos permite leer lo que provocativamente dice Jesús: lo que hicisteis o dejasteis de hacer con estos mis pequeños hermanos (enfermos, hambrientos, encarcelados, desnudos, extranjeros…), lo habéis hecho o dejado de hacer conmigo mismo. Esta “divina solidaridad” marca el compromiso de un cura y de un cristiano. No es una deriva de corte político, sino una exigencia evangélica de coherencia cristiana. Por eso, no somos barricada ni pancarta al uso, pero sí queremos estar cerca de los que necesitan una voz cuando la suya ha sido cercenada o censurada, cuando se hace molesta la divulgación de una injusticia, cuando se aplica de modo inmisericorde el “descarte” de los pobres, como dice el papa Francisco. Habrá personas o grupos que nos tildarán de hacer política, de tomar partido. Lo único que nos importa, tanto a mí como a mi gente, es seguir teniendo la entraña cristiana que nos coloca junto a los que sufren, siendo voz de los que no la tienen, como hizo el mismo Cristo en tantas ocasiones. 

Junto a mi solidaridad cristiana con todos, pido al Señor y a nuestra Santina de Covadonga que nos iluminen, mantengan viva nuestra esperanza y podamos encontrar las soluciones a tantos desafíos como tenemos delante en medio de las pandemias sanitarias, económicas y laborales. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

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